Cuando hace unos años la editorial Libros del Asteroide publicó la novela de George V. Higgins Los amigos de Eddie Coyle hice verdaderos esfuerzos por no leerla pues tenía muy fresca en la memoria la interpretación que del personaje que daba título al libro hacía Robert Mitchum en la película del mismo título.
Pero ahora, con la aparición en la misma editorial de otro título del autor, no he dudado un instante en sumergirme en los bajos fondos del Boston de principios de los años ochenta del siglo pasado.
Sí, La rata en llamas es una historia sórdida, donde todo rezuma criminalidad y son las primeras páginas un toque de atención para quien no sepa dónde se está metiendo. El lenguaje duro, de la calle, en el que abundan descripciones bruscas, permite escuchar los gritos y bravuconadas, las amenazas, insultos y broncas dialécticas que consiguen que el lector se sitúe de inmediato en la acción.
Una acción directa, que no necesita más descripciones que las que los diversos personajes aportan en sus diálogos. No hay apenas momento de respiro, de relajación, porque siempre escuchamos la voz amarga y patibularia de uno de los protagonistas. No hay necesidad, y verdaderamente no hace falta, de narrador que nos lleve de la mano por los oscuros entresijos de la trama. Serán Jerry Fein, Leo Proctor, Jimmy Dannaher y Billy Malatesta quienes nos dibujen a la perfección cada uno de sus movimientos, pasados, presentes y, presumiblemente, futuros.
Hay, no obstante, dos historias paralelas que se suman con vertiginosidad, hasta tal punto que hay momentos en que el lector debe pararse a pensar en cual de ellas se encuentra. Lo que no frena, en ningún caso, el desarrollo de la acción. Una acción con más de una sorpresa que, espero, quien hable del libro no trate de señalar, pues perdería parte de su encanto.
El estilo propio de Higgins -en algún lugar leí que había influido en muchos de los cineastas y escritores de cine y novela negras de Estados Unidos entre los que cabría destacar a Quentin Tarantino, Elmore Leonard, John Grisham o Norman Mailer- atrapa de tal manera que uno se siente partícipe de las conversaciones, de los diálogos que componen la novela, hasta tal punto que uno tiene que pestañear varias veces para volver a la realidad una vez abandonado el libro.
Novela negra en el más amplio sentido de la palabra, de hecho en la contraportada se añaden citas de escritores y críticos que hacen del escritor imprescindible para los amantes del género y aquellos que pretendan cultivarlo.
Tampoco hay que olvidar el humor, corrosivo en ocasiones, que despiden muchas de las situaciones, un humor que engrandece la historia y consigue que los gestos de quien lee varíen en la misma página
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