Qué mejor manera de volver de vacaciones que hacerlo con uno de los libros que me han acompañado, y de qué manera, durante esos días de descanso. Y como en este mismo blog, además de hablar de los libros que me van resultando interesantes, recomiendo viajar como uno de los placeres que debemos potenciar siempre que nos sea posible, mal haría sino lo ejerciese yo mismo.
Lo que está claro es que tras recorrer buena parte de la geografía de Armenia lo lógico era tener a mano una lectura que me permitiese ahondar más en el pequeño país del Caúcaso. Profundizar en su historia, sus costumbres, su cultura y su religión a través de alguien que se había sentido subyugado desde el primer momento y que dedicó parte de su prosa y de su verso a reflejar sus experiencias.
Es cierto que han pasado más de ochenta años y que Armenia ha evolucionado, a marchas forzadas los últimos quince años, y ya no es el país que visitó Ósip Mandelstam, pero se mantiene toda su esencia y no hay página que no se muestre tan actual como lo fue cuando él viajó.
No hay duda que tan importantes como los propios textos y versos del escritor es la introducción de Gueorgui Kubatián que nos acerca tanto al contexto ruso en el que se mueve el autor, como en la Armenia que le acoge y le inspira a la hora de escribir. A pesar de su origen ruso sigue viviendo en Yerebán, la capital armenia, y eso le permite conectar plenamente con los textos y autentificar cada uno de los espacios narrativos y geográficos en los que se mueve Mandelstam.
También acertados y tremendamente ilustrativos son las notas de Helena Vidal, quien se hace cargo de la edición y la traducción, pues sitúa en todo momento al lector en el mundo particular del escritor, así como profundiza en toda su trayectoria literaria e investigadora.
Ósip Mandelstam es un escritor y un poeta culto y cultivado, que ofrece una prosa radiante, que no se conforma con narrar una historia, sino que profundiza en ella implicándose desde la primera página. De sus manos no solo conoceremos las ciudades y lugares más emblemáticos de Armenia, sino que nos sumergiremos, sin apenas darnos cuenta, en los pasajes de la historia y la cultura más trascendentes del país.
El autor presta atención a todo lo que se presenta ante él, desde el paisaje, las gentes y los colores, hasta los sonidos, los susurros y los olores. Tanto su prosa como su poesía se hacen partícipes de ello y el lector apenas debe hacer más esfuerzo que leer para que le acunen las aguas del lago Seván o sienta el frío de la nieve del monte Ashtarak.
Mandelstam es un gran escritor, que maneja a la perfección la palabra y su armonía, que crea una prosa de gran belleza, pero por encima de todo es un perfecto "informador", pues logra transmitir todo lo que se presenta ante él.
Y la poesía, por su parte, arrastra de tal manera que el lector queda prendado de inmediato tanto de la lírica como de los mensajes y descripciones que esta lleva entre sus versos.
Debo reconocer que la lectura de muchos de sus pasajes han despertado en mi las mismas sensaciones que cuando todos mis sentidos estaban en tierras armenias. Cómo no participar de la misma imagen que el autor describe así: "Tuve la ocasión de observar las nubes rindiendo culto al Ararat. Se movían con el movimiento descendente y ascendente de la nata entrando en un vaso de té dorado y dispersándose en forma de cúmulos tuberculares", cuando se tiene en la mente la misma magen impresa del bíblico monte que acompaña la vida de los habitantes de Yerebán y como yo, como viajero, me siento preso de una atracción de la que no puedo despegarme por mucho esfuerzo que haga.
Debo reconocer que la lectura de muchos de sus pasajes han despertado en mi las mismas sensaciones que cuando todos mis sentidos estaban en tierras armenias. Cómo no participar de la misma imagen que el autor describe así: "Tuve la ocasión de observar las nubes rindiendo culto al Ararat. Se movían con el movimiento descendente y ascendente de la nata entrando en un vaso de té dorado y dispersándose en forma de cúmulos tuberculares", cuando se tiene en la mente la misma magen impresa del bíblico monte que acompaña la vida de los habitantes de Yerebán y como yo, como viajero, me siento preso de una atracción de la que no puedo despegarme por mucho esfuerzo que haga.
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