Descubrí a Mathias Enard cuando me propuso, a través de su libro Habladles de batallas, de reyes y elefantes, volver a Estambul, a la Constantinopla de mayo de 1506, en compañia del pintor Miguel Ángel. Encontré un escritor brillante, que tenía bien claro lo que pretendía a la hora de escribir y, lo que es más importante, a la hora de pensar en el lector. Sus apenas 180 páginas me encantaron y me atraparon en una segunda lectura, más pausada y sosegada, que me demostraba que había encontrado ese narrador con el carisma suficiente para seguirle la pista.
Han pasado dos años y, casi sin percatarme, he leído su nueva novela. Una narración vital, en la que, como en la anterior, el viaje acompañará a su protagonista y será una ciudad mediterránea donde se centre la historia. Estambul dará paso ahora a Tánger, en un primer momento, y Barcelona, después. Y el genio de Miguel Ángel Buonarroti cederá el testigo a Lajdar, un joven marroquí que nos indicará el camino por la calles de ambas ciudades a través de un viaje iniciático del que seremos testigos principales.
Hay mucho de juventud, de actualidad, de choque cultural; el joven protagonista conocerá de primera mano el fundamentalismo islámico mientras cantos de sirena le señalan cómo es el mundo occidental de la Europa del siglo XXI. Pero en su mente, y en su experiencia, se sentirán los distintos momentos de la llamada primavera árabe (las nuevas tecnologías le harán partícipe de lo sucedido en Túnez, Egipto, Siria o el mismo Marruecos), mientras no será ajeno a los movimientos de los "indignados" en España.
Enard construye una historia humana, donde los protagonistas van evolucionando bajo la influencia de sus circunstancias, una historia de amor y violencia en la que la pérdida de la inocencia será la puerta que hay que traspasar para ser testigo de lo que acontece.
Quizá lo más significativo, además de las vivencias de Lajdar, es que estamos ante una novela de difícil clasificación: hay mucho de novela negra, de aventuras y novela de iniciación. La intriga, el misterio que parece esconderse en la página siguiente crea esa atmósfera que nos sitúa en la primera de esas clasificaciones; las peripecias por las que pasa el protagonista son, a todas luces, componentes principales de la novela de aventuras; y ese viaje iniciático, de crecimiento personal, que recorre Lajdar, hace, junto con el multiculturalismo, una opción que el lector baraja desde las primeras páginas.
Hay además repetidas referencias a la literatura, desde la novela negra que lo acompaña durante buena parte de su vida, hasta esa literatura de viaje que nos aporta nombres como Paul Bowles, William Burroughs o Ibn Battuta. Pues será ese viaje el que actuará como el motor literario para que la novela cobre trascendencia a medida que se van sumando sus páginas.
Pero lo más significativo, además de que sea Lajdar quien nos hable en primera persona, es su evolución personal -y con él la de la narración-, desde un inicio lleno de picaresca que atrae al lector a ese universo exótico que a veces simbolizan ciertas ciudades de Marruecos y buena parte de hedonismo que parece caracterizarle, para convertirse posteriormente en una tragedia personal significativa. No tanto por la pérdida de sueños, sino por la resignación que trasmiten sus palabras (esa especie de pérdida de juventud que también transmite el final extraño de la llamada Primavera Árabe y los movimientos "indignados" de España) y la sensación de sentirse un apátrida.