Son muchos los libros que, en especial en los últimos años, se refugian en la literatura, la lectura, o incluso en el mismo libro, para construir una historia. Basta acercarse a cualquier librería - en estos días virtual, por supuesto-, para comprobar al menos una docena de títulos que escogen este camino para crear una historia.
Y por supuesto, lo reconozco, que a casi todos ellos les presto una atención especial. Comienzo su lectura solo por el hecho de acercarse al mundo del libro de una forma distinta. Sí, es cierto que no todos cumplen las expectativas iniciales y son varios los que duermen en las estanterías esperando un nuevo intento de lectura. Pero también hay otros que atrapan desde el inicio, desde sus primeras páginas. Sabes que tiene algo especial en cuanto descubres que la historia, los personajes, la forma de narrar o de construir el libro muestran una conexión especial.
Algo así sucedió con La librería de monsieur Picquier, pues ya desde su comienzo, desde las tres primeras páginas que componen en primer capítulo, el narrador te atrapa; no sabes muy bien si por el desparpajo, la capacidad de asombro o la inexperiencia de sus dieciocho años, o por que intuyes que la relación de este, Grégoire, y monsieur Picquier tiene algo especial, algo lleno de magia. No, no se asuste nadie por el uso de la palabra "magia"; no, no hay nada de extraordinario, de fantástico o irreal, al contrario, todo lo que Marc Roger nos cuenta es tan real que roza lo extraordinario (es cierto: la realidad supera siempre la ficción).
La librería de monsieur Picquier es una novela de iniciación, de búsqueda y crecimiento, pero sin alardes iluminadores, ni de autoayuda. Estamos, simplemente, ante una historia de encuentro y aportación mutua, en la que un anciano librero se convertirá en guía y director de un joven auxiliar en la residencia de ancianos en que uno vive y el otro trabaja.
Una lectura llena de belleza y sensibilidad, que trata sin ambages la muerte como parte de la vida, pero que, por encima de todo, habla de la amistad, de la felicidad y, como no, de la literatura. Y es que como dice el octogenario librero: "un día sin haber leído es un día perdido", y no solo eso es mostrar todo lo que la lectura puede aportar, tanto a quien la lleva a cabo como quienes se pueden beneficiar de ella. Y es que Grégoire, sin acierto en los estudios y trabajando en la cocina de la residencia, descubre gracias a su mentor el tesoro que hay dentro de los libros, convirtiéndose en lector para el librero, con parkinson y glaucoma, y todos los demás habitantes de la residencia.
Desde El guardián entre el centeno hasta Juego de tronos, pasando por Maupassant, Whitman, Kerouac y Genet, entre otros, el lector participará junto a los protagonistas en un juego lleno de ternura y realidad, de bondad y senectud, de humor y sobriedad.
"Pauca Meade" (lo poco que me queda) es la consigna del viejo librero que tras vender su librería seleccionará 3.000 libros, una décima parte, para que le acompañen en su retiro y sean el vínculo con la literatura que nunca va a abandonar. Y la fuente de la que manará una historia que emociona al lector y permite, al menos durante un tiempo, reencontrarse con todo lo bueno que tiene la humanidad.
Algo así sucedió con La librería de monsieur Picquier, pues ya desde su comienzo, desde las tres primeras páginas que componen en primer capítulo, el narrador te atrapa; no sabes muy bien si por el desparpajo, la capacidad de asombro o la inexperiencia de sus dieciocho años, o por que intuyes que la relación de este, Grégoire, y monsieur Picquier tiene algo especial, algo lleno de magia. No, no se asuste nadie por el uso de la palabra "magia"; no, no hay nada de extraordinario, de fantástico o irreal, al contrario, todo lo que Marc Roger nos cuenta es tan real que roza lo extraordinario (es cierto: la realidad supera siempre la ficción).
La librería de monsieur Picquier es una novela de iniciación, de búsqueda y crecimiento, pero sin alardes iluminadores, ni de autoayuda. Estamos, simplemente, ante una historia de encuentro y aportación mutua, en la que un anciano librero se convertirá en guía y director de un joven auxiliar en la residencia de ancianos en que uno vive y el otro trabaja.
Una lectura llena de belleza y sensibilidad, que trata sin ambages la muerte como parte de la vida, pero que, por encima de todo, habla de la amistad, de la felicidad y, como no, de la literatura. Y es que como dice el octogenario librero: "un día sin haber leído es un día perdido", y no solo eso es mostrar todo lo que la lectura puede aportar, tanto a quien la lleva a cabo como quienes se pueden beneficiar de ella. Y es que Grégoire, sin acierto en los estudios y trabajando en la cocina de la residencia, descubre gracias a su mentor el tesoro que hay dentro de los libros, convirtiéndose en lector para el librero, con parkinson y glaucoma, y todos los demás habitantes de la residencia.
Desde El guardián entre el centeno hasta Juego de tronos, pasando por Maupassant, Whitman, Kerouac y Genet, entre otros, el lector participará junto a los protagonistas en un juego lleno de ternura y realidad, de bondad y senectud, de humor y sobriedad.
"Pauca Meade" (lo poco que me queda) es la consigna del viejo librero que tras vender su librería seleccionará 3.000 libros, una décima parte, para que le acompañen en su retiro y sean el vínculo con la literatura que nunca va a abandonar. Y la fuente de la que manará una historia que emociona al lector y permite, al menos durante un tiempo, reencontrarse con todo lo bueno que tiene la humanidad.
Este libro me lo apunto para cuando acabe el retiro domiciliario de los libreros. Tiene pinta de gustarme. Un saludo
ResponderEliminarMerece la pena sí. Deja un muy buen sabor de boca. Y lo mejor, en estos tiempos que nos ha tocado vivir, es que habla de lectura individual y en grupo; en el interior y en el exterior (algo que se añora mucho).
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