No sé cuántos meses ha pasado El último barco en mi mesilla -ni en la pila de libros sin leer, ni en la estantería, ni siquiera sobre la mesa de trabajo, en la mesilla-, donde dos o tres libros me acompañan los últimos minutos del día. Meses sin decidirme a empezar a leer, a volver a sentir la compañía de Leo Caldas. A pesar de llevar diez años esperándolo, cierto respeto, o miedo a defraudar a un escritor que me ganó con solo dos libros escritos.
Sí, miedo a leer el libro con unos ojos distintos a los que tenía cuando conocí a Domingo Villar a través de La playa de los ahogados, a que el tiempo transcurrido haya cambiado al lector que hay en mí y no sea capaz de tener las mismas sensaciones de entonces.
Y es que si algo me dejó la lectura de aquella novela, y la posterior Ojos de agua, es que me encantaría compartir mesa y mantel con su protagonista. Disfrutar de una tertulia relajada y serena sentados en el Eligio o en cualquier taberna que se precie. Sí, ya sé que es poco serio y creíble pensar en compartir mesa con un personaje de ficción, pero eso solo lo pueden pensar quienes no son capaces de sumergirse en una historia como la que nos cuenta Domingo Villar (Por supuesto que a él también le hago partícipe del deseo de comer juntos), de acompañar al inspector Caldas por las calles de Vigo y alrededores, por sus playas, tabernas y puertos.
Más de setecientas páginas, se dicen pronto, en las que no sobra nada. Faltan, eso sí, asesinatos, bandas criminales, acción trepidante, intriga internacional. Pero es que no son necesarios. Domingo Villar construye una historia que atrapa, en la que entras como uno más, como un miembro al que se tiene en cuenta en todo momento y que puede mostrar siempre su opinión.
Y es que estamos ante una verdadera novela policíaca en el verdadero sentido de la palabra. Pues son el ya mencionado Caldas y el agente Rafael Estévez -imprescindible y cuya presencia refresca y asienta la historia-, no solo los protagonistas de la novela, sino quienes nos abren la puerta para que entren todos los demás y nos enseñen los espacios en que transcurre.
Leo Caldas recupera ese espíritu investigador clásico que no deja ninguna pista sin atender, por insignificante que parezca, que se equivoca, pero que sigue indagando ante cualquier indicio que se le presenta. Tenaz, astuto, ordenado y sagaz, invita al lector a participar en una investigación en toda regla, atando los cabos y echando mano de todos los compañeros, sean o no policías, que pueden ayudar a resolver la trama. Todos los personajes son importantes, por eso cada uno de ellos tiene su espacio y su atención, sin necesidad de muchos detalles el lector es capaz de percibir, incluso de hacer un retrato robot, de cada uno de ellos.
Una novela cristalina y ordenada, con una estructuración que roza la perfección y en la que los diálogos, inteligentes y acertados, son de lo más importante, hasta tal punto que en ellos se encuentran más detalles que en las propias descripciones. Magnífica y genial.
Más de setecientas páginas, se dicen pronto, en las que no sobra nada. Faltan, eso sí, asesinatos, bandas criminales, acción trepidante, intriga internacional. Pero es que no son necesarios. Domingo Villar construye una historia que atrapa, en la que entras como uno más, como un miembro al que se tiene en cuenta en todo momento y que puede mostrar siempre su opinión.
Y es que estamos ante una verdadera novela policíaca en el verdadero sentido de la palabra. Pues son el ya mencionado Caldas y el agente Rafael Estévez -imprescindible y cuya presencia refresca y asienta la historia-, no solo los protagonistas de la novela, sino quienes nos abren la puerta para que entren todos los demás y nos enseñen los espacios en que transcurre.
Leo Caldas recupera ese espíritu investigador clásico que no deja ninguna pista sin atender, por insignificante que parezca, que se equivoca, pero que sigue indagando ante cualquier indicio que se le presenta. Tenaz, astuto, ordenado y sagaz, invita al lector a participar en una investigación en toda regla, atando los cabos y echando mano de todos los compañeros, sean o no policías, que pueden ayudar a resolver la trama. Todos los personajes son importantes, por eso cada uno de ellos tiene su espacio y su atención, sin necesidad de muchos detalles el lector es capaz de percibir, incluso de hacer un retrato robot, de cada uno de ellos.
Una novela cristalina y ordenada, con una estructuración que roza la perfección y en la que los diálogos, inteligentes y acertados, son de lo más importante, hasta tal punto que en ellos se encuentran más detalles que en las propias descripciones. Magnífica y genial.
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