QUÉ LEO HOY:

QUÉ LEO HOY: Sugerencias, debate, crítica, opinión...

miércoles, 29 de abril de 2020

LOS COMBATIENTES. Cristina Morales



Descubrí a Cristina Morales gracias a muchos lectores que me recomendaban con insistencia su Lectura fácil. Bien por el aval del Premio Herralde, por las buenas sensaciones que el libro despertaba, o por la atracción que este provocó entre los lectores, no tardó en sobresalir entre los miles de volúmenes con que nos azotan a los libreros primero, y a los amantes de los libros después. Muchas fueron las voces que encumbraron a su autora como el símbolo de una generación, o al menos como la defensa de unos ideales concretos, pero muchas más, curtidas en mil lecturas, encontraron, por fin, una narradora distinta, radical y valiente.
Su libro encontró un espacio, o dos, o tres, en las librerías, hasta tal punto que se convirtió en esa alegría que muy de vez en cuando encontramos los libreros. Por si fuera poco, el reconocimiento de lectores y libreros se amplió con el Premio de la Crítica del años siguiente.
Así que cuando Anagrama recupera su primera novela muchos buscamos si no el origen, sí el pasado de una escritora diferente. Publicada en 2013 y ganadora del Premio Injuve 2012, Los combatientes es un libro que rompe al lector, incendiario, que revuelve y remueve, que provoca pasiones y recuerdos, momentos y movimientos. Un libro diferente, fresco e inteligente, con una narrativa tan original como peligrosa para muchas conciencias, activa y crítica.
Cristina Morales construye una novela llena de trampas, que incita a echar la vista atrás repetidamente, tanto en la lectura del libro como en el pasado del lector, para recuperar espacios, imágenes y frases con un ideario significativo para quien las recibe.
Con un notable dominio del lenguaje la autora logra que el lector dude continuamente tanto de las palabras escritas, como de las imaginadas. La forma de construir la narración acrecienta, aún más si cabe, esa posible confusión, pues no se sabe si tenemos entre manos un libro de ficción, un ensayo o, incluso, la representación de una obra de teatro.
La actitud crítica ante la política, la precariedad laboral, la economía, la violencia machista, la incoherencia de la izquierda, entre otros, que refleja el libro no es solo "postureo", sino que se posiciona en todo momento, implorando al compromiso, el inconformismo y la rebeldía, el placer de conocimiento... El libro como crítica, pero también como provocación y definición de una manera propia de enfrentarse a lo que señala como injusticia.

domingo, 26 de abril de 2020

ESTUDIO EN NEGRO. José Carlos Somoza



Hacia mucho tiempo que ninguno de los libros de José Carlos Somoza habían pasado del montón de las "posibles lecturas" a "hoy comienzo la lectura", creo que fue La dama número 13 la última de sus historias que llenó mis noches, y mis pesadillas, de insomnio.
Cada obra que llegaba a mis manos me alertaba de esa posible lectura, pero ahí se quedaba, en el infructuoso deseo de que me atrapara. No desechaba su lectura, pero siempre quedaba relegada como si no quisiese enturbiar las buenas sensaciones que me había dejado su manera de narrar e implicar a lector.
Y esta vez sí, no sé explicar bien porqué, Estudio en negro superó la fase de indecisión y comencé su lectura con el miedo y el respeto de aquellas novelas de ambiente victoriano que se habían quedado en el limbo de las reseñables. O simplemente que se habían quedado eclipsadas por las de los grandes maestros, como competir con Charles Dickens, William Thakeray, Thomas Hardy, Anthony Trollope, Robert Louis Stevenson, Joseph Sheridan Le Fanu o Arthur Conan Doyle. Así que es muy difícil no emitir comparaciones, juicios de valor e imágenes impresas en la propia memoria, a la hora de acometer una lectura que te traslade a la Inglaterra del siglo XIX.
Sobre todo cuando uno comprueba, repito que no me gusta nada mirar la contraportada para que esta me influya -positiva o negativamente- en mi lectura, que uno de los protagonistas va a ser, nada más y nada menos, que un joven y aún inexperto doctor llamado Arthur Conan Doyle.
Con una más que llamativa prudencia comienzo una lectura que se antoja incierta, pero hay algo que, de inmediato logra que toda mi atención se centre en la historia que tengo entre manos, Atrás quedan todos los prejuicios, los temores, y me dejo embaucar por las palabras de la narradora, la enfermera Anne Mccarey. Palabras llenas de dudas, de congoja, pero con expresiones que me sitúan, de inmediato en ese Londres de la última década del siglo XIX primero y de Portsmouth después. Narrado en forma de crónica, el lector sera un espectador privilegiado de lo que la protagonista va viendo y sintiendo, sus dudas, miedos y recuerdos nos permiten observar con detalle cualquiera de los escenarios en que sucede la trama. No hacen falta descripciones farragosas, apenas unas pinceladas nos permiten descubrir lugares y personajes. Estos últimos, con apenas unos pocos detalles y su manera de actuar y hablar serian fácilmente identificables en una rueda de reconocimiento.
Una novela de misterio, pero que nos acerca a aspectos muy representativos de la época victoriana, desde el teatro, el hipnotismo, la teoría del magnetismo animal (mesmerismo) y al método deductivo de investigación que será fundamental en un personaje como Sherlock Holmes.
Además, hay en la novela algo oscuro, una neblina permanente que atrapa, que obliga al lector a seguir leyendo, a buscar respuestas a unas preguntas siquiera construidas. Algo distinto al misterio que envuelve a los personajes y su entorno. El autor crea esa atmósfera que oprime, que parece cortar el aliento, pero que a su vez no te permite apartarte del libro.
José Carlos Somoza no se conformará con construir una novela llena de misterio e intriga, donde el lector tendrá por momentos la sensación de estar siendo manipulado por acontecimientos y personajes, sino que se sumerge en la propia literatura para abordar el mundo del teatro inglés del siglo XIX y la importancia y trascendencia de un escritor, y su personaje, como es Arthur Conan Doyle

