QUÉ LEO HOY:

QUÉ LEO HOY: Sugerencias, debate, crítica, opinión...

martes, 25 de agosto de 2020

LA HORA DE LOS HIPÓCRITAS. Petros Márkaris

 


Si me paro un poco a pensar, no sé que me gusta más de Petros Márkaris: su forma de narrar o la creación de un personaje como Kostas Jaritos. Sin duda alguna ambos van unidos, o lo que es lo mismo, forman parte de una misma premisa que me hace realizar una segunda pregunta: qué me gusta más de Kostas Jaritos, las investigaciones en que se ve envuelto o la crónica de Atenas en particular y de Grecia en general.

Y es que acompañar a Jaritos en cualquiera de sus "aventuras- investigaciones" es realizar un viaje por una de las ciudades más fantásticas y características del Mediterráneo. La capital de Grecia no solo es el centro de sus operaciones, es el latir constante de un pueblo que, por muchas similitudes, a los españoles se nos antoja muy similar al nuestro. Con el comisario hemos sentido, y de qué manera, los avatares sufridos en su país durante la crisis del 2008, las consecuencias que tuvo en todos los escalafones de la sociedad y cómo los griegos, cada uno a su manera, fueron superando los obstáculos que les iban apareciendo en el día a día. De hecho seguir la saga en orden de aparición, sobre todo desde aquel año fatídico, nos ha permitido comprobar la evolución y ha servido para contestar a muchas de las preguntas que la crisis trajo consigo de forma mucho más sencilla que lo han tratado de hacer los economistas. No resulta extraño, en este sentido, que algunos de sus títulos, en especial la llamada trilogía de la crisis: Con el agua al cuello (2011), Liquidación final (2012) y Pan, educación y libertad (2013); sirvieran a muchos profesores de economía para explicar a sus alumnos qué supuso la mencionada crisis de 2008. No hay que olvidar tampoco una posible cuarta parte con Hasta aquí hemos llegado (2015).

Con Kostas Jaritos siempre tenemos dos historias dentro de la misma novela, ambas íntima e inseparablemente unidas, la familiar y la profesional. Con la primera nos hace partícipes de la vida dentro de su casa, con su familia y sus amigos, de manera que somos uno más en todo tipo de reuniones, banquetes (la parte gastronómica que encabeza su mujer Adriani es tan suculenta como cualquiera de sus investigaciones), decisiones y la visión particular que cada uno tiene de la vida. Una familia mediterránea donde todos tienen cabida y, lo que es más importante, voz y voto, pues desde los actos más simples hasta los comentarios más intrincados afectan al desarrollo de los acontecimientos. Por supuesto que la parte profesional, en la que el comisario nos muestra su valía y la de sus hombres y, lo que es más importante, cómo late el corazón de Atenas, pues gracias a sus idas y venidas, a sus paseos a pie y en coche, queda perfilada la geografía urbana y humana de la ciudad.

De nuevo los crímenes serán la manera que el comisario tiene de ver y enfrentarse a la realidad. Una realidad ajena a las estadísticas y los puntos de vista que desde Europa se tiene del país Heleno. Y de la misma forma que nos hace uno más en el núcleo familiar y de amistad, de hecho vemos como Jaritos acaba de ser abuelo, seguimos con él, paso a paso, el desarrollo de la investigación en que se ve inmerso, el asesinato de un empresario hotelero. La acompañaremos en todo momento, desde la visita al lugar del crimen, o mejor de los lugares, hasta los interrogatorios a testigos, las reuniones con sus superiores y colaboradores; de tal manera que en más de una ocasión cometeremos la osadía de querer indicar quién o quienes pueden tener algo que ver con ellos. Y es que Márkaris tiene la capacidad de introducirnos en el juego en todo momento, de no sentirnos una pieza inoperante, al contrario, somos indispensables para que la narración, y con ella los acontecimientos, se sucedan en el orden correcto.

