La Gran Vía madrileña es, para quienes somos de provincias, ese espacio urbano que nos permite ver las bellezas y las miserias de una de las ciudades más representativas de Europa. Quien no se haya quedado extasiado con sus edificios, con sus comercios y espectáculos quizá debería hacérselo mirar o, cuanto menos, disfrutar más con aquello que se le presenta y rompe el universo en que se mueve. De la misma manera nos ha sorprendido, hasta estos últimos años al menos, aquellos habitantes de las aceras que luchan por sobrevivir de la mejor manera posible; por no hablar de esas calles perpendiculares que se nos antojaban caminos hacia lugares que nada tienen que ver con la calle madrileña por excelencia.
Manuel Longares, madrileño, nos arrastra por ese mismo espacio a lo largo del mismo siglo XX de Las cuatro esquinas y Romanticismo.Y lo hace mostrándonos la brillantez de la Gran Vía y los tonos grises de aquellas calles que convergen en ella.
Con ese estilo tan personal y la voz propia en que ha convertido su lenguaje nos traslada al Madrid del siglo pasado como si nos estuviera contando un hecho anecdótico más que una historia, serán necesarias casi treinta páginas para que nos percatemos de que es Gregorio Herrero el protagonista de esta novela a tres tiempos. Tres momentos de la historia de la capital de España y sus personajes, el ya mencionado Gregorio, su esposa Modesta y sus hijos Goyo y Modes.
Tres tiempos que nos recuerdan a los de Romanticismo (Premio de la Crítica 2001), aunque ahora, en vez de ser la burguesía del barrio de Salamanca, serán los miembros de las clases más llanas los protagonistas: los porteros de una finca de la calle Infantas.
El lenguaje rico y profundo (a mí particularmente me sobra algún que otro laísmo que me chrirría) nos envuelve desde el primer momento, haciendo literatura del lenguaje popular, de las tonadillas, jotas y chotis, acercándonos al Madrid de los años cuarenta primero, los setenta después, para finalizar en el mes de noviembre de 1975.
Pero sin duda alguna el aspecto que más logra llamar la atención de la novela es la ingenuidad que da nombre al título del libro, ingenuidad de los protagonistas ante las diferentes situaciones en que se encuentran. Manuel Longares consigue que toda la novela esté inmersa en un tono amable, como si se hubiese contagiado de la propia ingenuidad de los personajes, hasta tal punto que los dramas apenas son tales y simplemente se perfilan para señalar que están ahí.
Una novela agradable, de lectura ágil, que nos mantiene siempre atentos, para comprobar si las expectativas de los Herrero se cumplen o no. Un narrador genial que no tiene que demostrar nada, simplemente nos cuenta una historia, o varias historias, y lo hace de manera personal, dando voz a quien sí tiene algo que contarnos, acercándonos a su lenguaje y sus pensamientos. Para ello se acercará más a la ironía y el humor, siempre de manera inteligente, antes que a lo dramático.
No hay comentarios:
Publicar un comentario