En los últimos años y gracias a editoriales como Nórdica, hemos podido acceder a obras de autores ya considerados clásicos que, o no se habían publicado en nuestro país, o lo habían sido hace mucho tiempo. Muchas de estas obras se han vuelto a traducir y no es extraño constatar cómo existen cambios tan significativos que, en más de una ocasión, te da la impresión de que se trata de otro libro. Muchos de estos textos, pequeños relatos, pasarían inadvertidos si no fuese por la delicadeza con que son tratados y lo llamativo del resultado, de unas publicaciones en las que se aprecia un gusto exquisito y un amor por el libro más que destacable.
Este pequeño libro contiene cuatro pequeñas joyas de narrativa que poseen en común al gato como protagonista. Cada uno, como es de esperar, tratado de manera diferente y con un impacto también distinto en el lector. Cada texto tiene su propio ilustrador, lo que permite autentificar aún más cada relato.
Es de destacar también la elección de la portada, ilustración de Javier Olivares, en la que un gato lee con atención "El gato negro" de Edgar Allan Poe.
El primer relato da título al libro: El paraíso de los gatos es un texto exquisito, en el que Émile Zola usa a sus personajes felinos para hacer una alegoría de la libertad en contraposición a la seguridad del encierro. El protagonista huye de la casa acomodada en busca de esa libertad y no solo no encuentra la felicidad, sino que echa mucho de menos la comodidad de la casa de su "ama". La ilustración corre a cargo de Ana Juan.
El gato de Dick Baker apunta con claridad a la prosa de Mark Twain, en este caso Elena Ferrándiz será la ilistradora, y nos sumerge en un ambiente minero característico. Texto agradable e inteligente en el que nos descubre la importancia del gato en una cita para enmmarcar: "porque a falta de mujeres e hijos, los hombres de buen corazón se encariñan con las mascotas, pues necesitan algo que amar".
Por su parte Rudyard Kipling nos regala El gato que andaba solo una fábula maravillosa que nos muestra cómo los animales domésticos dejaron de ser salvajes. Un relato conmovedor que nos invita a releer cualquiera de las obras del autor. El ilustrador será, en este caso, Adolfo Serra que iluminará, más si cabe, el relato.
Por último Saki muestra con Tobermory su faceta más irónica y humorista dando voz, tal y como suena, a un gato, logrando que cunda el pánico entre todos aquellos que sienten que algo oculto puede ser descubierto. Javier Olivares ilustra el relato.
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