Y todo lo logra de manera sosegada, sin carnaza ni sangre por todos lados. Sí, claro que hay muertos, pero no se dedica a explicar con detalle, salvo lo estrictamente necesario, cómo estos aparecen. Con pocas palabras, en apariencia sencilla y, sobre todo, apoyado en un soberbio dominio de los diálogos (hay que agradecer al traductor, Ersi Marina Samará Spiliotopulu, su sobresaliente trabajo) el autor crea una novela que atrapa desde sus primeras páginas. Llena de humor y con un ritmo ascendente -capaz también de crear momentos de sosiego y calma cuando esta es necesaria-, su lectura se hace casi irrefrenable, de tal manera que el lector tiene la misma prisa que los protagonistas en descubrir al culpable de los crímenes



martes, 11 de agosto de 2020

EL KOALA ASESINO. RELATOS HUMORÍSTICOS DE LA AUSTRALIA PROFUNDA. Kenneth Cook




Cada vez que encuentro un libro con pretensiones de humorístico no puedo por menos que echarle un vistazo y comprobar si dichas pretensiones se corresponden con la realidad. Con demasiada frecuencia descubro que no sé qué entienden por humor los editores para atreverse a usar esa palabra en alguna de las partes visibles del libro. Incluso en más de una ocasión la palabra "delirante" debería haber sido cambiada por "insufrible" o "deprimente", pero está claro que no todos sentimos los libros y su lectura de la misma forma.
No voy a negar que Australia queda para mi muy lejos, y salvo algún documental, un par de películas (algunas vistas en la juventud y que ahora no aguanto ni cinco minutos) y referencias de algunos de mis paisanos que buscaron en las antípodas el lugar donde crear una nueva vida, apenas tengo más referencias que los tópicos que he ido creando a su alrededor. Sí, Marcus Zusak, el autor de La ladrona de libros, es australiano, pero la historia sucede en nuestro continente; lo mismo que buena parte de las novelas de Colllen McCullough, en especial la saga Señores de Roma. Aunque de la escritora australiana es fácil recordar, al menos por su versión televisiva, la obra El pájaro canta hasta morir (El pájaro espino), que sí se sitúa en tierras australianas.
Por supuesto que el título El koala asesino ya de por sí despierta cierta curiosidad, o al menos así me lo pareció a mí. Aunque el subtítulo de relatos humorísticos de la Australia profunda me hacían desconfiar. Comencé la lectura con más reparos de lo acostumbrado, aunque la imagen de portada, del koala con cara de pocos amigos y la singularidad de todo lo que representaba me obligaba a imaginar, cuanto menos, una lectura diferente.
Lo primero que hay que tener en cuenta es quién es, o mejor dicho, quién era Kenneth Cook. Un periodista y presentador de televisión, escritor y guionista, pero, por encima de todo un aventurero que recorrió Australia de cabo a rabo. Fruto de esos viajes, de la búsqueda de nuevos retos y espacios desconocidos son los quince relatos que conforman este libro. Un libro cuyo nexo común es el encuentro con los más variopintos animales, muchos de ellos exclusivos del continente australiano, y la destreza, o falta de ella, para salir indemne de ellos.
Llenos de ingenio y con un humor desbordante el autor nos traslada a los rincones más dispares de Australia y nos hace primero sorprendernos por su intrepidez y audacia (hay quien lo definiría como inconsciencia), y luego por la comicidad de los hechos que narra.Y es que Kenneth Cook es todo lo más alejado a un aventurero que nos podemos imaginar: con sobrepeso, torpeza excesiva, amante de la cerveza y demás líquidos alcohólicos, con una ausencia llamativa de moreno, vago desde su infancia y un verdadero imán para los problemas. Así que con esas características ¿qué le podía salir mal en su encuentro con cocodrilos hambrientos, serpientes venenosas, cerdos furiosos, camellos enloquecidos y gatos alocados? Todo o nada, según se mire, pues siempre, de la manera más increíble e inimaginable, logra salir con vida, que no indemne.
Sin duda alguna lo mejor que desprende este libro de relatos es que, además de las sonrisas que despierta,  cuando el relato leído parece insuperable, el siguiente logra sorprendernos más y lograr que dicha sonrisa se trasmute en risa, cuando no en carcajadas.
Un libro ocurrente, divertido y entretenido, que atrapa en todos sus relatos y que logra que cada uno se convierta en una verdadera historia por separado. Por supuesto que tras la lectura te quedan pocas ganas de conocer al protagonista, pero sí de seguir leyendo sus disparatadas aventuras. Esto es fácil gracias a sus otros dos libros de relatos El lagarto astronauta y El canguro alcohólico.

