Junichiro Tanizaki es, desde hace muchos años, un escritor japonés que me tiene subyugado. Aunque reconozco que aún están a la espera de futuras lecturas varias de sus obras, otras se han ido sucediendo con notable satisfacción (ver La Llave en este blog), demostrándome como lector todo lo que atesora uno de los escritores japoneses más importantes del siglo XX.
Para aquellos que les asuste la narrativa japonesa, la lentitud, la reflexión y el detallado reflejo del comportamiento humano que a veces, al lector occidental, nos parece ralentiza en exceso la lectura van a encontrar, máxime en El club de los gourmets, en Tanizaki algo muy diferente. Una sátira irreverente, agridulce y, a pesar de los años transcurridos, publicado en 1919, muy actual.
En este cuento Tanizaki deja patente lo delicado de su pluma, la sencillez del inicio, que aunque con notables luces y sombras incita al lector en penetrar en un mundo que rápidamente se torna decadente, hasta que el relato se convierte en un espacio onírico, cercano al realismo mágico y en el que al lector-espectador le costará descubrir, al menos en una lectura rápida, qué es y qué no real.
Acompañado por las soberbias ilustraciones de Yoko Nakajima, el texto nos acerca a la búsqueda del placer a través de la gastronomía, con descripciones sugerentes llenas de metáforas que obligan al lector occidental a entrar en el doble juego de leer con detenimiento y saborear los platos que van apareciendo.
El club de los gourmets, al contrario de lo que pasa con los cinco excéntricos miembros del mismo, invita a la lectura calma, con amplios descansos cada dos páginas, a saborear cada cambio sustancial de plato. Un relato lleno de aromas, de juegos de luces, de crítica, humor, desgarro e incomprensión, pero también de magia, de placer, de perfección y de irrealidad.
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