jueves, 23 de abril de 2020

DÍA DEL LIBRO 2020


Hoy es el día grande para los amantes de los libros, la fiesta por excelencia para quienes hemos encontrado en la lectura algo más que un simple entretenimiento. El Día del Libro se convierte en esa expresión personal de nuestros gustos y nuestros deseos, la necesidad de compartir nuestro disfrute con otros, de que los demás saboreen, al menos durante unos instantes, la saludable compañía de un libro.
Pero hoy es un Día del Libro atípico, inimaginable apenas un par de meses, en el que nos es imposible salir de casa y compartir la felicidad de ver títulos y autores en nuestras calles, de comprobar que somos muchos los que sentimos la dicha de vivir una vida que no es la nuestra, de sentir la alegría y la tristeza que no me pertenece, de viajar sin equipaje por mundos desconocidos. 
Pero aún así, hoy es un día especial, incluso he escuchado hace unos minutos por la radio que la lectura ha sido uno de los acompañamientos más importantes durante este confinamiento, incluso entre aquellas personas que no se consideran lectores habituales, pero reconocen que han encontrado, de nuevo, en los libros esa vida que ahora les estaba vedada.
Recomendaciones, consejos, frases y felicitaciones corren hoy por nuestras redes de comunicación como nunca lo habían hecho, necesitamos expresar lo que el Libro es y significa, necesitamos seguir leyendo, buscando entre las palabras el significado de aquello que no conocemos, pero que tampoco necesitamos conocer. Queremos leer para seguir sintiéndonos vivos, para descubrir, al menos durante unos momentos, aquellos caminos inciertos, inquietantes, pero que nos seducen y nos hacen más soñadores, mas inquietos, más humanos.
Un Día especial, hoy más que nunca, en el que los libros que nos apetecen, los que añoramos y los que parece están escritos para cada uno de nosotros, se desperezan y quieren que los tengamos entre nuestras manos. Pero también es el Día para recuperar aquellos que nos dijeron algo, releer las historias que vivimos y, sobre todo, echar la vista a nuestro alrededor y descubrir aquellos que se quedaron a medio vivir porque no eran entonces su momento. ¿Y si es ahora?
¡Feliz Día del Libro!

miércoles, 22 de abril de 2020

EL CLUB DE LOS GOURMETS. Junichiro Tanizaki



Junichiro Tanizaki es, desde hace muchos años, un escritor japonés que me tiene subyugado. Aunque reconozco que aún están a la espera de futuras lecturas varias de sus obras, otras se han ido sucediendo con notable satisfacción (ver La Llave en este blog), demostrándome como lector todo lo que atesora uno de los escritores japoneses más importantes del siglo XX. 
Para aquellos que les asuste la narrativa japonesa, la lentitud, la reflexión y el detallado reflejo del comportamiento humano que a veces, al lector occidental, nos  parece ralentiza en exceso la lectura van a encontrar, máxime en El club de los gourmets, en Tanizaki algo muy diferente. Una sátira irreverente, agridulce y, a pesar de los años transcurridos, publicado en 1919, muy actual.
En este cuento Tanizaki deja patente lo delicado de su pluma, la sencillez del inicio, que aunque con notables luces y sombras incita al lector en penetrar en un mundo que rápidamente se torna decadente, hasta que el relato se convierte en un espacio onírico, cercano al realismo mágico y en el que al lector-espectador le costará descubrir, al menos en una lectura rápida, qué es y qué no real.
Acompañado por las soberbias ilustraciones de Yoko Nakajima, el texto nos acerca a la búsqueda del placer a través de la gastronomía, con descripciones sugerentes llenas de metáforas que obligan al lector occidental a entrar en el doble juego de leer con detenimiento y saborear los platos que van apareciendo. 
El club de los gourmets, al contrario de lo que pasa con los cinco excéntricos miembros del mismo, invita a la lectura calma, con amplios descansos cada dos páginas, a saborear cada cambio sustancial de plato. Un relato lleno de aromas, de juegos de luces, de crítica, humor, desgarro e incomprensión, pero también de magia, de placer, de perfección y de irrealidad.



