Una de las cosas buenas que tuvo el confinamiento inicial, el primer mes, para aquellos que amamos la lectura y no sentimos el azote de la enfermedad en nuestras casas, fue el disponer de tiempo suficiente para recuperar aquellos libros que se quedaron congelados en las estanterías. Aquellos libros que han tenido que esperar su momento atrapados entre el flujo constante de las novedades editoriales y la relectura de los clásicos.
Entre esos libros "olvidados", aunque siempre presentes, estaba El retorno de Tahar Ben Jelloun, autor de obras tan impactantes como El libro de arena y La noche sagrada que me acercaron a algunos de los problemas de la sociedad en el mundo árabe. Sus numerosas novelas y el impacto entre los lectores han hecho de él el escritor francófono más traducido del mundo (ganó el Premio Goncourt en 1987 con La noche sagrada).
El retorno es la historia del desarraigo, de quien tras una vida en Francia, en el momento en que le llega la jubilación, añora como nunca el Marruecos que le vio nacer y crecer. Mohamed es un buen musulmán, que cumple las normas básicas del islam (sigue teniendo presentes las palabras de su padre cuando era niño: "Escucha, hijo, puedes saltarte las oraciones. Lo esencial del islam es ser limpio, respetar a tus padres y profesores y no mentir, no robar, ..."), respeta a todos y no hace daño a nadie, en especial a los débiles y los pobres.
Por eso no entiende porqué sus hijos se han alejado de sus costumbres, se declaran franceses y tienen en Marruecos únicamente el espacio en que pasaban sus vacaciones de verano siendo niños.
Con una prosa sencilla y serena Ben Jelloun nos ofrece un relato intimista que nos acerca a la cultura, la religión y la tradición del país del Magreb. Por supuesto que en todo momento hay un tono crítico que posiciona al lector en la disyuntiva de acercarse al protagonista o al autor. Y es que en todo momento existe una doble sensación de realidad, la que uno tienen formada, se acerque o aleje a la del autor, y la que recibe a través de las palabras de Mohamed (a pesar de llevar toda una vida en Francia jamás ha solicitado la nacionalidad francesa y se mantiene como un emigrante marroquí).
El retorno nos habla de emigración, de racismo, de religión y ruptura, pero también lo hace de identidad, de creencias y de fe, de vida, al fin y al cabo. Y lo hace de tal manera que es difícil desprenderse del aroma que despiden sus palabras, de ese tono confidencial con que nos va transmitiendo los pensamientos de Mohamed. A todo ello ayuda, no hay duda, la diferencia de discursos según la persona que los narre: en primera persona a la hora de mostrar los recuerdos y la nostalgia y en tercera cuando la narración se vuelve objetiva.
A lo largo de las páginas se hacen presentes los aspectos más íntimos de la existencia, preguntas sin respuesta y miedos se que se van dibujando con soltura y dinamismo, pero sin olvidar la distancia que separa a la sociedad de Marruecos de la europea (no hay que olvidar que el propio Ben Jelloun, nacido en Fez en 1944, siempre ha dicho que hay dos cosas que no soporta de su país de origen, la falta de serenidad y la corrupción). El autor señala la situación de las mujeres en el mundo árabe marroquí, la importancia de la religión y la tradición y la importancia de la casa y la familia; pero también de aquellos que se aprovechan del Estado, de quienes no encuentran equilibrio entre el pasado y el presente y de quienes reniegan de sus orígenes.
A lo largo de poco más de ciento noventa páginas Ben Jelloun nos muestra el problema del desarraigo, pero también la magia y la poesía de Marruecos.
El retorno es la historia del desarraigo, de quien tras una vida en Francia, en el momento en que le llega la jubilación, añora como nunca el Marruecos que le vio nacer y crecer. Mohamed es un buen musulmán, que cumple las normas básicas del islam (sigue teniendo presentes las palabras de su padre cuando era niño: "Escucha, hijo, puedes saltarte las oraciones. Lo esencial del islam es ser limpio, respetar a tus padres y profesores y no mentir, no robar, ..."), respeta a todos y no hace daño a nadie, en especial a los débiles y los pobres.
Por eso no entiende porqué sus hijos se han alejado de sus costumbres, se declaran franceses y tienen en Marruecos únicamente el espacio en que pasaban sus vacaciones de verano siendo niños.
Con una prosa sencilla y serena Ben Jelloun nos ofrece un relato intimista que nos acerca a la cultura, la religión y la tradición del país del Magreb. Por supuesto que en todo momento hay un tono crítico que posiciona al lector en la disyuntiva de acercarse al protagonista o al autor. Y es que en todo momento existe una doble sensación de realidad, la que uno tienen formada, se acerque o aleje a la del autor, y la que recibe a través de las palabras de Mohamed (a pesar de llevar toda una vida en Francia jamás ha solicitado la nacionalidad francesa y se mantiene como un emigrante marroquí).
El retorno nos habla de emigración, de racismo, de religión y ruptura, pero también lo hace de identidad, de creencias y de fe, de vida, al fin y al cabo. Y lo hace de tal manera que es difícil desprenderse del aroma que despiden sus palabras, de ese tono confidencial con que nos va transmitiendo los pensamientos de Mohamed. A todo ello ayuda, no hay duda, la diferencia de discursos según la persona que los narre: en primera persona a la hora de mostrar los recuerdos y la nostalgia y en tercera cuando la narración se vuelve objetiva.
A lo largo de las páginas se hacen presentes los aspectos más íntimos de la existencia, preguntas sin respuesta y miedos se que se van dibujando con soltura y dinamismo, pero sin olvidar la distancia que separa a la sociedad de Marruecos de la europea (no hay que olvidar que el propio Ben Jelloun, nacido en Fez en 1944, siempre ha dicho que hay dos cosas que no soporta de su país de origen, la falta de serenidad y la corrupción). El autor señala la situación de las mujeres en el mundo árabe marroquí, la importancia de la religión y la tradición y la importancia de la casa y la familia; pero también de aquellos que se aprovechan del Estado, de quienes no encuentran equilibrio entre el pasado y el presente y de quienes reniegan de sus orígenes.
A lo largo de poco más de ciento noventa páginas Ben Jelloun nos muestra el problema del desarraigo, pero también la magia y la poesía de Marruecos.
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