Recibo la noticia del fallecimiento de Javier Tomeo justo cuando tenía entre mis manos sus Cuentos completos publicados por Páginas de Espuma. Sabía de su enfermedad, incluso de su ingreso hace unas semanas, pero a nadie le gusta que uno de sus autores más entrañable desaparezca.
Y es que Tomeo tenía ese algo distinto que le hacía ser un narrador especial -no sé si por su singular forma de narrar, o por todos los seres que nacieron de su pluma-, un narrador que lograba, libro a libro, lectores fieles que esperaban con impaciencia cada nueva obra suya.
Ajeno a modas comerciales y con una prolífica trayectoria creció como escritor de novelas baratas bajo el seudónimo de Frantz Keller, pero fue con Amado monstruo, en 1985, cuando se mostró como el escritor que es. Atrás quedaban El cazador (1967), El unicornio (1971) y El castillo de la carta cifrada (1979), pero empezaba a gestarse ese escritor especial, inclasificable, con una imaginación desbordante que nos acercó a un universo de seres deformes y monstruosos del que ya no podíamos separarnos.
Luego llegaron El cazador de leones (1987), Bestiario (1988), Preparativos de viaje (1991), La agonía de Proserpina (1993), La mirada de la muñeca hinchable (2003), Los nuevos inquisidores 2004), El cantante de Boleros (2005) y un buen número de títulos más a los que hay que sumar numerosas obras de teatro que siguen poniéndose en escena en buena parte de Europa.
Hay quien le consideraba un escritor de culto, restringido a lectores concretos, pero más como un elogio que como una crítica, ya que su prosa sencilla y directa, lograba traspasar incluso las armaduras de quienes se veían predispuestos a no sentirse a gusto rodeado de los seres que el escritor aragonés mostraba en sus novelas. Sus imágenes kafkianas y surrealistas invitaban al disfrute de la lectura y atrapaban al lector gracias al perfecto dominio del humor y de los mundos llenos de excesos.
Pero quizá me quedo con una de las frases que parecían acompañarle siempre: "Dios puso a los animales en el mundo para humanizar a los hombres". Y es que con Tomeo las bestias tenían voz propia y eran quienes mejor señalaban los defectos del ser humano.
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