Recordar ahora cuál fue el primer libro de Yasmina Khadra me resulta harto difícil, por no decir imposible, pero desde aquel primero se sumaron muchos más, y cada nuevo texto lo recibo como una lectura con la que sé voy a disfrutar. Aunque algunas de sus novelas esperan en la estantería hasta ser leídas, como ocurre desde hace un año con Dios no vive en La Habana, otras son leídas apenas llegan a mis manos. Libros como A qué esperan los monos... y La ecuación de la vida se pueden recuperar en este blog.
Tampoco sé si cuando descubrí a Yasmina Khadra lo hice pensando en una escritora o ya sabía que bajo el seudónimo se escondía la figura de Mohamed Moulessehoul, oficial del ejército argelino, pero siempre he sido consciente que su literatura ha servido para criticar la situación de su país, Argelia, primero y otros muchos después.
En esta ocasión sin abandonar el Magreb, el escritor nos lleva a la ciudad marroquí de Tánger y vuelve a señalar, con el acierto y la precisión que le caracteriza, los problemas que sacuden a la sociedad en que transcurre la historia: corrupción, nepotismo, sociedad clasista, machismo y un acusado clientelismo.
A través de unos personajes perfectamente perfilados y definidos Khadra nos introduce en un Tánger diferente, que evoluciona, como sus personajes, a medida que avanza la historia. La naturaleza de cada uno de ellos, la manera de moverse, su lenguaje, e incluso su actitud permite que el lector descubra algo más de lo narrado, que la historia cambia a la vez que lo hace la propia vida.
Escrita en tercera persona la novela nos presenta al teniente Driss Ikker, de origen humilde, que ha ido escalando posiciones a nivel social y laboral gracias, sobre todo, a su matrimonio con la hija de un alto mando de la policía marroquí. La violación de la esposa en el domicilio y la necesidad de limpiar su "honor", le obligará a recorrer la parte más oscura del ser humano.
Pero quizá lo que más autentifica la narrativa del escritor argelino sea la fuerza de sus diálogos, la ausencia de explicaciones superfluas y la invitación a que sea el lector el que rellene los muchos huecos dejados en la historia. No explica todo, al contrario, señala la dirección en que hay que mirar y descubrir entonces que sucede, o puede suceder.
Y como siempre el autor escribe con la pasión necesaria para que la historia sea creíble en todo momento, para que, a pesar de la diferencia de cultura y sociedad, los lectores seamos conscientes del entorno en que esta sucede. Escribe sin esconder nada, con una claridad asombrosa, mostrando sin tapujos lo más oscuro del hombre y la sociedad en que vive. Sobre todo cuando dinero y poder se confunden con impunidad, con que todo está permitido, y hace que los actos de los hombres sean de una manera y no la contraria.
Una historia de amor, de lealtades, de convicciones, que no esconde nada, pero que permite que la imaginación vuele por espacios diferentes a los narrados, a ver más allá y demostrando que la buena literatura es aquella que no está escrita, pero que esconden las palabras narradas.
Tampoco sé si cuando descubrí a Yasmina Khadra lo hice pensando en una escritora o ya sabía que bajo el seudónimo se escondía la figura de Mohamed Moulessehoul, oficial del ejército argelino, pero siempre he sido consciente que su literatura ha servido para criticar la situación de su país, Argelia, primero y otros muchos después.
En esta ocasión sin abandonar el Magreb, el escritor nos lleva a la ciudad marroquí de Tánger y vuelve a señalar, con el acierto y la precisión que le caracteriza, los problemas que sacuden a la sociedad en que transcurre la historia: corrupción, nepotismo, sociedad clasista, machismo y un acusado clientelismo.
A través de unos personajes perfectamente perfilados y definidos Khadra nos introduce en un Tánger diferente, que evoluciona, como sus personajes, a medida que avanza la historia. La naturaleza de cada uno de ellos, la manera de moverse, su lenguaje, e incluso su actitud permite que el lector descubra algo más de lo narrado, que la historia cambia a la vez que lo hace la propia vida.
Escrita en tercera persona la novela nos presenta al teniente Driss Ikker, de origen humilde, que ha ido escalando posiciones a nivel social y laboral gracias, sobre todo, a su matrimonio con la hija de un alto mando de la policía marroquí. La violación de la esposa en el domicilio y la necesidad de limpiar su "honor", le obligará a recorrer la parte más oscura del ser humano.
Pero quizá lo que más autentifica la narrativa del escritor argelino sea la fuerza de sus diálogos, la ausencia de explicaciones superfluas y la invitación a que sea el lector el que rellene los muchos huecos dejados en la historia. No explica todo, al contrario, señala la dirección en que hay que mirar y descubrir entonces que sucede, o puede suceder.
Y como siempre el autor escribe con la pasión necesaria para que la historia sea creíble en todo momento, para que, a pesar de la diferencia de cultura y sociedad, los lectores seamos conscientes del entorno en que esta sucede. Escribe sin esconder nada, con una claridad asombrosa, mostrando sin tapujos lo más oscuro del hombre y la sociedad en que vive. Sobre todo cuando dinero y poder se confunden con impunidad, con que todo está permitido, y hace que los actos de los hombres sean de una manera y no la contraria.
Una historia de amor, de lealtades, de convicciones, que no esconde nada, pero que permite que la imaginación vuele por espacios diferentes a los narrados, a ver más allá y demostrando que la buena literatura es aquella que no está escrita, pero que esconden las palabras narradas.
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