Que mejor manera que explicar el último poemario de Antonio de Benito que hacerlo con mis palabras del prólogo
"Han pasado diez años y Antonio de Benito regresa, si alguna
vez se ha ido, al Jalón de su infancia, a ese recuerdo a caballo entre Castilla
y Aragón. Diez años de amplia trayectoria en lo que si algo ha dejado claro es
su implicación con la literatura, con las letras impresas capaces de transmitir
las sensaciones, los recuerdos, las motivaciones que componen su propio juego
de creación.
Aunque quizá lo que más habría que señalar, o incluso
destacar, es que ese recorrido vital de estos últimos diez años no se ha
llevado a cabo en solitario, no tanto por los múltiples personajes que en el
aparecen, sino por los lectores que ha ido cazando al vuelo en la mayor parte
de los géneros literarios, desde la narrativa infantil hasta el relato, pasando
por la novela y, como no, por la poesía.
Presuponer que el camino andado ha sido en vano es no
conocer al poeta, no prestar atención al giro producido en sus versos, a la
perseverancia en la búsqueda de aquel lenguaje que identifica la memoria propia
y de sus antepasado. Y es que Antonio vuelve, repito, si alguna vez se fue,
para cerrar aquellos espacios apenas señalados, aquellos caminos de los que no
se veía más que la primera curva. Y lo hace con ese estilo propio, personal,
sin mayor presunción que lo que supone en estos tiempos editar un libro, máxime
si este trata de reunir un universo versificado que mas que cerrar heridas, que
parece que es la prescripción facultativa de quienes buscan recuperar la salud
con las letras, lo que hace es destapar ese tarro en el que afloran nombres,
lugares, ambientes y sensaciones.
Claro que Antonio a madurado, como no va a ser así si a lo
largo de esta década no ha parado ni un instante de crear, de construir
universos abiertos a todo aquel que quiera acceder a sus libros, cuando a cada
giro que el tiempo produce llegaba el poeta, escritor, cuentista (en el mejor
sentido de la palabra y que y¡tanto, tanto me recuerda al añorado Avelino
Hernández) con un par de obras bajo el brazo. Cuando cada palabra, cada frase
parecía escogida con más tino que la anterior, cuando no se conformaba con
crear una historia, sino que se preocupaba de dotarla de una belleza y, lo que
es más importante, de un sentido universal que hacía entrecortar el propio
ritmo de la lectura.
Vuelve al Jalón, a Arcos, al tren, al valle, al fútbol, a
los amigos, y a todo aquello que asomaba
en unos "Haikus de Jalón" que Silvano Andrés de la Morena señalaba
como "sinceridad poética al plano de lo moral". Antonio de Benito
escoge cualquier detalle, cualquier recuerdo, para acercarnos a los espacios
recorridos y nunca abandonados, al ronroneo eterno de las aguas del Jalón, al
susurro de los pinos, al dolor del pueblo que se apaga, al silencio arrollador
que envuelve todo. Pero va más allá, vuelve a refugiarse en el poema oriental,
en el haiku japonés minimalista que con tan solo tres versos es capaz de
iluminar la estancia más oscura; de pasar, diez, cien y mil años; de estacionar
el paso del tiempo; de correr, parar y ensoñar en un mismo poema; de rebuscar
en la historia, en el recuerdo para recuperar olores, colores y pensamientos;
de lograr que el propio lector recorra los caminos escondidos de su propia
memoria y vague sin prisa por sus propios espacios y recuerdos.
Antonio de Benito vuelve a regalarnos un poemario vivo, que
no quema en las manos, sino que calienta el alma a medida que los propios
versos van arropando a lector con unas palabras precisas y acertadas que
invitan, una vez acabada su última página, a retomar el inicio para ser
saboreadas de nuevo.”
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