viernes, 31 de julio de 2020

RIÑA DE GATOS. MADRID 1936. Eduardo Mendoza



Qué mejor manera de celebrar este atípico Día del Libro en pleno mes de julio que recuperar una espléndida lectura diez años después y saborearla de una manera mucho más sosegada y pausada. 
Siempre tengo presente que un libro con el que he disfrutado debe tener, al menos en la mente, una segunda lectura, no buscando una revisión del momento que supuso la primera, sino con la idea de que hubo detalles que se pudieron escapar cuando aquella se realizó de manera casi convulsiva. No voy a negar que Riña de gatos supuso para mí un cúmulo de sensaciones y, por lo tanto, una situación que no se da con demasiada frecuencia: haber disfrutado con el autor momentos inolvidables. Tener la suerte de compartir el acto de presentación de la novela, Premio Planeta en 2010, y la posterior complicidad de un autor por el que sentía una profunda admiración, descubrir su talla como persona y, sobre todo, el cariño que nos demostró a los dos libreros, Pilar y yo, dejando lo protocolario para admitirnos en una conversación en la que demostraba no solo sus amplios conocimientos, sino también su humildad.
Cómo no coger con frenesí el libro en la soledad del hotel, cuando aún no se habían apagado los ecos de la velada, y sumergirme en el mundo sensorial que el autor dibujaba alrededor del Madrid de marzo de 1936. Y descubrir al mejor Mendoza, a su sarcasmo e ironía, al desparpajo a la hora de hacer de narrador de unos acontecimientos llenos de humor, de sorpresas, equívocos e historia.
Sentir la excentricidad de unos personajes barojianos, de unas calles y un ambiente que deja entrever los graves acontecimientos que iban a producirse unos meses más tarde. Pero también disfrutar de una historia, ser partícipe de unos acontecimientos llenos de acción y enredo, descubrir cómo mi mente, a medida que se sumaban las páginas, dibujaba con enorme claridad lo que el propio narrador me iba contando casi como en un susurro.
Pasar de la admiración a la sonrisa, del asombro a la carcajada, de los juegos literarios de nombres y situaciones a la búsqueda del siguiente paso de los protagonistas. Acompañar a Anthony por las calles de aquel Madrid, de sus actores y tratar de advertirle, de avisarle como si fuese un confidente, de las consecuencias de unos actos cada vez más sorprendentes, pero siempre creíbles.
Mendoza construye una novela llena de ingenio, con giros y sorpresas en cada página, una comedia llena de vida y que permite, por momentos, mostrar buena parte del artesonado de una ciudad en un momento fácilmente reconocible. Hay mucho de costumbrismo y narrativa popular, el autor logra dar vida a personajes de distinta índole, dotando a cada uno de una importancia tal que todos parecen, amén de imprescindibles, tan reales como excéntricos.
Pero sin duda alguna el mayor logro del autor es, además de construir una historia tan perfectamente perfilada como rematada, alejarse de cualquier atisbo de aleccionamiento; el narrador realiza su función con pulcritud, logrando en todo momento la acertada recreación de un Madrid que va a sentir en sus propias calles el terror de una guerra.
José Antonio Primo de Rivera, Sánchez Mazas, Fernández de la Cuesta, Franco, Molo o Queipo de Llano asomarán con mayor o menor prestancia en las páginas de un libro que nos acerca al costumbrismo de la narrativa popular. Un mundo hecho narrativa, lleno de enredos, a caballo entre la novela policíaca y la de espías, una tragicomedia que no deja indiferente al lector y que, durante muchas de sus páginas formará parte de la misma como un espectador de lujo.

