Reconozco que no he leído ninguna de las obras anteriores de Espinosa, que a pesar de ojear un poco por encima algunas de sus páginas no lograron llamarme la atención como para sumergirme en su lectura. Por supuesto que disfrutaba de su éxito y me alegraba de que tuviese esa gran legión de seguidores (hasta esta semana no sabía que era también él responsable de una serie de televisión, o al menos del guión de buena parte de sus capítulos).
El caso es que en esta ocasión abrí la primera página del libro y comencé a leer mientras en mi cabeza resonaba esa idea, no siempre real, de que algo tiene que tener para que enganche y apasione a tanta gente. Por mi profesión he aprendido a valorar, creo que en su justa medida, que hay libros muy buenos para ciertos lectores y a los que a otros -por prepotencia, orgullo o simplemente por creer estar por encima de los demás- les resultan indiferentes.
Y hete aquí que, una vez superada la extrañeza que provoca la profusión de puntos suspensivos que tanto usa el autor (he comprobado que no es nada nuevo en él), las páginas se sucedieron con velocidad y lograba acompañar al protagonista, a los protagonistas, con la facilidad de quien apenas se percata de que está leyendo.
Y es que no es solo la escritura sencilla y fluida la que me ha permitido leer con rapidez, de penetrar en las diferentes historias que se solapan, sino esa capacidad que posee Espinosa para narrar una novela que parece no querer decir nada, pero que descubres, casi en cada página, que reivindica un montón de cosas.
Una novela de emociones, de verdades, de sinceridad y, sobre todo, de segundas oportunidades. Una novela que parece avanzar siempre en sentido recto, directo, dejando que el lector rellene esos caminos secundarios por los cuales no se circula. Puede que sea también el sentido de esos puntos suspensivos, el invitar al lector a que los rellene con su propia experiencia. Una novela que invita a pensar, de ahí esa etiqueta de difícil explicación en una novela.
Seguro que buena parte del éxito de la narrativa de Albert Espinosa radique en esa mano que tiende al lector, en permitirle que tome sus propias decisiones en la lectura, pero también que cada una de las imágenes que aparecen reflejadas parezcan transportadas a la propia vida del lector. Como si este hubiese vivido parte de lo narrado aunque con ligeras variaciones.
Una lectura sincera, sin subterfugios, que cuenta lo que tiene que contar sin dar vueltas y más vueltas. No es una novela familiar, aunque hay tentación de decirlo así, mas sí está cargada de las emociones necesarias como para dotar a la propia familia (más que la que aparece narrada) de un capítulo aparte aún sin escribir. Una novela que logra que, al menos mientras dura la lectura, la mente vague en pos de cómo entender la propia vida y la de quienes nos rodean.
Si todo esto no te ha convencido tengo que decirte que hay algo que define, aunque cueste creerlo apenas llevas unas páginas leídas, este libro de Albert espinosa: es una novela optimista, que logra despejar los nubarrones de la propia historia que se narra, para mostrar la claridad de un espacio limpio y claro.
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