Hay libros que necesitan centenares de páginas para desarrollar una historia, y otros, en cambio, con apenas 110 son capaces no solo de contar una historia, sino lograr que el lector se involucre en ella y saque, cuanto menos, una buena dosis de carcajadas.
Y es que si de algo se puede catalogar este libro, o este relato, como ustedes quieran, es de atrevido. O no es una osadía en los tiempos que corren lograr que el fantasma del propio Robert Louis Stevenson, el padre de La isla del tesoro, protagonice una historia junto a unos cuantos miembros de la fauna televisiva española.
Alfonso Vázquez consigue, desde la primera página, que el lector tome partido (no es nada difícil comprobando ambos bandos) y que los distintos escenarios, en especial el atolón de las islas Kiribati, aparezcan con total nitidez.
Con un lenguaje sencillo, en el que la ironía campa a sus anchas, el autor crea una narración ágil e inquietante, en la que lo surrealista de la situación se engrandece con las dosis necesarias de intriga por ver en qué acaba la cosa.
Un juego literario en el que los vencedores resultan los lectores y la literatura, ésta en su enfrentamiento con la llamada telebasura, y aquellos por el entretenimiento y humor que destila la novela. Y es que Alfonso Vázquez no trata de hacer moralina alguna, sino entretener a quienes acceden al libro. Cosa que consigue en todo momento, ya que está construido en su justa medida. Ni sobran ni faltan páginas, un mérito que no todos los escritores logran, y mucho menos quienes se aventuran en el exquisito mundo del relato.
El lector agradece el humor ocurrente, surrealista, pero también el que la historia nos cuente algo más que la simple anécdota. No estamos ante una novela construida a base de golpes u ocurrencias, al contrario, la trama y su realización es la que logra que en todo momento nos acompañe una sonrisa, cuando no una carcajada, y nos sintamos satisfechos de la lectura.
Fresco, ágil, ocurrente y muy, muy divertido, el relato nos permite pasar un buen rato además de incitarnos a la ensoñación por las idílicas islas de Samoa.
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