domingo, 5 de julio de 2020

EL MAL DE CORCIRA. Lorenzo Silva



Cada libro de Lorenzo Silva que recibo me produce una fuente de alegría que solo pueden entender quienes queden atrapados por la manera de comunicar de un escritor. Lo mismo da que se trate de un ensayo o de una novela, de un libro de viaje o un cómic. Eso sí, para que voy a ocultarlo, si se trata de una novela, y encima protagonizada por Bevilacqua y Chamorro, solo quiero que el mundo se detenga para poder sumergirme en su lectura.
Sí, sabía que el libro tenía que salir en abril y que la pandemia, como con muchos otros títulos, lo había retenido, pero lo que no esperaba era el volumen que iba a tener: ¡540 páginas! Y encima en tapa dura. La excitación al sacarlo de la caja solo es comparable con el placer de comenzar su lectura, de volver a encontrarme con una historia que, seguro, me iba a permitir participar en ella.
Para mi sorpresa descubro que de inmediato, desde la primera página la acción comienza de manera trepidante, con un acontecimiento que te hace apretar los dientes. Y pronto, como solo Lorenzo Silva es capaz de dibujar, los hechos devienen de manera totalmente diferente. No solo estamos ante el desarrollo de las pesquisas en busca de desentrañar un crimen, sino que estas se multiplican de manera incierta.
Para colmo el autor por fin nos acerca al pasado de Bevilacqua, a esos primeros pasos como Guardia Civil en el País Vasco en los años álgidos del terrorismo de ETA. Por medio de elipsis temporales el autor nos irá llevando a medida que avanza el libro del pasado al presente, de una narración de los acontecimientos sucedidos en la lucha contra ETA a la investigación que trata de aclarar el asesinato a golpes de un excondenado  por terrorismo en una playa de Formentera.
Veinticinco años, diez novelas, más libros de relatos, han tenido que pasar para conocer el pasado de Bevilacqua, para tener entre manos las novela más ambiciosa y extensa, en la que logra, como siempre, mostrar a la perfección el ambiente y los escenarios en que transcurre la novela, en el que da vida a un buen número de personajes que nos acercan a unos momentos concretos de nuestra historia más reciente y a tratar de señalar unas heridas que, poco a poco, pueden curarse. Lorenzo Silva, como nos tiene acostumbrados, no solo hecha mano del manual del buen narrador, sino que gracias a una completa documentación y el acercamiento a las personas que en ambos bandos vivieron los acontecimientos, es capaz de trasladarnos escenas, hechos y sentimientos. Aunque, no hay que olvidar que estamos ante una novela y siempre, por mucho que nos acerque a la verdad, esta está tratada de manera subjetiva.
Una novela impresionante, que no necesita imágenes impactantes (ni siquiera cuando narra atentados o acciones de la Guardia Civil se ensaña con la violencia que generaron) para lograr una historia llena de interés, que nos abre la mente, el pensamiento y los sentimientos del subteniente Bevilacqua y en la que volvemos a ver a la sargento Chamorro, a la cabo Salgado, a Arnau, Pereira... Pero también a otros y otras Guardias Civiles que cobran una importancia fundamental en las distintas investigaciones.
Por cierto, es de señalar el perfecto retrato que hace el autor de la importancia de las Guardias Civiles en la resolución de los casos, tanto en el pasado como en el futuro.
Ver otras obras del autor en este blog:  Los cuerpos extraños, La marca del meridiano.

viernes, 26 de junio de 2020

UN HIPSTER EN LA ESPAÑA VACÍA. Daniel Gascón



Cada vez me resulta más complicado encontrar títulos que logren despertarme algo más que una sonrisa. Es cierto que muchos de mis autores favoritos lo son por contar entre sus virtudes el perfecto manejo del juego irónico y suelen obligarme a estar más atento y, por que no decirlo, a sentirme cómplice con situaciones que se van gestando a lo largo de sus publicaciones.
Por eso suelen atraerme los libros que muestran la posibilidad de un humor tan necesario en todo momento, pero posiblemente más en estos extraños tiempos que nos ha tocado vivir. Por supuesto que muchos no logra llegar a la orilla de sus pretensiones y a las pocas páginas las ocurrencias y las situaciones divertidas dejan de serlo por repetitivas o falta de ingenio. O puede suceder que a fuerza de repetir muchos tópicos el interés se pierda por el deseo de algo más que un entretenimiento vano.
Con el libro de Daniel Gascón tenía cierto miedo a que sucediese esto último, y -por si alguien se deja influenciar por las primeras páginas- pareció hacerse realidad al principio donde, es cierto, salían a relucir trillados tópicos del choque entre el mundo urbano y el rural, o al menos el modo de enfrentarse a lo cotidiano de quien quiere adaptar el pueblo a su visión urbana. Incluso la mayor parte de los sucesos no eran nuevos, como si estuviesen sacados de otros libros o series de televisión.
Por suerte se entreveía algo entre los golpes y las ocurrencias, había algo en los personajes, en las descripciones y en los diálogos que permitían no perder la esperanza y ver como continuaba el libro (hablamos de las primeras páginas, las de un diario en el que se materializaban únicamente las formas de ver del mundo unipersonal del protagonista). Y de repente, cuando son nuevas las voces que muestran los acontecimientos, cuando la narrativa varía en su forma de mostrarse al lector, cuando comienzan a "pasar cosas", cuando el universo de La Cañada y de sus habitantes comienza a adquirir un nuevo tono.
Un nuevo tono que no pierde el humor, ni siquiera el disparate, pero ambos se unen para que sea la ironía la que dibuje un espacio concreto que poco a poco se va universalizando, dejando de contener una crítica hacia una visión del mundo y su realidad, a una multiplicidad de visiones, señalando los aciertos y errores de cada una, permitiendo que se asomen aquellos que no suelen aparecer salvo por estadísticas manipuladas.
Daniel Gascón no solo demuestra que conoce la dualidad campo- ciudad, urbano- rural, sino que es capaz de poner enfrente las distintas maneras de poder observar los mismos acontecimientos. Es cierto que la manera que utiliza para expresarlo puede correr el riesgo de que el verdadero interés quede semioculto, pero también que quien llegue a Un hipster en la España vacía lo va a hacer con un amplio recorrido y buscando un entretenimiento, sí, pero también algo más.
Risas, debates, visiones, miedos, aciertos y realidades en una novela que, aunque se puede leer de una sentada, es conveniente seguir el ritmo que marcan las pausas impuestas por el propio autor.

