QUÉ LEO HOY:

QUÉ LEO HOY: Sugerencias, debate, crítica, opinión...

lunes, 29 de septiembre de 2014

TREBLINKA. Chil Rajchman



Cuando alguien pidió al escritor J.A. González Sainz una recomendación literaria, este expresó la necesidad de leer de vez en cuando algo sobre la Segunda Guerra Mundial y el nazismo, para no perder nunca la perspectiva, y evitar que la comodidad y el paso del tiempo nos hiciese olvidar los terribles acontecimientos que sucedieron en Europa.  
Es curioso que cuando señalaba estas palabras no me había recuperado de los primeros ocho primeros capítulos de un libro espeluznante, duro de principio a fin, que me arrollado la noche anterior. Un libro  que había logrado despertar la mente y el corazón, dormidos ambos por tanta información que, en muchas ocasiones, lo único que consiguen es anestesiar y crear una coraza para que no nos afecten  imágenes, acontecimientos o noticias. 
No, Treblinka  de Chil Rajchman no es un libro bien escrito, incluso es más que probable que esté mal escrito (esta edición de Seix Barral es la traducción de Jorge Salvetti del yidish original) y que para muchos puristas sirva para desviar la atención de lo verdaderamente importante, las memorias de Chil Rajchman, uno de los pocos supervivientes del campo de concentración polaco.
Con poco más de ciento cincuenta páginas y dividido en 19 capítulos el autor logra trasladarnos al mismo infierno, a un lugar donde parecen difuminarse todas nuestras creencias, donde el tiempo parece detenerse para mostrar el horror que es capaz de crear el ser humano. Unas páginas que destilan pánico, que arañan nuestra conciencia para que sintamos el dolor, el sinsentido de una acciones inexplicables. Sin apenas pestañear pasaremos del asombro más absoluto al sobrecogimiento más espeluznante, notando como afloran a todo nuestro ser cientos de sentimientos que creíamos desparecidos.
El horror que describe Rajchman, con las primeras palabras que le vienen a la cabeza, los días, horas, minutos y segundos del campo de concentración, nos dejan sin respiración, sintiendo como las fosas nasales se despejan y las lágrimas tratan de aflorar de unos ojos atónitos ante lo que están descubriendo. Duele, la lectura de Treblinka duele, de tal manera que parecen producirse en nuestro interior punzadas que seguro nos van a dejar secuelas. Sin embargo no hay deseo de dejar el libro, sí de apartar, al menos brevemente, la mirada de sus páginas, de percatarnos de que nuestro mundo no tienen nada que ver con el que se relata, pero queremos seguir leyendo, atrapados por la muerte, el olor, los gritos de quienes descubren la realidad en que se encuentran sumidos.
No hay página de descanso, son tantas y tan grandes las atrocidades que narra el protagonista que uno tiene que hacer un verdadero esfuerzo para evitar que el velo de la ficción empañe la lectura primero, y que el odio hacia los opresores, los guardianes y vigilantes  nos atrape después.
Rajchman nos muestra, con todo detalle posible, la muerte y el exterminio a que fue sometido el pueblo judío, pero también otros aspectos a los que la historia apenas ha dedicado espacio, la perdida de identidad, de personalidad, el intento de borrar el alma y la memoria de un pueblo. Pero va más allá y nos muestra la codicia, la economía sumergida que quedaba oculta tras los atroces acontecimientos.
La naturalidad de la narración, el realismo de unas imágenes tan impactantes se complementan con un epílogo de Vasili Grossman que aunque pueda caer en la exageración por su importante compromiso con la Revolución Soviética, no deja de tener el valor de autentificar las palabras de Rajchman y mostrar la realidad que encontraron las tropas soviéticas al tomar el campo de Treblinka.
Un libro imprescindible e irrepetible que no dejará a nadie indiferente y que arrastrará a otras lecturas dormidas en estanterías cercanas y que algunos supervivientes nos han legado como memoria de aquellos que sucumbieron ante el odio y la sinrazón humana.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

REGRESO A HAIKUS DE JALÓN. Antonio de Benito



Que mejor manera que explicar el último poemario de Antonio de Benito que hacerlo con mis palabras del prólogo

