Aunque reconozco que la imagen que de Ignatius Reilly, el protagonista de esta historia, sigo teniendo en mi cabeza es aquella que aparecía en la primera edición española en la colección "Panorama de narrativas" de esta misma editorial, la que ilustra esta nueva portada también se le da un aire (eso sí, después de varias miradas).
No voy a entrar en los estereotipos existentes alrededor de este libro salvo que el autor no lo vio publicado y que, pese a vagar durante años en busca de un posible editor, no solo consiguió ser un éxito entre los lectores, sino que obtuvo el prestigioso Premio Pulitzer en 1981. Pero lo cierto es que estamos ante un libro que no ha perdido un ápice de fuerza con el pasar de los años.
De un humor desgarrador, esperpéntico, cada página se convierte en una superación de la anterior, con unas situaciones tan disparatadas que es inevitable el asombro, primero, y la carcajada después.
Recuerdo que un día, en una conversación, alguien que lo acababa de leer explicaba, o al menos lo intentaba, de qué iba la novela. Y puedo asegurar que en nada se parecía al libro que yo había leído. No quiere decir que sea una lectura compleja, ni de difícil asimilación, al contrario, pero es tal el surrealismo de sus páginas, lo grotesco del personaje y sus situaciones que cualquier intento de hacer una sinopsis crea más lagunas de las que rellena.
Es posible que el protagonista, inadaptado, trágico, grotesco, incluso desagradable en los primeros momentos, hoy sería tachado de "friki". Pero incluso dicha palabra no llenaría la descripción de Ignatius. Ni siquiera la descripción que de él se hace nada más dar comienzo al capítulo primero nos permite algo más que imaginar un poco por encima el aspecto del protagonista.
Y es que estamos ante ese antihéroe que logra que nos debatamos entre la sonrisa y la repulsión, que en la misma página logra que vayamos de la comedia a la tragedia y del drama a la risa. Consiguiendo ponernos, como lectores, en situaciones un poco incómodas. Incluso ahora, imaginando algunas de sus escenas y el instante de su lectura, tengo que hacer un gran esfuerzo para que lágrimas de risa no acudan a mis ojos.
Hay quien ha tachado el libro de obra maestra, no sé si llega a tanto, pero lo que está claro es que ofrece una lectura con muchísimas posibilidades y en la que el disfrute está asegurado, además, claro está, de la diversión.
Y no hay que olvidar que el humor, el drama y todo lo que conlleva la novela crea una visión esperpéntica de la sociedad de Nueva Orleans. Visión que seguro en muchos aspectos se acerca más que se aleja de la realidad.
Una lectura más que recomendable, adictiva, la propia narración, la manera magistral que tiene el autor de contar las cosas, te impide alejarte mucho de libro, buscar cualquier instante para continuar la lectura. Además, posee una de esas características que hace especial al libro (aparte de hacerte reír como un poseso), la frescura de principio a fin. No solo es tan vigente como el primer día, sino que tras los años parece que estás leyendo algo nuevo, lleno de sorpresas y desvaríos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario