Desde hace varios meses sentía el deseo de volver a leer una de las novelas de Conan Doyle en las que el protagonista es Sherlock Holmes. Los relatos suelen acompañarme con relativa frecuencia, pero quería volver a saborear la contundencia de uno de sus textos largos. Encima de los muchos libros que hay sobre mi mesa esperando ser leídos aparecía con insistencia El sabueso de los Baskerville, pero sin ser capaz de explicar la razón no llegué a pasar de la primera página.
No eran las páginas ajadas y amarillentas del ejemplar que me acompaña desde que tengo uso de razón, ni la sensación de haberlo leído repetidamente, había una necesidad en recuperar, paso a paso los movimientos de uno de los personajes más carismáticos de la literatura universal . Así que decidí empezar a releer a Conan Doyle por el principio, por el primero de sus libros: Estudio en escarlata. Y qué mejor forma de hacerlo que en la nueva edición ilustrada, como ya hizo con el título anterior, de Nórdica Libros, una editorial que logra mimar los textos clásicos dotándolos de una vitalidad que nos obliga a depositar nuestros ojos primero y nuestras manos y mente después, sintiendo una tracción que solo es entendible cuando amamos los libros en sí mismos, por lo que son, representan y significan.
Con las ilustraciones de Fernando Vicente -búsquenlo en "Babelia", merece la pena- y la traducción de Esther Tusquets -de quien es también alguna de sus aventuras en la Editorial Rquer- Nórdica ha creado un libro fantástico que hace todos los honores a uno de los grandes genios de la novela policíaca.
Quizá lo más significativo de Estudio en escarlata es que logra impregnarnos del lenguaje tan personal y los modos narrativos de John H. Watson, sí, el Doctor Watson, pues será él quien nos cuente las aventuras de Sherlock Holmes con todo lujo de detalles. Será él quien, a modo de confesión casi personal y en voz baja, nos muestre quién es y cómo actúa el detective del 221 B de Baker Street, un narrador de lujo, presente en todos los escenarios y situaciones que describe.
Aunque sin duda lo mejor de esta primera entrega de sus aventuras (algunos relatos ya habían sido publicados en la prensa) es la presentación que de Sherlock Holmes y él mismo hace el Dr. Watson:
"Medía más de seis pies ochenta y era tan extremadamente delgado que parecía todavía más alto. Sus ojos eran agudos y penetrantes, salvo en los intervalos de sopor a los que he aludido; y su fina nariz aguileña confería a todo su semplante un aire vivaz y decidido. También su barbilla, prominente y cuadrada, revelaba a un hombre resuelto. Aunque sus manos estaban invariablemente manchadas de tinta y cubiertas de marcas causadas por productos químicos, Holmes poseía una extraordinaria delicadeza de tacto, como tuve ocasión de observar con frecuenca al verle manipular sus frágiles instrumentos de trabajo"
Por no mencionar las pautas del trabajo de "deducción" que al detective le gusta usar para desentrañar el crimen extraño que se les presenta y los juegos dialécticos con que adorna muchas de las explicaciones del propio Holmes.
Las descripciones, tanto de lugares como de cada uno de los personajes que van apareciendo, así como los diálogos a que somete a sus dos protagonistas principales hace que la narrativa de Conan Doyle, Sir Arthur Conan Doyle, logre envolvernos desde el inicio, creando una atmósfera londinense de la que es difícil escapar ( salvo en esa segunda parte en la que se nos traslada a suelo americano). Hasta tal punto ralentizamos la lectura todo lo posible, saboreando cada página, cada apreciación, cada palabra usada por el narrador para dejar volar nuestra imaginación hacia escenarios fácilmente dibujados.
No voy a negar que frente al atractivo descomunal, casi hasta la adicción, de la primera parte ("Reimpresión de las memorias de John H. Watson, doctor en medicina y ex médico del ejército") hay un instante, tan solo uno, en que parece zozobrar la novela al inicio de la segunda parte ("El país de los santos"). No porqué esta no esté tan bien escrita como la primera, sino porque parece romper la dinámica, los escenarios e incluso los propios personajes.
De repente, cuando parece que estamos ante el clímax de la historia, cuando los personajes principales se asoman en toda su grandeza y la trama parece llegada a su fin, Conan Doyle nos paraliza con un final de capítulo brusco. Creemos llegar al final y aún queda la mitad del libro. Para nuestra sorpresa no solo cambiamos de escenario, sino incluso de continente y protagonistas, hasta tal punto que no resulta extraño que dudemos de qué es lo que estamos leyendo. De hecho debo reconocer que mi memoria había sido incapaz de retener esta parte de la historia, quitando ese segundo capítulo casi en su totalidad, incluso es más que posible que me imaginase una historia que nada tiene que ver con la primera parte.
Pero no hay duda que una vez superada la sorpresa, puesto en situación, el lector vuelve a dejarse seducir por el ritmo creciente de la narración de Conan Doyle, de esa historia que, poco a poco, se va perfilando de nuevo hasta que entendemos el porqué de ambas partes.
Una lectura entretenida, activa, sorprendente y ocurrente, como todas en las que Sherlock Holmes y, como no, el Dr. Watson, son protagonistas, sin el menor desperdicio y en la que los lectores somos parte fundamental de la propia historia narrada. Atentos a cada pista, a cada insinuación y detalle para resolver junto a nuestros protagonistas el crimen en que se ven envueltos.
