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martes, 25 de agosto de 2020

LA HORA DE LOS HIPÓCRITAS. Petros Márkaris

 


Si me paro un poco a pensar, no sé que me gusta más de Petros Márkaris: su forma de narrar o la creación de un personaje como Kostas Jaritos. Sin duda alguna ambos van unidos, o lo que es lo mismo, forman parte de una misma premisa que me hace realizar una segunda pregunta: qué me gusta más de Kostas Jaritos, las investigaciones en que se ve envuelto o la crónica de Atenas en particular y de Grecia en general.

Y es que acompañar a Jaritos en cualquiera de sus "aventuras- investigaciones" es realizar un viaje por una de las ciudades más fantásticas y características del Mediterráneo. La capital de Grecia no solo es el centro de sus operaciones, es el latir constante de un pueblo que, por muchas similitudes, a los españoles se nos antoja muy similar al nuestro. Con el comisario hemos sentido, y de qué manera, los avatares sufridos en su país durante la crisis del 2008, las consecuencias que tuvo en todos los escalafones de la sociedad y cómo los griegos, cada uno a su manera, fueron superando los obstáculos que les iban apareciendo en el día a día. De hecho seguir la saga en orden de aparición, sobre todo desde aquel año fatídico, nos ha permitido comprobar la evolución y ha servido para contestar a muchas de las preguntas que la crisis trajo consigo de forma mucho más sencilla que lo han tratado de hacer los economistas. No resulta extraño, en este sentido, que algunos de sus títulos, en especial la llamada trilogía de la crisis: Con el agua al cuello (2011), Liquidación final (2012) y Pan, educación y libertad (2013); sirvieran a muchos profesores de economía para explicar a sus alumnos qué supuso la mencionada crisis de 2008. No hay que olvidar tampoco una posible cuarta parte con Hasta aquí hemos llegado (2015).

Con Kostas Jaritos siempre tenemos dos historias dentro de la misma novela, ambas íntima e inseparablemente unidas, la familiar y la profesional. Con la primera nos hace partícipes de la vida dentro de su casa, con su familia y sus amigos, de manera que somos uno más en todo tipo de reuniones, banquetes (la parte gastronómica que encabeza su mujer Adriani es tan suculenta como cualquiera de sus investigaciones), decisiones y la visión particular que cada uno tiene de la vida. Una familia mediterránea donde todos tienen cabida y, lo que es más importante, voz y voto, pues desde los actos más simples hasta los comentarios más intrincados afectan al desarrollo de los acontecimientos. Por supuesto que la parte profesional, en la que el comisario nos muestra su valía y la de sus hombres y, lo que es más importante, cómo late el corazón de Atenas, pues gracias a sus idas y venidas, a sus paseos a pie y en coche, queda perfilada la geografía urbana y humana de la ciudad.

De nuevo los crímenes serán la manera que el comisario tiene de ver y enfrentarse a la realidad. Una realidad ajena a las estadísticas y los puntos de vista que desde Europa se tiene del país Heleno. Y de la misma forma que nos hace uno más en el núcleo familiar y de amistad, de hecho vemos como Jaritos acaba de ser abuelo, seguimos con él, paso a paso, el desarrollo de la investigación en que se ve inmerso, el asesinato de un empresario hotelero. La acompañaremos en todo momento, desde la visita al lugar del crimen, o mejor de los lugares, hasta los interrogatorios a testigos, las reuniones con sus superiores y colaboradores; de tal manera que en más de una ocasión cometeremos la osadía de querer indicar quién o quienes pueden tener algo que ver con ellos. Y es que Márkaris tiene la capacidad de introducirnos en el juego en todo momento, de no sentirnos una pieza inoperante, al contrario, somos indispensables para que la narración, y con ella los acontecimientos, se sucedan en el orden correcto.

Y todo lo logra de manera sosegada, sin carnaza ni sangre por todos lados. Sí, claro que hay muertos, pero no se dedica a explicar con detalle, salvo lo estrictamente necesario, cómo estos aparecen. Con pocas palabras, en apariencia sencilla y, sobre todo, apoyado en un soberbio dominio de los diálogos (hay que agradecer al traductor, Ersi Marina Samará Spiliotopulu, su sobresaliente trabajo) el autor crea una novela que atrapa desde sus primeras páginas. Llena de humor y con un ritmo ascendente -capaz también de crear momentos de sosiego y calma cuando esta es necesaria-, su lectura se hace casi irrefrenable, de tal manera que el lector tiene la misma prisa que los protagonistas en descubrir al culpable de los crímenes



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