sábado, 18 de abril de 2020

EL ÚLTIMO TAHÚR. Rodrigo Sopeña y Juande Pozuelo



No me considero un experto en cómics y, como ahora se cataloga, novela gráfica, pero no voy a ocultar que su lectura me ha acompañado durante toda la vida, desde los tebeos clásicos de Ibáñez, Jan, Benejam, Escobar, Gago, Moray Ambrós, Vázquez, Karpa, Rojas y un etcétera muy largo, hasta los Roca, Migoya, Santos, Pons actuales; sin olvidar todos aquellos que llenaban con sus trabajos las revistas Totem, Blue Jeans, Creepy, el Víbora o Makoki, entre otras. Y personajes que aún me acompañan en relecturas que llenan los momentos de insomnio: Tintín, Astérix y Obélix, Blueberry, el Corsario de Hierro...
Entre los muchos que pasan por mis manos semanalmente, como libros de cualquier otro género, hay muchos que se ajustan a mis gustos y expectativas, otros desconocidos, pero que me llaman la atención y, algunos más, de cuya existencia me alertan amigos, lectores. editoriales e informaciones de los diferentes medios de comunicación.
El último tahúr me llegó por este último canal, concretamente por una emisora de radio (gracias Carles), y la temática, trayectoria y comentarios sobre él, me hicieron, no solo prestarle atención, sino buscarlo inmediatamente y lograr, cosa que sucedió en apenas dos días, tenerlo en mi poder.
Es cierto que a pesar de ese impulso, frené mis deseos y esperé más de una semana en poner los ojos, y demás sentidos, en el libro, con la tranquilidad y el sosiego de quien quiere saborear desde la primera palabra del guión, hasta la última imagen (esta ya sin letra impresa alguna).
Si giro mi cabeza 180 grados tengo ante mí toda una colección de uno de mis personajes preferidos del mundo del cómic: Blueberry. Siempre he tenido, será por la influencia del cine de mi infancia y adolescencia, una predilección por el Oeste (no muy lejos está la recopilación de las aventuras del Sheriff King). Pero aunque El último tahúr nos lleva al Oeste americano de finales del XIX y principios del XX, poco tiene que ver con la estética y la narrativa de aquellos.
Si algo me llamó la atención de aquella entrevista radiofónica era el personaje que protagonizaba el libro: S. W. Erdnase (por supuesto no es el nombre auténtico del tahúr), quien en 1902 registró en la ciudad de Chicago el manual de referencia para la cartomagia. Manual que detallaba todas las trampas posibles con la baraja. De hecho el subtítulo del cómic reza así: "La fabulosa leyenda del hombre que desveló todos los trucos del mundo".
Con el estupendo guión de Rodrigo Sopeña y las precisas imágenes de Juande Pozuelo el libro es un verdadero cómic de aventuras, con un trabajo editorial sobresaliente, de acorde a una estética que no deja indiferente a nadie que se acerque a sus páginas.  Y es que el notable ritmo de la historia, la limpieza de los dibujos, dotan a la historia de una dinámica perfecta para disfrutar de cada una de sus páginas.
Sin olvidar, claro está, que el perfecto trabajo de los autores se completa con la perfección de los detalles, con la completa documentación que se aprecia, más si cabe, en los contenidos extraordinarios del final.
El lector, además de disfrutar de una buena historia, como he dicho bien contada e ilustrada, podrá disfrutar de una serie de personajes reales que acentúan los avatares de Andrews, el protagonista. Los Dalton, John Wesley Hardin, Harry Houdini o los Keaton, entre otros, asomarán por las páginas de una verdadera novela gráfica.

viernes, 17 de abril de 2020

UN VIEJO QUE LEÍA NOVELAS DE AMOR. Luis Sepúlveda



   Leer las noticias estos días de confinamiento tienen el peligro de sentir el dolor por las cifras que se barajan, por los números que parecen hacernos inmunes ante la pérdida de vidas humanas y la tragedia que eso significa. Y cuando los números dan paso a los nombres no podemos por menos que recordar lo que han significado para nosotros.
Descubrí a Luis Sepúlveda gracias a que mi madre dejó, creo que a propósito, Un viejo que leía novelas de amor sobre mi mesilla, con la sana intención de curarme mi falta de atención hacia los escritores sudamericanos que no se apellidasen García Márquez.
Y no solo lo consiguió, sino que me abrió la puerta a un escritor fantástico, con una fuerza narrativa tan propia como subyugante, tan divertida como sugerente y tan limpia que uno no puede dejar de dar gracias por poder leerlos. Cuando luego descubrí que en algunos institutos era lectura obligatoria, como también lo era en otros Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, recuperé la fe en los profesores de literatura (reconozco que yo los tuve muy buenos).
Si hay algo que admiro de los escritores, de algunos escritores, es que sean capaces de escribir novelas, en el amplio sentido de la palabra, sin tener que estirar y estirar la historia, de contar de manera muy sencilla las cosas; de conseguir con breves pinceladas que los lectores seamos capaces de reconocer los lugares y personajes que hacen la historia.
Luis Sepúlveda ha conseguido eso y mucho más, pues ha logrado también que nos divirtamos con la novela, que tomemos conciencia de muchas cosas y, lo que es más importante, nos posicionemos en qué lugar queremos ocupar.
Así que no he podido por menos hoy que echar mano en la estantería de la vida de Antonio José Bolívar Proaño. He conocido como fue su mujer, Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo, al doctor Rubicundo Loachamín, a los indios shuar (mal llamados jíbaros) y otros vivos y muertos que completan una historia sugerente, verde amazónica, tierna y divertida, muy divertida. La lectura, relectura de Un viejo que leía novelas de amor  es ágil  y un deleite para los sentidos, un verdadero cúmulo de sensaciones que te obligan a leer despacio, saboreando cada frase, admirando la manera en que Luis Sepúlveda es capaz de comunicar, de lograr trasladarte a El Idilio y sus cercanías, su selva, sus ríos, su vida, sus gentes...
Y debo reconocer que la pena se ha trasmutado en placer por vivir de nuevo esta historia, de viajar, sentir la humedad, el calor, la vida.
GRACIAS LUIS.