"Han pasado diez años y Antonio de Benito regresa, si alguna vez se ha ido, al Jalón de su infancia, a ese recuerdo a caballo entre Castilla y Aragón. Diez años de amplia trayectoria en lo que si algo ha dejado claro es su implicación con la literatura, con las letras impresas capaces de transmitir las sensaciones, los recuerdos, las motivaciones que componen su propio juego de creación.
Aunque quizá lo que más habría que señalar, o incluso destacar, es que ese recorrido vital de estos últimos diez años no se ha llevado a cabo en solitario, no tanto por los múltiples personajes que en el aparecen, sino por los lectores que ha ido cazando al vuelo en la mayor parte de los géneros literarios, desde la narrativa infantil hasta el relato, pasando por la novela y, como no, por la poesía.
Presuponer que el camino andado ha sido en vano es no conocer al poeta, no prestar atención al giro producido en sus versos, a la perseverancia en la búsqueda de aquel lenguaje que identifica la memoria propia y de sus antepasado. Y es que Antonio vuelve, repito, si alguna vez se fue, para cerrar aquellos espacios apenas señalados, aquellos caminos de los que no se veía más que la primera curva. Y lo hace con ese estilo propio, personal, sin mayor presunción que lo que supone en estos tiempos editar un libro, máxime si este trata de reunir un universo versificado que mas que cerrar heridas, que parece que es la prescripción facultativa de quienes buscan recuperar la salud con las letras, lo que hace es destapar ese tarro en el que afloran nombres, lugares, ambientes y sensaciones.
Claro que Antonio a madurado, como no va a ser así si a lo largo de esta década no ha parado ni un instante de crear, de construir universos abiertos a todo aquel que quiera acceder a sus libros, cuando a cada giro que el tiempo produce llegaba el poeta, escritor, cuentista (en el mejor sentido de la palabra y que y¡tanto, tanto me recuerda al añorado Avelino Hernández) con un par de obras bajo el brazo. Cuando cada palabra, cada frase parecía escogida con más tino que la anterior, cuando no se conformaba con crear una historia, sino que se preocupaba de dotarla de una belleza y, lo que es más importante, de un sentido universal que hacía entrecortar el propio ritmo de la lectura.
Vuelve al Jalón, a Arcos, al tren, al valle, al fútbol, a los amigos,  y a todo aquello que asomaba en unos "Haikus de Jalón" que Silvano Andrés de la Morena señalaba como "sinceridad poética al plano de lo moral". Antonio de Benito escoge cualquier detalle, cualquier recuerdo, para acercarnos a los espacios recorridos y nunca abandonados, al ronroneo eterno de las aguas del Jalón, al susurro de los pinos, al dolor del pueblo que se apaga, al silencio arrollador que envuelve todo. Pero va más allá, vuelve a refugiarse en el poema oriental, en el haiku japonés minimalista que con tan solo tres versos es capaz de iluminar la estancia más oscura; de pasar, diez, cien y mil años; de estacionar el paso del tiempo; de correr, parar y ensoñar en un mismo poema; de rebuscar en la historia, en el recuerdo para recuperar olores, colores y pensamientos; de lograr que el propio lector recorra los caminos escondidos de su propia memoria y vague sin prisa por sus propios espacios y recuerdos.

Antonio de Benito vuelve a regalarnos un poemario vivo, que no quema en las manos, sino que calienta el alma a medida que los propios versos van arropando a lector con unas palabras precisas y acertadas que invitan, una vez acabada su última página, a retomar el inicio para ser saboreadas de nuevo.”

lunes, 22 de septiembre de 2014

LEGADO EN LOS HUESOS. Dolores Redondo



No sé explicar muy bien porqué, pero aunque la lectura de El guardián invisible me resultó atractiva y envolvente, me dejó un poso de melancolía y un malestar difícil de explicar, como si un frío extraño se hubiese apoderado de mi.
Al menos esos sentimientos afloraron en el momento en que apareció la segunda parte de la trilogía de Batzán. Había algo inexplicable que casi de inmediato me hizo rechazar su lectura y dejar que la primera de las entregas se quedase sin continuación. Pero ahí estaba, siempre presente esa atracción que lograba que en más de una ocasión sujetase el libro a punto de comenzar la lectura.
Hasta tal punto que una de esas veces penetré en ella hasta que lograron despertarse todos los fantasmas que quedaron dormidos en el primer "capítulo". Poco más de sesenta páginas en una hora y lugar intempestivo consiguieron que la inquietud volviese a aparecer y ya tuviese la seguridad de que más pronto o más tarde iba a seguir la pista de la inspectora Amaia Salazar. No fue hasta bien entrado el verano, y las temperaturas consecuentes con la estación, cuando retomé la lectura ya consciente de que no había marcha atrás.
La historia envolvente, los escenarios y personajes conocidos, se adueñan de todo, hasta tal punto que es fácil centrarse en sus páginas por encima de todo, buscando cualquier momento, cualquier instante, por mínimo que fuera, para seguir leyendo. Atrapado y conteniendo la respiración en cada párrafo la mente vaga por el Valle de Baztán, por las calle de Pamplona y Getxo a la vez que hay que reprimir el impulso de gritar para que la protagonista desista en sus acciones, como queriendo advertirle del peligro que ella misma presentía. El mismo miedo que sufre Amaia se escapa de las páginas del libro para atrapar al lector, para que este sienta por momentos como se deja llevar por una especie de locura que se respira en todo momento.
Dolores Redondo no se conforma con crear un ambiente, con situar unos personajes al borde del colapso, sino que logra que el lector ponga todos sus sentidos en alerta y se sienta preso de la atmósfera agobiante que despide todo el libro. Así que hay momentos en que tendrá la tentación de abandonar la lectura, de dejar de sufrir con la protagonista, de apartarse de la sensación de inseguridad ante todo lo que perece nos supera.
Legado en huesos se agranda a medida que la lectura avanza, engrandeciendo también El guardián invisible que se hace presente sobre todo cuando esta segunda entrega traspasa la mitad de sus páginas. Sí, resulta inquietante, tanto los acontecimientos como la mente de los personajes hacen que la historia tome giros inesperados, sorprendiendo en más de una ocasión y creando una sintonía entre el lector y la familia de la inspectora que casi hace obligado esperar la tercera parte, para la que, seguro no hay espera ni miedos a empezar la lectura.
Pero sin duda alguna el mayor éxito de Redondo es lograr que cada vez que se trate de explicar el libro, se produzca un silencio extraño, como si faltasen las palabras, como si fuese muy difícil de condesar las sensaciones que produce la lectura del libro. Sensaciones cambiantes que evolucionan desde el principio hasta el fin y que logran que el misterio y la magia telúrica que envuelve al valle sobrepasen a la propia trama de la historia.

