Patrick Modiano es uno de esos autores que parecen rondarte mucho tiempo antes de que te des por aludido, de hecho En el café de la juventud perdida me mira desde la estantería esperando ser leído desde hace al menos tres años.
Con una larga trayectoria como escritor, es uno de los autores más representativos del panorama literario francés, poco a poco van editándose en nuestro país aquellos títulos que parece nunca iban a serlo. Como es el caso de esta pequeña novela, 174 páginas, que ahora publica Cabaret Voltaire y que vio la luz en en Francia en 1992.
Una novela en la que encontramos a un escritor más íntimo, personal y maduro. Que no necesita ya demostrar nada y que se asienta en una narrativa sencilla que parece no esconder nada a cualquier tipo de lector.
Y es esa sencillez lo que más llama la atención de Un circo pasa, pues sorprende en todo momento el uso de las palabras exactas, la falta de artificios vanos que dotarían a la novela de una mayor extensión. Hasta tal punto que cuando se toma el libro parece que estemos ante un relato al que la edición pretende sacarle un mayor partido editándolo de forma individual. Pero de inmediato la lectura aclara que Modiano no tiene necesidad de describir mucho, ni siquiera de extenderse, pues conecta con el lector desde la primera página.
Es cierto que da la sensación de que los datos se ofrecen de manera incompleta, como que falta algo para entender no tanto la trama de la novela como la situación de los personajes principales. Esos datos se van dando con cuentagotas, implicando al lector, y en especial a su imaginación, en una historia de la que él es partícipe porque debe ir desgranando cada una de las aportaciones que hacen quienes explican su situación y sus movimientos.
No contento con eso Modiano contruye un juego narrativo cuyo contrincante no es otro que el lector. Un juego en el que la atmósfera narrativa, la propia historia parece detenerse por momentos, como si todo quedase envuelto en el silencio y no sucediese nada. Para, de repente, atosigar al lector con multitud de nombres de personas y lugares que aparecen y desaparecen con una rapidez tal que se hace imposible no ya su memorización sino su ubicación geográfica y personal.
No significa que el lector se agobie y deba retroceder para recuperar el pulso de la novela, al contrario, este accede a la invitación del escritor y recorre a toda velocidad por las calles y los encuentros sacando esos datos necesarios para que la historia siga desarrollándose.
Logra, además, que sean los protagonistas: Lucién y Gisèle, quienes nos lleven de la mano a lo largo de toda la narración, sucumbiendo a los miedos de él en todo momento y asombrándonos de los giros que se producen. Compartimos con Lucien las dudas, en especial sobre Giséle, que parece que se nos va escondiendo durante toda la novela.
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