miércoles, 15 de abril de 2020

EL ÚLTIMO BARCO. Domingo Villar



No sé cuántos meses ha pasado El último barco en mi mesilla -ni en la pila de libros sin leer, ni en la estantería, ni siquiera sobre la mesa de trabajo, en la mesilla-, donde dos o tres libros me acompañan los últimos minutos del día. Meses sin decidirme a empezar a leer, a volver a sentir la compañía de Leo Caldas. A pesar de llevar diez años esperándolo, cierto respeto, o miedo a defraudar a un escritor que me ganó con solo dos libros escritos.
Sí, miedo a leer el libro con unos ojos distintos a los que tenía cuando conocí a Domingo Villar a través de La playa de los ahogados, a que el tiempo transcurrido haya cambiado al lector que hay en mí y no sea capaz de tener las mismas sensaciones de entonces.
Y es que si algo me dejó la lectura de aquella novela, y la posterior Ojos de agua, es que me encantaría compartir mesa y mantel con su protagonista. Disfrutar de una tertulia relajada y serena sentados en el Eligio o en cualquier taberna que se precie. Sí, ya sé que es poco serio y creíble pensar en compartir mesa con un personaje de ficción, pero eso solo lo pueden pensar quienes no son capaces de sumergirse en una historia como la que nos cuenta Domingo Villar (Por supuesto que a él también le hago partícipe del deseo de comer juntos), de acompañar al inspector Caldas por las calles de Vigo y alrededores, por sus playas, tabernas y puertos.
Más de setecientas páginas, se dicen pronto, en las que no sobra nada. Faltan, eso sí, asesinatos, bandas criminales, acción trepidante, intriga internacional. Pero es que no son necesarios. Domingo Villar construye una historia que atrapa, en la que entras como uno más, como un miembro al que se tiene en cuenta en todo momento y que puede mostrar siempre su opinión.
Y es que estamos ante una verdadera novela policíaca en el verdadero sentido de la palabra. Pues son el ya mencionado Caldas y el agente Rafael Estévez -imprescindible y cuya presencia refresca y asienta la historia-, no solo los protagonistas de la novela, sino quienes nos abren la puerta para que entren todos los demás y nos enseñen los espacios en que transcurre.
Leo Caldas recupera ese espíritu investigador clásico que no deja ninguna pista sin atender, por insignificante que parezca, que se equivoca, pero que sigue indagando ante cualquier indicio que se le presenta. Tenaz, astuto, ordenado y sagaz, invita al lector a participar en una investigación en toda regla, atando los cabos y echando mano de todos los compañeros, sean o no policías, que pueden ayudar a resolver la trama. Todos los personajes son importantes, por eso cada uno de ellos tiene su espacio y su atención, sin necesidad de muchos detalles el lector es capaz de percibir, incluso de hacer un retrato robot, de cada uno de ellos.
Una novela cristalina y ordenada, con una estructuración que roza la perfección y en la que los diálogos, inteligentes y acertados, son de lo más importante, hasta tal punto que en ellos se encuentran más detalles que en las propias descripciones. Magnífica y genial.

domingo, 12 de abril de 2020

LA LIBRERÍA DE MONSIEUR PICQUIER. Marc Roger



Son muchos los libros que, en especial en los últimos años, se refugian en la literatura, la lectura, o incluso en el mismo libro, para construir una historia. Basta acercarse a cualquier librería - en estos días virtual, por supuesto-, para comprobar al menos una docena de títulos que escogen este camino para crear una historia.
Y por supuesto, lo reconozco, que a casi todos ellos les presto una atención especial. Comienzo su lectura solo por el hecho de acercarse al mundo del libro de una forma distinta. Sí, es cierto que no todos cumplen las expectativas iniciales y son varios los que duermen en las estanterías esperando un nuevo intento de lectura. Pero también hay otros que atrapan desde el inicio, desde sus primeras páginas. Sabes que tiene algo especial en cuanto descubres que la historia, los personajes, la forma de narrar o de construir el libro muestran una conexión especial.
Algo así sucedió con La librería de monsieur Picquier, pues ya desde su comienzo, desde las tres primeras páginas que componen en primer capítulo, el narrador te atrapa; no sabes muy bien si por el desparpajo, la capacidad de asombro o la inexperiencia de sus dieciocho años, o por que intuyes que la relación de este, Grégoire, y monsieur Picquier tiene algo especial, algo lleno de magia. No, no se asuste nadie por el uso de la palabra "magia"; no, no hay nada de extraordinario, de fantástico o irreal, al contrario, todo lo que Marc Roger nos cuenta es tan real que roza lo extraordinario (es cierto: la realidad supera siempre la ficción).
La librería de monsieur Picquier es una novela de iniciación, de búsqueda y crecimiento, pero sin alardes iluminadores, ni de autoayuda. Estamos, simplemente, ante una historia de encuentro y aportación mutua, en la que un anciano librero se convertirá en guía y director de un joven auxiliar en la residencia de ancianos en que uno vive y el otro trabaja.
Una lectura llena de belleza y sensibilidad, que trata sin ambages la muerte como parte de la vida, pero que, por encima de todo, habla de la amistad, de la felicidad y, como no, de la literatura. Y es que como dice el octogenario librero: "un día sin haber leído es un día perdido", y no solo eso es mostrar todo lo que la lectura puede aportar, tanto a quien la lleva a cabo como quienes se pueden beneficiar de ella. Y es que Grégoire, sin acierto en los estudios y trabajando en la cocina de la residencia, descubre gracias a su mentor el tesoro que hay dentro de los libros, convirtiéndose en lector para el librero, con parkinson y glaucoma, y todos los demás habitantes de la residencia.
Desde El guardián entre el centeno hasta Juego de tronos, pasando por Maupassant, Whitman, Kerouac y Genet, entre otros, el lector participará junto a los protagonistas en un juego lleno de ternura y realidad, de bondad y senectud, de humor y sobriedad.
"Pauca Meade" (lo poco que me queda) es la consigna del viejo librero que tras vender su librería seleccionará 3.000 libros, una décima parte, para que le acompañen en su retiro y sean el vínculo con la literatura que nunca va a abandonar. Y la fuente de la que  manará una historia que emociona al lector y permite, al menos durante un tiempo, reencontrarse con todo lo bueno que tiene la humanidad.

