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viernes, 17 de abril de 2020

UN VIEJO QUE LEÍA NOVELAS DE AMOR. Luis Sepúlveda



   Leer las noticias estos días de confinamiento tienen el peligro de sentir el dolor por las cifras que se barajan, por los números que parecen hacernos inmunes ante la pérdida de vidas humanas y la tragedia que eso significa. Y cuando los números dan paso a los nombres no podemos por menos que recordar lo que han significado para nosotros.
Descubrí a Luis Sepúlveda gracias a que mi madre dejó, creo que a propósito, Un viejo que leía novelas de amor sobre mi mesilla, con la sana intención de curarme mi falta de atención hacia los escritores sudamericanos que no se apellidasen García Márquez.
Y no solo lo consiguió, sino que me abrió la puerta a un escritor fantástico, con una fuerza narrativa tan propia como subyugante, tan divertida como sugerente y tan limpia que uno no puede dejar de dar gracias por poder leerlos. Cuando luego descubrí que en algunos institutos era lectura obligatoria, como también lo era en otros Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, recuperé la fe en los profesores de literatura (reconozco que yo los tuve muy buenos).
Si hay algo que admiro de los escritores, de algunos escritores, es que sean capaces de escribir novelas, en el amplio sentido de la palabra, sin tener que estirar y estirar la historia, de contar de manera muy sencilla las cosas; de conseguir con breves pinceladas que los lectores seamos capaces de reconocer los lugares y personajes que hacen la historia.
Luis Sepúlveda ha conseguido eso y mucho más, pues ha logrado también que nos divirtamos con la novela, que tomemos conciencia de muchas cosas y, lo que es más importante, nos posicionemos en qué lugar queremos ocupar.
Así que no he podido por menos hoy que echar mano en la estantería de la vida de Antonio José Bolívar Proaño. He conocido como fue su mujer, Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo, al doctor Rubicundo Loachamín, a los indios shuar (mal llamados jíbaros) y otros vivos y muertos que completan una historia sugerente, verde amazónica, tierna y divertida, muy divertida. La lectura, relectura de Un viejo que leía novelas de amor  es ágil  y un deleite para los sentidos, un verdadero cúmulo de sensaciones que te obligan a leer despacio, saboreando cada frase, admirando la manera en que Luis Sepúlveda es capaz de comunicar, de lograr trasladarte a El Idilio y sus cercanías, su selva, sus ríos, su vida, sus gentes...
Y debo reconocer que la pena se ha trasmutado en placer por vivir de nuevo esta historia, de viajar, sentir la humedad, el calor, la vida.
GRACIAS LUIS.

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