Seducido por sus relatos hacía mucho que no había leído una novela de Guy de Maupassant -creo recordar que fue Bel Ami hace más de diez años-, así que en cuanto llegó a mis manos este título (es de señalar y agradecer a la Editorial Periférica la recuperación de muchos clásicos), del que desconocía absolutamente todo, no pude por menos que ponerme a devorarlo intentando disfrutar de la novela de uno de los autores más importantes del siglo XIX.
Tras leer los primeros capítulos tuve la sensación de que la novela en cuestión se asemejaba a un libro de relatos más que a una narración larga. Era como si cada uno de los diez en que estaba dividido el libro fuese una historia en si mismo, como si se pudiesen leer por separado sin que ninguno perdiese el tono desenfadado que solo un autor como Maupassant es capaz de aplicar en un relato.
Sí, es cierto que Patissot siempre es el protagonista y antes del primer capítulo existe una especie de introducción titulada "preparativos de viaje" en el que se nos presenta al personaje y da una explicación a lo que sucede a continuación, pero eso no evita descubrir la verdadera esencia de uno de los mejores "cuentistas", en el mejor sentido del término, de la narrativa europea.
Tenemos pues una novela que conjuga lo mejor de sus relatos o cuentos, una novela presentada en pequeñas dosis que aparecieron inicialmente por entregas en "Le Gaulois" en 1880 -el mismo año en que se publicó, unos meses antes, su primera novela Bola de sebo y con notable éxito-, y que no aparecieron en forma de libro hasta 1901. Es posible, al menos esa sensación queda tras la lectura del libro, que pudiesen ser más los "capítulos" que el autor tuviese en la cabeza, ya que no existe un final más allá del final del décimo.
El caso es que descubrimos, ya desde el inicio, el gran observador que fue Guy de Maupassant y, lo que es más importante, la capacidad para narrar y mostrar, con pinceladas acertadas y precisas, los alrededores de París y sus habitantes. Por si esto fuese poco queda aquí latente la fuerza de su crítica hacia la burguesía, a la sociedad que esta conforma y los ambientes donde se maneja.
Por medio Patissot somos capaces de comprobar como vive un miembro de la burocracia, un funcionario perteneciente a esa clase social a la que el autor francés logra, como nadie, caricaturizar de manera sobresaliente, logrando pasar del asombro a la sonrisa, cuando no a la carcajada, en una sola línea. Situando a su protagonista en escenarios y situaciones llenos de comicidad, sin necesidad de recurrir a estereotipos ni chistes fáciles.
Patissot es un turista superficial (se pueden encontrar demasiadas semejanzas con nuestros días) que antes que buscar la aventura, aunque para él todo se presente como tal, lo que trata es vincular sus grandes paseos a la prescripción médica alarmado por su salud. Gracias a él recorreremos los campos y caminos que rodean la capital francesa y nos encontraremos con personajes carismáticos, sin desperdicio alguno y ante los cuales la ironía de Maupassant se afila hasta casi cortarnos la respiración, con un humor tan perfectamente dibujado que somos capaces de recrear desde los caminos, chalets y casas de comida, hasta los gestos de cada uno de sus protagonistas.
Un narrador nato, vuelvo a repetir lo de uno de los más destacados del siglo XIX, que envuelve con su prosa, que atrapa de tal manera que es imposible acabar un capítulo y no iniciar el siguiente sin perder ni un ápice de la sonrisa, hasta tal punto que esta parece instalada en nuestra cara incluso minutos después de cerrar el libro.
Tras leer los primeros capítulos tuve la sensación de que la novela en cuestión se asemejaba a un libro de relatos más que a una narración larga. Era como si cada uno de los diez en que estaba dividido el libro fuese una historia en si mismo, como si se pudiesen leer por separado sin que ninguno perdiese el tono desenfadado que solo un autor como Maupassant es capaz de aplicar en un relato.
Sí, es cierto que Patissot siempre es el protagonista y antes del primer capítulo existe una especie de introducción titulada "preparativos de viaje" en el que se nos presenta al personaje y da una explicación a lo que sucede a continuación, pero eso no evita descubrir la verdadera esencia de uno de los mejores "cuentistas", en el mejor sentido del término, de la narrativa europea.
Tenemos pues una novela que conjuga lo mejor de sus relatos o cuentos, una novela presentada en pequeñas dosis que aparecieron inicialmente por entregas en "Le Gaulois" en 1880 -el mismo año en que se publicó, unos meses antes, su primera novela Bola de sebo y con notable éxito-, y que no aparecieron en forma de libro hasta 1901. Es posible, al menos esa sensación queda tras la lectura del libro, que pudiesen ser más los "capítulos" que el autor tuviese en la cabeza, ya que no existe un final más allá del final del décimo.
El caso es que descubrimos, ya desde el inicio, el gran observador que fue Guy de Maupassant y, lo que es más importante, la capacidad para narrar y mostrar, con pinceladas acertadas y precisas, los alrededores de París y sus habitantes. Por si esto fuese poco queda aquí latente la fuerza de su crítica hacia la burguesía, a la sociedad que esta conforma y los ambientes donde se maneja.
Por medio Patissot somos capaces de comprobar como vive un miembro de la burocracia, un funcionario perteneciente a esa clase social a la que el autor francés logra, como nadie, caricaturizar de manera sobresaliente, logrando pasar del asombro a la sonrisa, cuando no a la carcajada, en una sola línea. Situando a su protagonista en escenarios y situaciones llenos de comicidad, sin necesidad de recurrir a estereotipos ni chistes fáciles.
Patissot es un turista superficial (se pueden encontrar demasiadas semejanzas con nuestros días) que antes que buscar la aventura, aunque para él todo se presente como tal, lo que trata es vincular sus grandes paseos a la prescripción médica alarmado por su salud. Gracias a él recorreremos los campos y caminos que rodean la capital francesa y nos encontraremos con personajes carismáticos, sin desperdicio alguno y ante los cuales la ironía de Maupassant se afila hasta casi cortarnos la respiración, con un humor tan perfectamente dibujado que somos capaces de recrear desde los caminos, chalets y casas de comida, hasta los gestos de cada uno de sus protagonistas.
Un narrador nato, vuelvo a repetir lo de uno de los más destacados del siglo XIX, que envuelve con su prosa, que atrapa de tal manera que es imposible acabar un capítulo y no iniciar el siguiente sin perder ni un ápice de la sonrisa, hasta tal punto que esta parece instalada en nuestra cara incluso minutos después de cerrar el libro.
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