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jueves, 26 de marzo de 2020

SIDI. Arturo Pérez-Reverte




A pesar de considerarme un niño que revivió mil y una aventuras que traspasaron la lectura, el cine o la televisión, nunca me puse en la piel de El Cid. Fui Sandokán, Tarzán, Huckleberry Finn, Otto Lidenbrock (aunque de este nunca mencionaba el nombre), Ivanhoe, Pierre Aronnax, Robin Hood, Jim Hawkins, el Empecinado y un largo etcétera, pero nunca me transformé en Rodrigo Díaz de Vivar, ni siquiera en alguno de sus acompañantes. No sé si el destierro a que se vio sometido pudo más que el espíritu de aventura que en mi niñez se dibujó alrededor de su figura.
O quizá fuesen  los versos de Manuel Machao que hoy todavía mi memoria guarda:
    
                                 El ciego sol se estrella
 en las duras aristas de las armas,
 llaga de luz los petos y espaldares
      y flamea en las puntas de las lanzas. 
El ciego sol, la sed y la fatiga
 Por la terrible estepa castellana, 
                                                       al destierro, con doce de los suyos
                                                             -polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.
                                                             Cerrado está el mesón a piedra y lodo.

Por supuesto que la figura del Cid siempre me ha llamado la atención, son varios los libros que sobre su historia y leyenda pueblan mi biblioteca, y entiendo la difícil tarea de aquellos que tratan de separar la realidad de lo mitificado, máxime cuando durante mucho tiempo fue puesto como ejemplo de demasiadas cosas hoy obsoletas para mi generación. Así que una novela sobre El Cid era casi de obligada lectura.
Y eso que, como ocultarlo, con Pérez-Reverte me debato entre el amor y el odio (literariamente hablando, claro está), pues he disfrutado mucho con algunos de sus libros (Un día de cólera, El asedio, Hombres buenos, por señalar algunos), mientras que con otros me he sentido un poco engañado, sobre todo porque sé de su capacidad como escritor.
Así que abrí Sidi con cierta cautela, con el respeto que el personaje protagonista merece y la esperanza de que el libro estuviese entre los que me acercan al amor a Pérez-Reverte. Y tengo que reconocer que, desde prácticamente la primera página el escritor y el personaje se fusionaron de tal manera que quedé atrapado entre el polvo, el sudor y el hierro. Y esta vez, por fin, fui compañero de Rodrigo Díaz de Vivar y de su destierro, percibí el cansancio de la cabalgada, la incertidumbre del mañana y la inquietud ante lo que ofrece el horizonte.
Y es que Pérez-Reverte ha sabido humanizar al protagonista, darle una humanidad del siglo XXI, en el destierro, en un lugar de frontera, con la incertidumbre de qué pasará con los que le acompañan. Ha logrado impregnar todo el libro de la figura de un líder legendario, dotándole de una realidad que supera, en mucho, los intentos que hasta ahora se habían hecho desde el mundo de la novela. Que a nadie se le olvide que de eso se trata, de una novela, bien documentada, con muchos conocimientos previos, pero una novela.
Una novela que huele a sangre, a polvo, a batalla, a valor; que permite que el lector sienta en sus propias carnes la desazón de quien vive para la guerra y solo pretende seguir haciéndolo unas jornadas más. Pero que tiene además el descaro de borrar la distancia de los siglos y mantener el lenguaje de la época en todo momento, con un esmero cuidado para que nada se escape, adecuando el ritmo de manera que el ambiente del camino, de la batalla, o del descanso pasen de las palabras a quien está leyendo el libro.
Un libro que no pretende, algo raro en los tiempos que nos ha tocado vivir, ni ensalzar ni echar por tierra la figura del protagonista, ni siquiera de los que conforman los distintos escalafones de la sociedad en que convive, simplemente narra unos sucesos que pudieron o no ser de la manera que se trata, pero que al contrario que ajustar cuentas, ofrece al lector la narración de una historia donde la vida adquiere una importancia bien distinta a la actual.





2 comentarios:

  1. Gracias por volver al blog, amigo César. Ojalá pronto puedas regresar también a la librería —como quien retorna a las trincheras— para mantener vivo el espíritu libresco...

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  2. Te puedes imaginar que aunque en casa también estoy rodeados de libros, no es lo mismo ¡Necesito a los lectores!
    Un abrazo y felices lecturas

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