domingo, 14 de septiembre de 2014

EL FOGONERO. Franz Kafka



Llevaba mucho tiempo sin leer a Kafka, salvo las múltiples citas usadas por escritores a modo de introducción, así que la llegada hace unos meses de la nueva edición de Nórdica hizo que de inmediato la separase para recuperar la prosa del autor checo. Sin embargo nuevos libros fueron tapando las poco más de 80 páginas del relato y quedó relegado para una noche de tormentoso insomnio.
Y como si de un ejercicio de relajación se tratara, desde la primera página, ha logrado aislarme completamente de todo. Ya no siento el calor sofocante, las idas y venidas del trabajo incompleto, los ruidos estridentes del verano. Todo se permuta por el ambiente creado por Kafka, llego a sentir la sensación salada del mar, a escuchar los sonidos metálicos del barco que ha llevado a Karl Robmann de Europa a América. Con ligeras pinceladas el autor logra que forme parte del escenario en que transitan los personajes, consiguiendo incluso que tome partido, que me alinee junto al protagonista para defender la injusticia cometida contra el fogonero que da título al libro.
Y es que ya desde el principio descubro todas esos aspectos que caracterizan a Franz Kafka: la búsqueda de la identidad, el irremediable e irredente destino, la crítica ante las injusticias propias de la autoridad, la fuerza de la opresión y esa continua sensación de estar viviendo dentro de un sueño. Incluso el sentimiento de ser un juguete en manos del destino se hace patente desde el momento que Robmann toma partido y decide defender ante el capitán del barco a ese hombre maltratado que encarna el fogonero.
No voy a negar que durante la lectura se cernía sobre mi la sombra de una lectura reconocible, como si fuese una historia ya conocida (descubro después que este relato formaba parte de la novela inacabada de Kafka y que luego se publicó como El desaparecido, aunque nosotros la conocemos como América, de la que conforma su primer capítulo), como si nada nuevo me pudiese ofrecer. Pero también es cierto que el ambiente opresivo, onírico, que logra crear el autor va más allá de la memoria y me sepulta bajo las atentas y distraídas miradas de los personajes que tratan de juzgar la situación. Unos y otros me obligan a tomar partido sí, pero me hacen dudar de mis convicciones ¿y si el fogonero no tuviera razón? ¿y si su superior no comete injusticia alguna y simplemente cumple con su deber ante quien no lo hace?.
Serán esas dudas las que autentifiquen el relato, las que lograrán dotarlo de una fuerza que parece escaparse del propio libro, las que den voz incluso a aquellos que no abren la boca y simplemente cruzan una mirada con el narrador. Será la Voz de Robmann, sus dudas, sus inquietudes, las que nos atenacen y nos alerten, sin que ello nos incomode un ápice para seguir leyendo, al contrario, será la lectura la que nos permita ampliar el escenario, como si un zoom imaginario nos permitiese ver toda la escena desde la distancia, observando los rostros, los gestos de todos aquellos que intervienen en ella.
Para colmo las ilustraciones de Max pondrán cara a cada uno de los personajes, recreando los escenarios en que se mueven, logrando suavizar con sus trazos el ambiente tenso y cerrado, permitiendo que nos centremos en los diálogos, en los silencios y las miradas.