Con Donna Leon, o mejor dicho con Guido Brunetti, siento tal complicidad que no necesito empezar a leer para meterme en la historia. El hecho simple y sencillo de coger uno de sus libros me pone en situación y cientos de imágenes empiezan a agolparse en mi mente como si hubiese cerrado su anterior historia hace unos breves segundos. Creo que menos La palabra se hizo carne, que me dejó cierto regusto amargo, todas sus novelas en las que el comisario veneciano es el protagonista me han hecho pasar unos ratos estupendos. No digo inolvidables por que suena muy pedante, pero es cierto que sus idas y venidas, sus compañeros de trabajo, su familia, tienen un hueco importante en mi memoria de lector y cada vez que aparece un nuevo libro lo dejo aparcado para el siguiente momento especial, sí, casi recuerdo dónde he leído cada una de las aventuras de Brunetti, incluso (esto no sé si es correcto decirlo, al menos políticamente correcto) quienes recibieron como regalo cada uno de sus libros.
Y es que con Donna Leon, y Brunetti, casi sé que tengo asegurado un entretenimiento, un disfrute de la historia y los acontecimientos que se van sucediendo. Incluso en más de una ocasión el juego gastronómico que atesoran buena parte de sus páginas ha hecho mella en mí segregando más jugos gástricos de los que en ese momento eran asimilables. Hasta tal punto que no han sido una ni dos las veces que me he visto obligado a dejar de leer para buscar una alimento que saciase los sonidos estridentes de mi estómago. Por si fuera poco, cada uno de los personajes que transitan por los libros de Brunetti, perdón, de Donna Leon, se hacen entrañables u odiosos, de tal manera que sus rostros se dibujan en más de una ocasión como si su imagen hubiese sido algo más que una mera descripción.
Además, en esta ocasión el comisario debe enfrentarse al robo de un buen número de joyas literarias, de libros antiguos que han sido robados en una biblioteca privada. Las buenas dotes del protagonista, la inteligencia que despiden cada uno de sus movimientos y ese mundo tan personal y carismático al que nos invita a entrar logra que desde las primeras páginas nos veamos incrustados en la propia historia. Sí, es cierto que esto suele suceder con la frecuencia que acudamos a escritores de cierto peso, pero es que Donna Leon logra que caminemos junto a Brunetti, que comamos en su mesa, que nos estrujemos el cerebro para mantener una conversación con su mujer y estar a su altura, que nos contengamos a la hora de estar frente a sus superiores.
Una historia que se va creando a medida que el protagonista nos va abriendo las puertas que el mismo cruza, que se va desenredando a cada página que pasa. Sin dejar, eso sí, de mostrarnos la realidad de una ciudad como Venecia y de un país como Italia. Hasta tal punto que la autora no duda en ningún momento en señalar los defectos de la administración y de los propios ciudadanos, haciendo que la novela cuente con el valor añadido de su actualidad.
Un libro perfecto para disfrutar de una lectura cómoda y agradable en cualquier momento y lugar, con una prosa ágil y directa, precisa, que no duda en llevarnos por distintos vericuetos si con eso vamos a ser capaces de entender mejor las distintas situaciones que se le van presentando al comisario Brunetti.
Solamente he leído "Piedras Ensangrentadas" y no me sedujo, por lo que no he repetido ni prestaba mucha atención a Donna Leon. Después de tu reseña, le daré una segunda oportunidad. Seguro que la supera...
ResponderEliminarUn abrazo. LUIS NUEVOS RUMBOS