lunes, 15 de junio de 2020

LA NENA. Carmen Mola



No suelo mirar la imagen de los escritores que  llevan los libros en las solapas. De hecho, salvo los más reconocidos, a nivel internacional, de pocos tengo su fotografía almacenada en mi memoria; pero claro, cuando la escritora, o el escritor, es española y, desde el primer momento sabemos que es un seudónimo, es normal que la curiosidad se amplíe con comentarios de quienes se han sentido atrapados en las novelas protagonizadas por Elena Blanco.
A nadie se le escapa, a estas alturas, que la aparición de Carmen Mola fue un soplo de aire fresco en el panorama de la la literatura española, e incluso europea (comparable con Lemaitre y de Dazieri, con los que comparte  algo más que género literario). Un soplo que poco a poco se convirtió en viento y ahora en vendaval, cientos y cientos de seguidores se sumaban cada semana a un fenómeno que no ha parado de aumentar a medida que aparecían nuevos libros. Por supuesto que La novia gitana tuvo una aparición fulgurante, los lectores y los libreros estábamos encantados tanto por la manera de narrar y la fuerza de los personajes, como por la trama que construía la enigmática escritora. El hecho  de que desde el primer momento se supiese que era un nombre falso le permitió obtener una publicidad complementaria, pero una vez superada la etapa inicial, a pesar de que todos seguimos hablando de quién está detrás de él, lo único que pedimos es que los miembros de la Brigada de Análisis de Casos sigan prestando su servicio a la sociedad.
Elena Blanco, Ángel Zárate, Chesca, Buendía, Mariajo y Orduño hicieron las delicias de los amantes del género, formando un equipo tan llamativo como reconocible. Cada uno de ellos se hacía necesario en todo el momento por su importancia en las investigaciones, pero también por la personalidad de cada uno.
La Red Púrpura supuso la confirmación esperada, semana a semana se sumaban más y más seguidores a una saga que se anunciaba su tercera entrega.
La Nena se ha hecho esperar, más si cabe por los acontecimientos de los últimos meses, y pocos hemos podido aguantar su lectura para llegar a casa, todos teníamos que descubrir la dirección de los acontecimientos una vez cerrados los hechos del libro precedente.
Aún con esa especie de desconfianza que se genera en los lectores la tercera entrega de una saga (hay un convencimiento general de que la tercera parte suele superar a la segunda y que esta no solía estar a la altura de la primera), máxime cuando aún no se han borrado los ecos del final de La Red Púrpura, pero queda demostrado que Carmen Mola no ha estirado la historia hasta el extremo, que no ha querido aprovecharse, que todo continúa porque es como tiene que suceder.
La Nena, como sus predecesoras, engancha y atrapa hasta límites insospechados, la tensión que aparece en sus páginas obligan a que el ritmo de la lectura se compagine con el de los latidos del corazón ante lo que está a punto de suceder. Y es que Carmen Mola logra transmitir el eco de los sonidos, la amargura de los sabores y la acidez de los olores, pues logra que el lector perciba, en todo momento, las sensaciones físicas que viven los protagonistas. Por supuesto que hay imágenes de una crudeza impactante, de esas que casi obligan a apartar la vista del libro, pero apenas son rápidas pinceladas de los hechos, pues en ningún momento se recrea el ellas. Eso sí, pasados unos días, cuando aún permanecen ciertas imágenes, el lector tiene la sensación de que el narrador ha dedicado más espacio y más detalles que los que realmente ha utilizado.
No, Carmen Mola no deja indiferente a nadie, por el universo que ha construido, por los personajes que lo pueblan y, por encima de todo, por lograr un ambiente que hace que en la lectura de sus libros se ejerciten la mayor parte de los músculos del cuerpo. Y es que somete a la misma tensión al lector que quienes recorren como protagonistas las páginas de sus libros.

