Tenía pensado acabar el año con otro libro, pero la prosa precisa de Luis Pousa no solo me ha señalado mil mundos, sino que ha despejado mi memoria y ha descubierto ese hueco del pasado que guarda recuerdos con historias en las que el autobús era el protagonista, cuando recorrer apenas 50 kilómetros era toda una aventura.
Las letras de Pousa, las ilustraciones de Miguel Ángel Martín y el prólogo de Enrique Vila-Matas me han trasladado a esos asientos en los que lectura es obligada, en los que las historias se ven acompañadas de escenarios ajenos en los que vislumbrar tantas experiencias como palabras se dejan de leer.
Sí, en mi memoria se asoma el recuerdo de un 31 de diciembre, un autobús sin libros ni viajeros y un niño que trataba de llegar a casa. Un viaje que se convirtió en una aventura de la que, gracias a Luis Pousa, han reaparecido muchos de sus personajes. Y es que sus textos, sus viajes, son eso, una ventana abierta a la mente, al recuerdo de aquellas sensaciones que permanecen en nosotros sin que les prestemos mucha atención, pero que de vez en cuando, cuando reciben el estímulo necesario, reaparecen con una fuerza que hacen dudar de su veracidad.
El autor no se conforma con narrar, con contarnos anécdotas, con despertar nuestra mente, sino que recorre pacientemente las vidas de aquellos que eligieron el bus, el autobús o el trolebús como medio de transporte. Y lo hace de la mejor manera posible, con una prosa depurada, fresca, que no esconde nada, que rebusca en la propia literatura y en su lectura la esencia del libro sobre los asientos gastados del bus. El rescate que hace de las palabras y los hechos de un buen número de escritores es la excusa perfecta para incitarnos a sus textos, a aquellos relatos en los que queda demostrada la valía de los narradores.
Jardiel Poncela, Italo Calvino, Ramón Gómez de la Serna, Paul Bowles, Martin Amis, Manuel Rivas, Julio Cortázar, Miguel Torga, Franz Kafka, Camilo José Cela, Walt Whitman, Anatole France, Charles Bukowski, el propio Vila-Matas y unos cuantos maestros de literatura prestan sus palabras o sus gestos a Pousa para crear un libro magnífico, en el que es fácil ensoñar, añadir y releer.
No debe extrañar que a medida que se van leyendo cada uno de sus 25 textos nazca en nuestro interior ese deseo de viajar y leer, de leer y viajar, de correr en busca del Urbano, del Coche de Línea o de la Exclusiva que, permítanme siguen siendo las formas en que el autobús se sigue llamando en mi casa.
¡Feliz Año! y unas prósperas lecturas nuevas.
Sí, en mi memoria se asoma el recuerdo de un 31 de diciembre, un autobús sin libros ni viajeros y un niño que trataba de llegar a casa. Un viaje que se convirtió en una aventura de la que, gracias a Luis Pousa, han reaparecido muchos de sus personajes. Y es que sus textos, sus viajes, son eso, una ventana abierta a la mente, al recuerdo de aquellas sensaciones que permanecen en nosotros sin que les prestemos mucha atención, pero que de vez en cuando, cuando reciben el estímulo necesario, reaparecen con una fuerza que hacen dudar de su veracidad.
El autor no se conforma con narrar, con contarnos anécdotas, con despertar nuestra mente, sino que recorre pacientemente las vidas de aquellos que eligieron el bus, el autobús o el trolebús como medio de transporte. Y lo hace de la mejor manera posible, con una prosa depurada, fresca, que no esconde nada, que rebusca en la propia literatura y en su lectura la esencia del libro sobre los asientos gastados del bus. El rescate que hace de las palabras y los hechos de un buen número de escritores es la excusa perfecta para incitarnos a sus textos, a aquellos relatos en los que queda demostrada la valía de los narradores.
Jardiel Poncela, Italo Calvino, Ramón Gómez de la Serna, Paul Bowles, Martin Amis, Manuel Rivas, Julio Cortázar, Miguel Torga, Franz Kafka, Camilo José Cela, Walt Whitman, Anatole France, Charles Bukowski, el propio Vila-Matas y unos cuantos maestros de literatura prestan sus palabras o sus gestos a Pousa para crear un libro magnífico, en el que es fácil ensoñar, añadir y releer.
No debe extrañar que a medida que se van leyendo cada uno de sus 25 textos nazca en nuestro interior ese deseo de viajar y leer, de leer y viajar, de correr en busca del Urbano, del Coche de Línea o de la Exclusiva que, permítanme siguen siendo las formas en que el autobús se sigue llamando en mi casa.
¡Feliz Año! y unas prósperas lecturas nuevas.