Raimundo Lozano es de esos escritores de los que recibes lo que te esperas porque lo da todo en sus libros. Aunque habría que decir en sus relatos, pues a pesar de tener sobre sus espaldas unos cuantos poemarios son los relatos los que mejor le permiten expresarse. O al menos en los que más a gusto nos encontramos sus lectores.
Sencillos, clásicos y cercanos, a pesar de las distancias de tiempo y espacio que nos separan, los relatos de Raimundo nos descubren con enorme facilidad los personajes, acontecimientos y quehaceres de nuestros pueblos y ciudades. Tratados todos por igual, con una ternura que logra que nos sintamos aliviados en cada cuento a pesar del drama que en muchos de ellos se narran.
Y digo cuentos y no relatos, como bien indica el título del libro, porque el autor logra trasladarnos en cada uno, de manera individual a un universo que reconocemos más gracias a la memoria familiar que a la individual. Hay situaciones y hechos que parecen sonarnos, que nos da la sensación hemos vivido anteriormente, pero Raimundo Lozano logra darles los giros necesarios para que aquellos cobren vida de nuevo.
Un completo manejo del lenguaje y la narrativa nos acerca aún más a aquel universo campesino del que ya apenas queda nada. Y lo hace de la mejor manera, alimentándonos con gran cantidad de vocablos que están a punto de desaparecer y que se suman, de inmediato, a nuestro vocabulario.
Pero sin duda alguna quienes mejor representan al escritor son sus personajes, no solo porque cada uno de ellos nos cuenta, aunque su aparición sea muy breve, su vida y lo que les rodea, sino porque nos los presenta de tal manera que según vamos leyendo nos da la sensación de que les conocemos desde hace mucho tiempo. El Gandul, Evarista, Balbina, don Aurelio, don Primitivo y un montón de personajes más nos muestran en las páginas del libro cómo vivían y de qué, con qué soñaban y divertían y un montón de detalles más que nos permiten reconstruir aquel mundo no muy lejano en el tiempo pero del que parece nos separa una eternidad.
No sabría decir bien si es moraleja o no lo que Raimundo nos regala al final de casi todos los cuentos, pero sí las aclaraciones necesarias para que nuestra imaginación nos acerque a crear las situaciones narradas.
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