sábado, 13 de junio de 2020

EL RETORNO. Tahar Ben Jelloun



Una de las cosas buenas que tuvo el confinamiento inicial, el primer mes, para aquellos que amamos la lectura y no sentimos el azote de la enfermedad en nuestras casas, fue el disponer de tiempo suficiente para recuperar aquellos libros que se quedaron congelados en las estanterías. Aquellos libros que han tenido que esperar su momento atrapados entre el flujo constante de las novedades editoriales y la relectura de los clásicos.
Entre esos libros "olvidados", aunque siempre presentes, estaba El retorno de Tahar Ben Jelloun, autor de obras tan impactantes como El libro de arena y La noche sagrada que me acercaron a algunos de los problemas de la sociedad en el mundo árabe. Sus numerosas novelas y el impacto entre los lectores han hecho de él el escritor francófono más traducido del mundo (ganó el Premio Goncourt en 1987 con La noche sagrada).
El retorno es la historia del desarraigo, de quien tras una vida en Francia, en el momento en que le llega la jubilación, añora como nunca el Marruecos que le vio nacer y crecer. Mohamed es un buen musulmán, que cumple las normas básicas del islam (sigue teniendo presentes las palabras de su padre cuando era niño: "Escucha, hijo, puedes saltarte las oraciones. Lo esencial del islam es ser limpio, respetar a tus padres y profesores y no mentir, no robar, ..."), respeta a todos y no hace daño a nadie, en especial a los débiles y los pobres.
Por eso no entiende porqué sus hijos se han alejado de sus costumbres, se declaran franceses y tienen en Marruecos únicamente el espacio en que pasaban sus vacaciones de verano siendo niños.
Con una prosa sencilla y serena Ben Jelloun nos ofrece un relato intimista que nos acerca a la cultura, la religión y la tradición del país del Magreb. Por supuesto que en todo momento hay un tono crítico que posiciona al lector en la disyuntiva de acercarse al protagonista o al autor. Y es que en todo momento existe una doble sensación de realidad, la que uno tienen formada, se acerque o aleje a la del autor, y la que recibe a través de las palabras de Mohamed (a pesar de llevar toda una vida en Francia jamás ha solicitado la nacionalidad francesa y se mantiene como un emigrante marroquí).
El retorno nos habla de emigración, de racismo, de religión y ruptura, pero también lo hace de identidad, de creencias y de fe, de vida, al fin y al cabo. Y lo hace de tal manera que es difícil desprenderse del aroma que despiden sus palabras, de ese tono confidencial con que nos va transmitiendo los pensamientos de Mohamed. A todo ello ayuda, no hay duda, la diferencia de discursos según la persona que los narre: en primera persona a la hora de mostrar los recuerdos y la nostalgia y en tercera cuando la narración se vuelve objetiva.
A lo largo de las páginas se hacen presentes los aspectos más íntimos de la existencia, preguntas sin respuesta y miedos se que se van dibujando con soltura y dinamismo, pero sin olvidar la distancia que separa a la sociedad de Marruecos de la europea (no hay que olvidar que el propio Ben Jelloun, nacido en Fez en 1944, siempre ha dicho que hay dos cosas que no soporta de su país de origen, la falta de serenidad y la corrupción). El autor señala la situación de las mujeres en el mundo árabe marroquí, la importancia de la religión y la tradición y la importancia de la casa y la familia; pero también de aquellos que se aprovechan del Estado, de quienes no encuentran equilibrio entre el pasado y el presente y de quienes reniegan de sus orígenes.
A lo largo de poco más de ciento noventa páginas Ben Jelloun nos muestra el problema del desarraigo, pero también la magia y la poesía de Marruecos.