miércoles, 8 de abril de 2020

1793. Niklas Natt Och Dag



     Por regla general, cuando coges un libro, tienes cierta idea de lo que te puedes encontrar entre sus páginas. Incluso aquellos cuya lectura es fruto de un impulso; comienzas a leerlos sin saber porqué, únicamente hay algo de ellos que te llama la atención. Por suerte la mayor parte de las veces esa intuición es acertada y la lectura suele ser satisfactoria e incluso sorprendente.
Pero hay otros que aunque vienen precedidos de cierta aureola -no suelo hacer mucho caso de ello, pues me suelen defraudar, salvo que esta provenga de otros lectores o libreros que considero fiables-, llegan a tus manos sin más interés que ver qué es, o cómo está escrito. 
Bueno, lo primero que tengo en cuenta muchas veces es el sello editorial y, para qué negarlo, de Salamandra me fío. No sé si porque he acertado en las lecturas o porque el equipo editorial trabaja muy bien (quiero pensar que es esto último). Pero lo cierto es que han sido numerosos los escritores que he conocido a través de la editorial. De manera rápida se me ocurren: Sándor Márai, Philippe Claudel, Andrea Camilleri, Khaled Hosseini, Laurent Gaudé, Zadie Smith y J.K. Rowling. Por no hablar de uno de los mejores libros de la historia de la literatura: El Principito.
Pero vamos al libro que nos ocupa, un libro cuya presentación en sociedad estaba condensada en dos frases demasiado pretenciosas: "La novela que ha revolucionado el thriller histórico y triunfa en toda europa". Algo que, en principio, me hacía desconfiar, pues a parte de existir mucha diferencia entre el gusto lector de los distintos países, el triunfo es muy relativo, ya que la mayor parte de las veces la contabilidad de los libros vendidos no se preocupa de la última pieza de la cadena, el lector, sino de las compras a las editoriales por las librerías. Pero estaba claro que algo me había llamado la atención, no sabría decir si el Estocolmo de finales del siglo XVIII o las ganas de conocer un nuevo escritor.
El caso es que comencé la lectura sin ningún tipo de predisposición ni influencia. Y cuando me quise dar cuenta había terminado la primera de las cuatro partes que componen la novela. Y tuve que tomar aliento, mirar que la realidad a mi alrededor era muy diferente a la que se mostraba en el libro, recuerdo incluso que tuve que abrir la ventana y sentir el fresco de la noche para respirar bien y airearme. 128 páginas sin descanso, cerrando de vez en cuando el libro para apartar ciertas imágenes, y atrapado completamente por una historia oscura, con escenas brutales con la sensación de sentirme impregnado de la enfermedad y podredumbre de la ciudad en que se desarrolla.
De repente, en ese segunda parte, todo parece cambiar, como si el autor pretendiese dar un descanso. Aunque en seguida las cosas vuelven a sumergir al lector en el mismo ambiente, aunque desde otro, otros si sumamos la tercera parte, de punto de vista.
Niklas Natt Och Dag dibuja un fresco perfecto de la situación de Suecia en una época convulsa, cuando los ecos de la Revolución Francesa se perciben como un peligro entre las clases dirigentes, mientras que el pueblo, sumido en la pobreza y el hambre, solo tiene una misión: subsistir. La vida  en la calle, la suciedad, la crueldad, la muerte se dan la mano en todo momento para crear un ambiente opresivo, donde la enfermedad, el alcoholismo y la muerte son el pan de cada día. Y lo vemos a través de los ojos de los protagonistas principales: el abogado Cecil Winge, cartesiano y enfermo de tifus, y Mickel Cardell, veterano de guerra y vigilante; pero también  de Blix y Anna Stina que nos muestran universos totalmente distintos pero que permiten perfilar los diferentes ambientes que componen en día a día de Estocolmo en 1793.
Las tabernas, los cementerios, los orfelinatos, las cárceles de mujeres, los prostíbulos de lujo, la calle y un sinfín de espacios distintos dibujan una novela violenta, con escenas brutales y crueles y un atmósfera asfixiante en la que gracias al aura de misterio alrededor de la trama principal el lector disfrutará de cada página, de cada descripción, de cada palabra...


