Hay veces que mis lectores se extrañan de que un libro que ellos consideran notable, e incluso sobresaliente, no me lo haya leído. Sí, es cierto que los libreros no somos capaces de leernos todos los libros que hay en el mercado, ni siquiera lo que tenemos en las estanterías de nuestra librería. Pero también es cierto que las señales y recomendaciones que nos hacen nuestros lectores rara vez caen en saco roto y más pronto que tarde el libro en cuestión ocupa nuestro tiempo de lectura.
Por supuesto que algunos de esos libros debieron coger al lector en cuestión en algún momento de debilidad, porque de otra forma y conociéndole, no es entendible su defensa a ultranza, pero también que un buen número de ellos se convierten en un gran descubrimiento que nos acompañará a lo largo de nuestra vida. De hecho, cierro los ojos, y se me ocurren muchos libros que gracias a esas recomendaciones siguen presentes en la librería después de muchos años y ganando adeptos semana tras semana.
Con Un plan sangriento ocurrió lo descrito, uno de mis mejores lectores (perdónenme el posesivo, pero la unión entre el librero y el lector es algo reseñable en estos tiempos en los que la relación personal está en suspenso) dejó en libro frente a mí y me dijo que sí, que tenía que leerme el libro, que no me iba a dejar indiferente (habíamos comentado no muchos días antes la buena pinta que tenía).
El caso es que lo aparté, dispuesto leerlo de inmediato, mas como sucede a menudo, quedo solapado por otros títulos, aunque sin abandonar el espacio dedicado a las lecturas próximas. Y debo reconocer que, una vez iniciada su lectura, quedé prendado de la historia de Roderick y de los demás habitantes de Culdui, en el corazón de la Escocia más profunda.
Graeme Macrae Burnet utiliza la fórmula del documento encontrado para crear una historia heredada. Aunque es común, es de resaltar los moldes que rompe, las circunstancias y las peculiaridades que posee, desde la herencia genética entre el escritor y el autor del texto, hasta el motivo por el que es escrito, sin olvidar la particularidad de estar escrito de manera notable a pesar de ser el hijo de un aparcero. Todo ello perfectamente explicado, como autentificando cada una de las partes que componen el libro.
De complicada etiquetación, no me entra en la cabeza situarlo dentro de la novela negra o género similar. Sí, claro que tiene unas importantes dosis de intriga que te hacen, además, querer seguir leyendo para comprobar en qué acaba el libro, pero el mérito de Macrae Burnet es, primero lograr que nos situemos en la Escocia del siglo XIX, más en concreto en 1869, y luego que prestemos atención al desarrollo judicial del proceso.
Con una amplia documentación etnográfica y social, el autor logra trasmitir la situación de la Aldea de Culdui, en Ross- shire, el sometimiento a las tierras y al señor su propietario, las supersticiones, la religión, la situación humana y un ambiente opresivo y gris que logra atenazar más al lector que a sus protagonistas.
Serán estos, los personajes, los que transmitan el estado en que se encuentran, su lucha por la supervivencia, por arrancar a la tierra el sustento necesario: la dureza de una vida que, incluso a los habitantes de otras regiones de Escocia, se percibe opresiva. El relato de Roderick Macrae es, cuanto menos, una novela en si misma, que nos permite observar, a través de sus palabras, y paso tras paso, los avatares de su familia en particular y de su comunidad en general.
Una novela grandiosa, que crece a medida que avanzan sus páginas, elaborada de manera minuciosa, prestando atención hasta el mínimo detalle. Si cada una de sus partes tiene una gran importancia, es cuando todas se entretejen cuando crean una historia con mayúsculas, una narración en la que no es necesario cerrar los ojos para sentirla, basta dejarse llevar por las palabras para sentir cada uno de los espacios, de los acontecimientos y de los silencios a que invita a lo largo de sus más de trescientas cincuenta páginas.
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