No soy taurino, las veces que he visto festejos con picadores se pueden contar con los dedos de la mano, pero debo reconocer que leyendo el libro de Simon Casas he estado tentado, en más de una ocasión, de buscar la hucha de mis ahorros y tenerla preparada para cuando José Tomás anuncie su siguiente corrida.
No sé qué es lo que me atrajo del libro, ni siquiera qué esperaba encontrar, pero sí que tengo claro que el autor logra transmitir toda la pasión que él siente por el mundo del toro, acercándonos a su esencia histórica y artística. Hasta tal punto que hay momentos en los que aparece la figura del torero de Galapagar y ofrece al lector esa maestría, esa sabiduría que ni las cámaras son capaces de reflejar.
En tres tiempos es capaz de llevarnos de la mano a la arena del Coliseo de Nimes, al Madrid bohemio y taurino de los años sesenta y a los propios entresijos de la fiesta. Y lo hace con la pasión de artista, para él "escribir es igual que torear", que se entrega en cuerpo y alma, que no pretende demostrar nada, sino narrar los acontecimientos desde su propio y personal punto de vista.
Un libro taurino, sí, pero muy literario, donde la poesía dibuja con trazo firme las distintas suertes que José Tomás regaló a los 18.000 espectadores de aquella tarde perfecta, de aquella faena llena de magia que dejó sin aliento a los testigos de un momento épico de cuyos ecos Simon Casas nos hace testigos.
Con un prólogo incitante Andrés Calamaro ofrece las primeras pinceladas de lo que el lector va a encontrarse en el libro, haciéndonos partícipes de los nervios, sensaciones y asombros que aparecerán a continuación.
Y es que a lo largo de las poco más de cien páginas del libro el empresario taurino, escritor y torero, nos ofrece un verdadero disfrute para los sentidos, pues a través de sus palabras se puede oír el roce de la capa con el toro, incluso el de este con el traje de luces; se huele la lucha titánica entre dos colosos; se observa la faena conteniendo la respiración "pases raros con los enlaces más insólitos: caleserinas, fregolinas, serpentinas, tapatías, rancheras... ¡Pases recogidos en ramos como si fueran flores" (reconozco que he tenido que pedir ayuda para entender, o tratar de entender muchos de estos términos); se grita un olé casi místico al sentir la trayectoria de Ingrato; se toca la arena como símbolo de un ritual en el que se participa; y se saborea, casi con deleitación, cada instante como si se pretendiese mantener en la lengua todo su sabor.
Un relato lírico, al menos la parte en que Simon Casas nos traslada al coso de Nimes, que nos lleva al universo de la ensoñación. Pero también reflexivo e introspectivo, que nos acerca al lado mítico y bohemio del mundo del toro y a los entresijos de una fiesta con claros y oscuros.
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