domingo, 5 de abril de 2020

LÍBANO- PALESTINA. VIAJE A ORIENTE. Gustave Flaubert




Hoy debería estar volando hacia el Líbano, a descubrir unas tierras que, hasta ahora, siempre se habían mostrado esquivas. Un viaje soñado y largamente preparado que, debido a la situación actual, debemos posponer para cuando sea posible.
Pero claro, antes que dejar que la sensación amarga se pose en el interior, lo mejor es buscar quien pueda contarme parte del viaje a esos territorios. Y que mejor que buscarlo en un escritor y viajero: el Gustave Flaubert  de Madame Bovary y La educación sentimental, que entre el 19 de julio al 19 de diciembre de 1850 llevó a cabo, junto  al escritor y fotógrafo Maxime Du Camp, un viaje por el Líbano, Palestina, Siria y Turquía.
Tras las vivencias en Egipto, más conocidas que éstas, Flaubert se dispuso a conocer Oriente. Procedentes de Alejandría, pretendían, saliendo de Beirut, llegar a El Pireo. Su primera intención era llegar hasta Persia, pero los ajustes económicos les obligaron a contentarse con el Líbano- Palestina, Tierra Santa, Siria, Persia, Asia Menor- Turquía y Grecia. Un recorrido a todas luces fascinantes y en el que pretendían los viajeros empaparte de las diferentes culturas que se iban a encontrar en el camino.
     Como sucedía con su viaje anterior, Flaubert lo único que hace es crear un cuaderno de viaje, con anotaciones, apuntes y registros, en un intento de que nada de lo vivido y visto se perdiese. Anotaba lo esencial de cada lugar visitado, así como los acontecimientos más destacados, emociones, descubrimientos, peligros. Hay que tener siempre en cuenta que estamos ante un texto privado, sin mayor preparación que lo recogido a vuelapluma, prácticamente en el momento, o instantes después, en que está sucediendo. Por ello es de agradecer el trabajo de Lola Bermúdez Medina, quien se dedica a dar traducir y dar forma al texto.
Al ser un cuaderno puede que sorprenda cierta falta de conexión, sin duda alguna ya que estamos acostumbrados a narraciones más lineales, pero en cuanto pasan las primeras páginas se van dibujando cada uno de los instantes que Flaubert y Du Camp vivieron. 
Apuntes rápidos, impresiones precisas, a veces repetitivas e incluso demasiado cortas para quien quiera saber algo más, quien pretende que no sea la imaginación, sino Flaubert quien muestre cada escenario sentido. Pero todo con ciertas dosis de humor, de asombro, incluso de decepción ante lugares de los que el viajero francés esperaba algo más. El espacio dedicado a explicar lo que ve, las sensaciones, incluso los miedos y problemas, denotan la intensidad de lo vivido, la importancia que, en su momento, daba a lo que estaba viendo. Por no hablar de aquellos instantes en los que Flaubert descubre cosas que le llaman verdaderamente la atención y que el lector es consciente por la manera que tiene de expresarlos.
Un libro para sentir el aroma de lugares desconocidos y desde el punto de vista de un viajero, e intelectual, de mediados del siglo XIX, pero también para recordar espacios ya conocidos y que se mantienen vivos en la memoria.

sábado, 4 de abril de 2020

MUERTE A CONTRARRELOJ



En algún momento de los últimos años quise leer Los usurpadores, pero me costó centrarme tanto que aún se mantiene desde entonces en la estantería de los no leídos. Aunque no suelo leer las sinopsis por cuestiones obvias, me he acostumbrado a que en demasiadas ocasiones no se ajustan a la realidad, en algún lugar leí que además de crear novelas con amplias dosis de intriga Jorge Zepeda Patterson poseía una escritura destacable.
Así que al llegar a mis manos Muerte contrarreloj me asaltaron las dudas de aquella lectura iniciada y no finalizada. Más aún cuando creía recordar que la manera de usar el lenguaje del mexicano era parte de la causa de aquella lectura interrumpida. Pero claro, una novela de intriga y encima en el Tour de Francia en un año en que, como todas las competiciones deportivas, está en entredicho, me hizo decidirme a pensar en el libro como una opción que no podía dejar escapar.
Las reticencias de su anterior obra, que tengo claro ahora que leeré más pronto que tarde, eran inferiores a mi pasión por el ciclismo, en especial por la ronda gala que me ha hecho más llevaderas las tardes del mes de julio desde, al menos, treinta y dos años. O las noches, si el trabajo me obligaba a posponer el visionado de las etapas. Así que cogí el libro con el ansia de ser partícipe no solo de la competición, sino de los entresijos de la carrera.
Desde la primera página quedé atrapado por la prosa de Zepada Patterson, por las descripciones de cada uno de los personajes, en especial de Marc Moreau, el protagonista y narrador de los acontecimientos que transcurren durante el Tour de 2016, pero también de su evolución como ciclista.
En ningún momento me pude imaginar que el autor y su narrador lograran atraparme de tal manera que buscase los momentos más inusitados para seguir la lectura, para participar en cada una de la etapas de la ronda y tener que frenar mi voz para que no estallase en voces de aliento cuando las bicicletas se ponían a rodar.
Pero no solo eso, he recorrido las cimas más carismáticas de Tour de la mano de uno de los más destacados escaladores, sino que he vivido, desde un pedestal inimaginable, los entresijos de la carrera, observando de manera privilegiada a todos los miembros de los equipos, no solo corredores, sino también directores y equipo técnico, auxiliares, masajistas, mecánicos, inspectores...
Por si todo eso fuera poco en todo momento he puesto cara, y piernas, a buena parte de los miembros del pelotón, descubriendo a ciclistas en activo, o al menos eso he creído (sin pretenderlo en ningún momento) durante toda la lectura. Hasta tal punto que me he visto obligado a escribir una vez distanciado en Tour, a que se enfriasen buena parte de las sensaciones que transmite la carrera, para tratar de enfriar el cúmulo de sensaciones que se produjeron una vez finalizada la lectura que se produjo apenas unos días antes del inicio de la carrera del último año.
Pero es que además he vivido la lectura con pasión -no digo que pedaleando, pero casi-, esforzándome en las subidas y ajustando el manillar en las peligrosas bajadas. Mirando en todo momento con desconfianza a los rivales y olvidándome, por suerte, de los pinganillos que impiden que el deporte se desarrolle con las estrategias intuitivas de antaño.