No eran las páginas ajadas y amarillentas del ejemplar que me acompaña desde que tengo uso de razón, ni la sensación de haberlo leído repetidamente, había una necesidad en recuperar, paso a paso los movimientos de uno de los personajes más carismáticos de la literatura universal . Así que decidí empezar a releer a Conan Doyle por el principio, por el primero de sus libros: Estudio en escarlata. Y qué mejor forma de hacerlo que en la nueva edición ilustrada, como ya hizo con el título anterior, de Nórdica Libros, una editorial que logra mimar los textos clásicos dotándolos de una vitalidad que nos obliga a depositar nuestros ojos primero y nuestras manos y mente después, sintiendo una tracción que solo es entendible cuando amamos los libros en sí mismos, por lo que son, representan y significan.
Con las ilustraciones de Fernando Vicente -búsquenlo en "Babelia", merece la pena- y la traducción de Esther Tusquets -de quien es también alguna de sus aventuras en la Editorial Rquer- Nórdica ha creado un libro fantástico que hace todos los honores a uno de los grandes genios de la novela policíaca.
Quizá lo más significativo de Estudio en escarlata es que logra impregnarnos del lenguaje tan personal y los modos narrativos de John H. Watson, sí, el Doctor Watson, pues será él quien nos cuente las aventuras de Sherlock Holmes con todo lujo de detalles. Será él quien, a modo de confesión casi personal y en voz baja, nos muestre quién es y cómo actúa el detective del 221 B de Baker Street, un narrador de lujo, presente en todos los escenarios y situaciones que describe.
Aunque sin duda lo mejor de esta primera entrega de sus aventuras (algunos relatos ya habían sido publicados en la prensa) es la presentación que de Sherlock Holmes y él mismo hace el Dr. Watson:
"Medía más de seis pies ochenta y era tan extremadamente delgado que parecía todavía más alto. Sus ojos eran agudos y penetrantes, salvo en los intervalos de sopor a los que he aludido; y su fina nariz aguileña confería a todo su semplante un aire vivaz y decidido. También su barbilla, prominente y cuadrada, revelaba a un hombre resuelto. Aunque sus manos estaban invariablemente manchadas de tinta y cubiertas de marcas causadas por productos químicos, Holmes poseía una extraordinaria delicadeza de tacto, como tuve ocasión de observar con frecuenca al verle manipular sus frágiles instrumentos de trabajo"
Por no mencionar las pautas del trabajo de "deducción" que al detective le gusta usar para desentrañar el crimen extraño que se les presenta y los juegos dialécticos con que adorna muchas de las explicaciones del propio Holmes.
Las descripciones, tanto de lugares como de cada uno de los personajes que van apareciendo, así como los diálogos a que somete a sus dos protagonistas principales hace que la narrativa de Conan Doyle, Sir Arthur Conan Doyle, logre envolvernos desde el inicio, creando una atmósfera londinense de la que es difícil escapar ( salvo en esa segunda parte en la que se nos traslada a suelo americano). Hasta tal punto ralentizamos la lectura todo lo posible, saboreando cada página, cada apreciación, cada palabra usada por el narrador para dejar volar nuestra imaginación hacia escenarios fácilmente dibujados.
No voy a negar que frente al atractivo descomunal, casi hasta la adicción, de la primera parte ("Reimpresión de las memorias de John H. Watson, doctor en medicina y ex médico del ejército") hay un instante, tan solo uno, en que parece zozobrar la novela al inicio de la segunda parte ("El país de los santos"). No porqué esta no esté tan bien escrita como la primera, sino porque parece romper la dinámica, los escenarios e incluso los propios personajes.
De repente, cuando parece que estamos ante el clímax de la historia, cuando los personajes principales se asoman en toda su grandeza y la trama parece llegada a su fin, Conan Doyle nos paraliza con un final de capítulo brusco. Creemos llegar al final y aún queda la mitad del libro. Para nuestra sorpresa no solo cambiamos de escenario, sino incluso de continente y protagonistas, hasta tal punto que no resulta extraño que dudemos de qué es lo que estamos leyendo. De hecho debo reconocer que mi memoria había sido incapaz de retener esta parte de la historia, quitando ese segundo capítulo casi en su totalidad, incluso es más que posible que me imaginase una historia que nada tiene que ver con la primera parte.
Pero no hay duda que una vez superada la sorpresa, puesto en situación, el lector vuelve a dejarse seducir por el ritmo creciente de la narración de Conan Doyle, de esa historia que, poco a poco, se va perfilando de nuevo hasta que entendemos el porqué de ambas partes.
Una lectura entretenida, activa, sorprendente y ocurrente, como todas en las que Sherlock Holmes y, como no, el Dr. Watson, son protagonistas, sin el menor desperdicio y en la que los lectores somos parte fundamental de la propia historia narrada. Atentos a cada pista, a cada insinuación y detalle para resolver junto a nuestros protagonistas el crimen en que se ven envueltos.
La verdad es que es un acierto volver al Holmes clásico, después de tanta versión cinematográfica; tras ver dos películas de cine, (una de ellas de un Holmes adolescente), y dos series de televisión, también volví a releer alguna de las obras de siempre, por el placer de recuperar el verdadero Holmes de las novelas. Un acierto.
ResponderEliminarUn abrazo. LUIS NUEVOS RUMBOS.
Sí, está claro que el cine y la televisión no siempre hacen un favor a los autores clásicos. Aunque son un acierto para volver a ellos y darnos cuenta de lo que sigue siendo la narrativa de los autores eternos.
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