Tengo que reconocer que lo primero que tuve que superar en la lectura del libro fue la primera frase, esa punzada que uno siente cuando algo resquebraja la intención de disfrutar de un libro. De hecho han tenido que pasar tres meses antes de aventurarme de nuevo en sus páginas.
Pero claro, tenía demasiado presente El legado del rey Tsongor como para no darle una segunda oportunidad. Así que comencé a leer el libro con la esperanza de recuperar algunas de las sensaciones que me había producido aquel.
Sin las expectativas que tenía cuando lo cogí por primera vez, allá por los últimos días de junio, me encuentro casi sin respiración en la página 16, habiendo acabado un primer capítulo y negándome a dejar el libro bajo ningún pretexto. Sin embargo había algo que me obligaba a leerlo con detenimiento, con respeto, como si los acontecimientos que se iban produciendo en él me impresionaran sobremanera.
La prosa absorvente de Gaudé de inmediato me trasladaron a los textos clásicos, a los poemas épicos. Los capítulos breves, los párrafos espaciados, la utilización del lenguaje y la propia figura de Alejandro me envolvieron de tal manera que no hacía falta, en absoluto, que el autor me llenase con imágenes superfluas y recurrentes. Me encontraba con una novela breve, sí, pero que estaba construida en su justa medida, a la que no le sobraba ni una coma, pero que gloriosamente no le faltaba tampoco nada.
A caballo entre la historia y la leyenda, la tragedia y la gloria, el autor nos sitúa en pleno siglo IV antes de Cristo sin tener que llenar páginas y páginas de presentaciones, descripciones y datos, nos introduce directamente en la propia historia sin crear caminos alternativos que tengan que demostrar los conocimientos adquiridos por el autor.
Laurent Gaudé vuelve a darnos una lección de escritura, de manejo de la prosa, de lograr transmitir al lector esa soledad del héroe que tanto se ha buscado a lo largo de la historia de la literatura y lo hace de la mejor manera posible, con un texto profundo y cargado de significado, donde el lector nota, a medida que van pasando las páginas, que el vello se eriza ante las imágenes que se van dibujando sin descanso.
Los últimos instantes del gran Alejandro Magno a modo de narración épica, hasta tal punto que las gestas anteriores se diluyen, hacen que nos interese ese presente dramático del que somos testigos. Una evocación mística que logra invadirnos como si hubiésemos encontrado un manuscrito perdido.
Me ha encantado, hacía tiempo que no encontraba un libro tan poético y profundo, bien escrito y tan diferente a lo que se publica normalmente. Lo recomiendo si quieres algo diferente .
ResponderEliminarTienes toda la razón Dido, es algo diferente, lo que es de agradecer, y posee ese lirismo que tan poco se prodiga últimamente, al menos con un resultado tan notable.
Eliminar