viernes, 3 de abril de 2020

DÍA INTERNACIONAL DEL LIBRO INFANTIL




 Hoy día 2 de abril, coincidiendo con la fecha de nacimiento de Hans Christian Andersen, se celebra el Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil. Una fecha perfecta para recuperar lecturas que despertaron en nosotros algo más que divertimento y para preocuparnos de que los pequeños que están a nuestro alrededor obtengan, cuanto menos, la posibilidad de tener en sus manos la posibilidad de leer y mejor si pueden elegir.
No siempre somos conscientes de la importancia de una buena lectura para los niños, más ahora que existe una cantidad inmensa de posibilidades, una gran cantidad de escritores, diseñadoras, ilustradores y editoriales que ofrecen un mundo nuevo en cada libro y el verdadero regalo de que los niños puedan disfrutar leyendo y viviendo unas aventuras que son suyas desde el momento en que abren la primera página, o incluso antes, si ya tienen abierta la imaginación y son capaces de dejarse atrapar por las ilustraciones de las portadas.
Las Librerías y las bibliotecas, es una lástima decirlo en un día en que es imposible acudir a ellas, están llenas de libros clásicos y novedades para todas las edades, con una selección que hace años resultaba inimaginable. Basta dedicar unos minutos, dejar que los niños jueguen, abran, observen, toquen y elijan, para que la elección pueda llevarles a escoger el libro adecuado. Eso sí, en muchos casos necesitan un asesoramiento que es fácil de conseguir, pues siempre hay profesionales dispuestos a ayudar tanto a los pequeños como a los mayores que los acompañan.
Y no olvidéis estos últimos, que en vuestra mano está que dichas lecturas puedan ser adecuadas, de vosotros depende el que puedan elegir con total libertad, sin dejarse influir por los falsos cantos de sirenas que aportan en la actualidad libros firmados por niños muy jóvenes a través de las nuevas tecnologías o, lo que es peor, personajes infantiles cuyos libros nunca aparecen firmados.
Basta, en muchas ocasiones, que seamos los adultos los que dediquemos también unos minutos a comprobar qué leen y que deberían leer los niños. Es fácil, cómodo y satisfactorio, pues las editoriales que trabajan el libro infantil y juvenil lo hacen de la mano de muy buenos profesionales, generalmente amantes de la lectura y con una selección muy interesante. Así que lean esos libros y disfruten como mejor les apetezca, pues muchos nos sacarán más de una sonrisa, de una lágrima o cientos de sensaciones que creíamos olvidadas. 
Todos tenemos nuestras lecturas de infancia y adolescencia, libros que en muchas ocasiones todavía se encuentran en las habitaciones que ocupábamos en casa de nuestros padres. Libros que en poco se parecen a los que ahora pueblan las librerías, pero que, en muchas ocasiones, comparten mucho más que los nombres de los escritores. A mi cabeza me vienen imágenes, e incluso frases (puede que el tiempo las haya distorsionado tanto que no se parezcan en nada al original) de los libros que eran entonces mis preferidos, los de aventuras de los grandes clásicos: Julio Verne, Emilio Salgari, Mark Twain, Robert Louis Stevenson... 
Los he vuelto a leer después, con nuevos formatos y traducciones y reconozco que han sido nuevas lecturas, que muchas veces me parecían diferentes al original que creía tener en la cabeza, con más detalles y escenas diferentes. Ya se sabe que la memoria es muy selectiva.
Pero ahora, hoy, ¿qué libro recomendaría? Son muchos los que para los más pequeños se me aparecen en la cabeza desde La vaca puso un huevoLa oveja que vino a cenar, El monstruo de colores, Elmer, hasta El lobo en calzoncillos, mi último gran descubrimiento y es que, debo confesarlo, me divierte, y mucho, leer y releer los libros de los más pequeños. Y, claro está, aunque se trata de un libro para todas la edades, El Principito, por lo que es, lo que significa y lo que me aporta tras cada lectura.
Aunque si hoy tengo que recomendar un libro no es el otro que El roto de Lagarto, un libro que con una sensibilidad especial nos lleva de la mano por esos momentos en los que uno, más en estos que nos ha tocado vivir, siente un roto, un vacío por la pérdida de algo o de alguien verdaderamente importante.

