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sábado, 4 de abril de 2020

MUERTE A CONTRARRELOJ



En algún momento de los últimos años quise leer Los usurpadores, pero me costó centrarme tanto que aún se mantiene desde entonces en la estantería de los no leídos. Aunque no suelo leer las sinopsis por cuestiones obvias, me he acostumbrado a que en demasiadas ocasiones no se ajustan a la realidad, en algún lugar leí que además de crear novelas con amplias dosis de intriga Jorge Zepeda Patterson poseía una escritura destacable.
Así que al llegar a mis manos Muerte contrarreloj me asaltaron las dudas de aquella lectura iniciada y no finalizada. Más aún cuando creía recordar que la manera de usar el lenguaje del mexicano era parte de la causa de aquella lectura interrumpida. Pero claro, una novela de intriga y encima en el Tour de Francia en un año en que, como todas las competiciones deportivas, está en entredicho, me hizo decidirme a pensar en el libro como una opción que no podía dejar escapar.
Las reticencias de su anterior obra, que tengo claro ahora que leeré más pronto que tarde, eran inferiores a mi pasión por el ciclismo, en especial por la ronda gala que me ha hecho más llevaderas las tardes del mes de julio desde, al menos, treinta y dos años. O las noches, si el trabajo me obligaba a posponer el visionado de las etapas. Así que cogí el libro con el ansia de ser partícipe no solo de la competición, sino de los entresijos de la carrera.
Desde la primera página quedé atrapado por la prosa de Zepada Patterson, por las descripciones de cada uno de los personajes, en especial de Marc Moreau, el protagonista y narrador de los acontecimientos que transcurren durante el Tour de 2016, pero también de su evolución como ciclista.
En ningún momento me pude imaginar que el autor y su narrador lograran atraparme de tal manera que buscase los momentos más inusitados para seguir la lectura, para participar en cada una de la etapas de la ronda y tener que frenar mi voz para que no estallase en voces de aliento cuando las bicicletas se ponían a rodar.
Pero no solo eso, he recorrido las cimas más carismáticas de Tour de la mano de uno de los más destacados escaladores, sino que he vivido, desde un pedestal inimaginable, los entresijos de la carrera, observando de manera privilegiada a todos los miembros de los equipos, no solo corredores, sino también directores y equipo técnico, auxiliares, masajistas, mecánicos, inspectores...
Por si todo eso fuera poco en todo momento he puesto cara, y piernas, a buena parte de los miembros del pelotón, descubriendo a ciclistas en activo, o al menos eso he creído (sin pretenderlo en ningún momento) durante toda la lectura. Hasta tal punto que me he visto obligado a escribir una vez distanciado en Tour, a que se enfriasen buena parte de las sensaciones que transmite la carrera, para tratar de enfriar el cúmulo de sensaciones que se produjeron una vez finalizada la lectura que se produjo apenas unos días antes del inicio de la carrera del último año.
Pero es que además he vivido la lectura con pasión -no digo que pedaleando, pero casi-, esforzándome en las subidas y ajustando el manillar en las peligrosas bajadas. Mirando en todo momento con desconfianza a los rivales y olvidándome, por suerte, de los pinganillos que impiden que el deporte se desarrolle con las estrategias intuitivas de antaño.


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