Recuerdo que cuando leí El Nombre de la Rosa por primera vez me sorprendió la maestría del autor para lograr que me situara en la historia casi desde la primera página. Recuerdo, además, que las frases en latín me las saltaba por no perder un segundo y seguir leyendo para ver en que acababa el libro.
Ahora, en nueva lectura y tras ver varias veces la película, tengo que reconocer que no me puedo quitar de la cabeza la imagen de Sean Connery cada vez que me imagino a Guillermo de Barkerville intentando resolver las distintas muertes acaecidas en el monasterio.
La inteligencia de los diálogos, en muchas ocasiones largas disertaciones del protagonista que sirven para hacer que prestemos más atención, y las completas descripciones de Adso de Melk que es quien nos narra la historia, logran una novela que despierta admiración 33 años después de su aparición.
Con su prosa ágil el autor nos introduce en un mundo lleno de misterio, en el que debemos estar atentos en todo momento por miedo a perder un detalle que sea imprescindible para resolver los enigmas. Pues estamos ante una novela histórica que nos sitúa en pleno siglo XIV, pero también ante una novela policíaca, hasta tal punto que la trama se va complicando a medida que se avanza en la lectura.
Eso sí, ahora, con una trayectoria lectora más amplia no solo he disfrutado mucho más del libro, de cada descripción, de cada ironía de su protagonista, de cada cita, de cada personaje, incluso los textos en latín tienen traducción. Además, según avanzaba en la lectura, esta parecía distinta, sorprendiéndome cada página como si se me hubiesen borrado de la memoria muchas de las escenas, o al menos éstas se han dibujado de distinta manera.
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