QUÉ LEO HOY:

QUÉ LEO HOY: Sugerencias, debate, crítica, opinión...

domingo, 31 de enero de 2016

ROSY & JOHN. Pierre Lemaitre


No lo puedo negar, me he vuelto un "lemaitreadicto". Me sedujo Nos vemos allá arriba (Premio Goncourt 2013), me turbó Vestido de novia y me atraparon Irène y Alex, además de presentarme a un personaje tan especial como es el comandante Camille Verhoeven. Así que a la espera de la aparición de la tercera entrega, Camille, bien sonaba una breve novela, de poco más de 150 páginas, que contaba no solo con el mismo protagonista, sino que sucedía en el tiempo justo después de los sucesos de Alex.
Así que en el momento que llegó a mis manos tenía bien claro que iba a imponerse a las lecturas que tenía en esos momentos. Con pausa y los nervios necesarios para que la emoción no me hiciese perder la realidad comencé una lectura calmada, atenta y llena de sensaciones.
De nuevo volví a sentir esa atmósfera opresiva que tanto caracteriza al escritor francés, una atmósfera que esta vez parece desaparecer tras los primeros acontecimientos. Aunque, eso sí, también tuve que aguantar la respiración en varias ocasiones ante lo que iba a suceder.
Fiel a su estilo, Lemaitre atrapa prácticamente desde la primera frase (no niego que la sugestión tenga también algo que ver), intuyendo el lector que algo de graves proporciones está a punto de suceder, como si se escuchase de fondo una música rítmica que poco a poco va ganando intensidad, logrando que el espectador-lector vaya inquietándose aún más.
Vuelven a ser los personajes uno de los puntales principales de la narrativa, cada uno de ellos se asoma en su justa medida y son ellos y sus actitudes las que van marcando los tiempos de la propia lectura, acelerando y reduciendo para que el lector tome el aire suficiente y se prepare para ese final que se presenta inquietante. Y esto sucede casi desde la primera página, su pequeño tamaño nos remite casi de inmediato a la fatalidad de un inminente desenlace.
Eso sí, aquí encontramos un Camille Verhoeven mucho más calmado, que apenas logra impregnarse del desconcierto general, sigue calculando cada uno de los movimientos de Jean-John, observando con detenimiento cada gesto y cada respuesta. Ingenuidad, maldad, osadía o locura; la mente con la que se tiene que enfrentar el comandante es esta vez más enigmática y desconcertante.
El lector es testigo en todo momento de los hechos narrados, de los pasos que dan las fuerzas de seguridad para resolver el alarmante caso que tienen entre manos. Acompañará a Camille, y su insustituible Louis, a lo largo de tres días narrados casi al instante, siendo consciente de que el tiempo corre en su contra y notando como el tiempo pasa inexorablemente.
Una novela de intriga, con la tensión suficiente como para que resulte imposible apartarse de sus páginas. Algo más que un puro entretenimiento, aunque este esté asegurado, una narración que muestra más de lo que cuenta, que inyecta en el lector imágenes que son ajenas al texto pero que, inevitablemente, este construye en su subconsciente.

lunes, 25 de enero de 2016

EL SECRETO DE LA MODELO EXTRAVIADA. Eduardo Mendoza



Hay veces que no puedes evitar acudir a una lectura con ciertas dudas, con la extraña sensación de que puede no estar a la altura de lo que esperabas antes de tener el libro en tus manos.
Cada nuevo título firmado por Eduardo Mendoza me produce un reencuentro con pasadas lecturas, con momentos inolvidables y, por lo tanto, la sensación de poder encontrar de nuevo sensaciones que no todos los días se producen.
Pero claro, cuando escuchas y lees que en esta ocasión el escritor barcelonés no está a la altura de otros de sus escritos, te asalta la incógnita de si corre peligro mi identificación con la narrativa de Mendoza. Al final reconozco que me da lo mismo, que no me costaría mucho perdonarle cualquier ligero desliz en su fabulosa trayectoria.
Esto no implica que desde la primera página no me muestre exigente, que espere esa pluma irónica y sarcástica, donde lo irreverente vaya dibujando situaciones y personajes.
Sí, estaba al tanto de quién era el protagonista de la novela, el mismo personaje sin nombre que se presentó en El misterio de la cripta embrujada (1979) y cuyas andanzas continuaron tres años más tarde en El laberinto de las aceitunas. Un personaje que despertaba sonrisas nada más ser mencionado (a nadie nos importó su anonimato, incluso es más que probable que lo agradeciésemos a sentirnos todos los lectores participantes en un mismo secreto) y que volvió a aparecer en La aventura del tocador de señoras (2001) y El enredo de la bolsa y la vida (2012). Así que tenía buen claro a qué atenerme y tenía bien claro a lo que me iba a enfrentar.
Quizá el principal escollo que debía solventar era la cercanía de la última lectura -estaban demasiado presentes los acontecimientos acaecidos en aquella como para no ser tenidos en cuenta-, de las imágenes del final de una nueva aventura descabellada, entretenida y llena de humor. Pero en la primera página somos conscientes de continuamos en el mismo punto donde dejamos la historia.
Nada más comenzar a leer nos vemos inmersos en el ritmo disparatado que impone el protagonista, nos convertimos en su sombra, somos partícipes de cada una de sus descripciones, de sus divagaciones, como si lo que tuviésemos en nuestras manos no fuese otra cosa que un diario del que vamos extrayendo pensamientos y recuerdos.
Y la novela vuelve a tener ese ritmo frenético que caracteriza a Mendoza, el lector tiene que frenar el impulso de correr en exceso, de pasar las páginas con la misma rapidez que se suceden los acontecimientos, con el peligro que supone el perder esos pequeños detalles que generan situaciones tan caóticas como intrigantes. Ahí radica parte del éxito del autor, conseguir que la lectura se desboque y se frene casi de inmediato, que obligue al lector a recomponerse, a volver sobre sus pasos, no a releer lo anterior, si no a recuperar escenas sucedidas instantes antes.
Todo queda en la mente, pero hay que estar atento a esas situaciones a las que el protagonista dedica más tiempo, a esa mezcla de descripción y crítica de lo que, según su especial percepción, tiene un significado que se le puede escapar al lector.
La fuerza del personaje, nos sigue dando lo mismo desconocer su nombre, sus pensamientos, su forma de explicarse e incluso su físico, aparecen dibujados en nuestra mente con total nitidez, como si fuésemos capaces de reconocerle en cualquier escenario o en cualquier texto. A ello hay que sumar la agilidad de la lectura, en una narración que atrapa y que resulta sumamente entretenida. Todo va encajando a medida que pasan las páginas, disfrutando de todo momento, en especial de ese cambio temporal en el que resuelve la trama.
De nuevo el surrealismo que compone la novela nos engancha con la misma facilidad que pasa de la ironía a la crítica, a buscar explicaciones insospechadas que muestran un universo de la capital catalana que no aparece en otras novelas en la que es el escenario principal.
Puede que no sea la mejor novela de Mendoza, pero nadie puede negar la satisfacción que produce su lectura, la sonrisa que consigue en el lector. Quizá haya menos carcajadas que en otras novelas de la serie, pero en todo momento mantiene un humor y esas dosis de intriga necesarias para disfrutar de todo lo que va sucediendo.