Un libro infantil para todas las edades, de 3 a 103 años de edad rezaba en algún sitio, que ha hecho emocionarse a adultos curtidos y a atender a niños con muy pocos años. Y es que Cristina Rojo, la autora y María José de Diego, la ilustradora en tela,  han construido un libro bello y conmovedor que atrapa desde la primera imagen, desde la primera palabra, hasta la última. Un libro que despide ternura en todas sus páginas y que, por desgracia, cuenta ya con los últimos ejemplares en librerías perdidas. Y para que nadie pueda acusarme de nada, tengo que decir que me enamoró de tal manera nada más verlo que fui uno de los culpables de su edición a través de Millán y Las Heras Ediciones.
   

   

miércoles, 1 de abril de 2020

LA BATALLA DE OCCIDENTE. Éric Vuillard



Hace seis años -iba a poner tres, pero está visto el tiempo vuela sin que apenas nos percatemos-, las librerías se llenaron de decenas y decenas de libros que nos acercaban, con múltiples matices, a la I Guerra Mundial. Un conflicto menos conocido que la que se desarrolló posteriormente entre 1939-1945 y de la cual parecíamos tener demasiadas heridas en Europa. No sabría decir si muchas de esas heridas cicatrizaron o, al menos, encontraron manera de supurar menos, pero es cierto que muchos llenamos muchas de las lagunas que sobre aquellos terribles años teníamos en nuestra mente. Investigaciones, ensayos e incluso novelas ofrecieron diferentes perfiles de la llamada Gran Guerra que se desarrolló en Europa, principalmente, entre el 28 de julio de 1914 y el 11 de noviembre de 1918.
Poco a poco fueron espaciándose las publicaciones dando paso a nuevas celebraciones que recordaban los acontecimientos de la segunda década del siglo XX. Aún así el inesperado interés por la I Guerra Mundial ha permitido que siguiesen apareciendo trabajos que en nuestro país permanecían inéditos, tanto de creación como de investigación, con acontecimientos situados alrededor del acontecimiento bélico.
Dados los antecedentes de Éric Vuillard y su atenta mirada a los distintos conflictos en la historia de Europa, a nadie le extrañó que pusiese sus ojos en La batalla de Occidente y reflejara, a su manera, el conflicto que acabó con la vida de más de 20 millones de personas entre combatientes, población civil y quienes perdieron la vida por culpa del hambre posterior.
No puedo presumir de ser quien descubrió a Vuillard en España, al contrario, la recomendación continuada de muchos de mis lectores de El orden del día me hizo acercarme a sus páginas y descubrir un escritor diferente. Un escritor que no necesitaba un gran tratado para narrar, de una manera distinta y atractiva, momentos puntuales de la historia. A través de poco más de 140 páginas acercó al lector al ascenso de Hitler al poder por medio de pequeños detalles que con una inusitada sencillez, al menos eso le parece al lector que no se preocupa de la profunda y completa documentación necesaria para hacerlo, logra que este visualice tanto el momento histórico como los pasos dados para obtener el resultado final.
El éxito arrollador, venía avalado por el Premio Goncourt 2017, que supuso en nuestro país nos permitió la edición de 14 de julio, un libro en el que narraba, con una pasión desbordante, el día en que se produjo la toma de la Bastilla. Con una precisión milimétrica y con una narración casi cinematográfica el lector acompañaba a los sublevados y sentía en primera persona los que sucedía en Francia.
Y, como no podía ser de otra manera, Tusquets recupera ahora la obra de Vuillard La batalla de Occidente, acercándonos al conflicto de la Gran Guerra. En esta ocasión el protagonista es sustituido por lo colectivo y por ciertos personajes que se convierten en el hilo argumental en cada uno de los 13 capítulos que conforman el libro. Cada apunte se convierte en una pincelada particular cuya lectura conjunta permite al lector no solo situarse en la generalidad del conflicto, sino hacerse una idea perfecta del porqué sucedieron muchas cosas difícilmente explicables de otra manera.
Vuillard maneja sobremanera ese tipo de narración que parece te cuenta cosas sin importancia, como si estuviese fabulando sobre algo, recuerda a aquel profesor que te enseñaba como sin pretenderlo, como si cada case, en este caso cada capítulo, fuese una confidencia que habría que comentar en voz baja. Y es que el autor parece susurrarte en todo momento, adquiriendo una fuerza impresionante si el texto se lee en voz alta, como si su escritura fuese más adecuada para ser escuchada que para ser leída.
Porque los textos, los libros de Éric Vuillard hay que leerlos con detenimiento, con mimo, saboreando cada frase y cada párrafo como si en cada uno de ellos estuviese la clave de entender el siguiente. El escritor francés es, sin lugar a dudas, uno de los mejores representantes actuales de esa narrativa a caballo entre la realidad y la ficción; no es un historiador, pero compone sus textos con hechos, personajes y acontecimientos históricos. No se conforma con mostrar una idea que nos traslade a unos hechos concretos, expresa esa idea y la desarrolla para que seamos capaces de imaginar e interpretar los distintos acontecimientos. Sin duda alguna una lectura que abre la mente e incita a rebuscar y leer sobre los momentos puntales que deja entrever.