Nada más llegar a España, después de unos días ajeno a todo tipo de informaciones, me encuentro con la noticia del fallecimiento de Gabriel García Márquez. Una noticia que no por esperada deja de afectarme menos.
Y es que las palabras de Gabo han sido compañeras de muchas noches de insomnio, logrando que la llegada del amanecer se adelantase de manera casi mágica. Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, Relato de un naúfrago, Vivir para contarla, e incluso la última Memoria de mis putas tristes, siguen estando en la estantería a la altura del hombro, desde el sillón, de manera que pueda cogerlos en todo momento sin tener que girarme, empezando a vislumbrar los escenarios antes incluso de saber que libro iba a llenar el vacío de la vigilia.
Y es que el realismo mágico del escritor colombiano reúne todos los componentes de esa literatura eterna, sentida y vivida de la primera a la última página, en la que el lector se convierte en un miembro más de ese elenco soberbio de personajes que conforman el universo más envolvente de la literatura en lengua castellana.
La narración nostálgica, el lirismo de las descripciones, la ensoñación de los escenarios y sus personajes e incluso los silencios en los que parece las escenas se detienen han logrado, y siguen haciéndolo ahora mismo, que Nicolás Ricardo, José Arcadio, Tranquilina, Melquíades, Santiago, Aureliano, Fermín, Luis Alejandro y otros tantos que alargarían, nunca en exceso, cualquier tipo de reflexión, forman parte de mi memoria como si todos ellos se hubiesen cruzado en más de un momento en mi camino.
Como no cerrar los ojos e imaginar esos momentos inigualables, esos instantes eternos en los que la pluma de García Márquez no dejaba de regalar emociones, de hacernos escuchar la lluvia torrencial, las carreras de los niños y los recuerdos de los más mayores. Esos recuerdos que han ido llenando las páginas de sus libros aumentando así esa memoria, esta vez colectiva, de aquellos que hemos tenido la suerte de vivir sus historias.
"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla" eran las palabras que antecedían a esas memorias que componían Vivir para contarla, unas memorias que a muchos dejó insatisfechos, pero que a otros muchos nos volvió a ofrecer ese universo tan fantástico que había ido creándose con sus novelas. Y es que Macondo es algo más que un escenario literario, es ese territorio mítico del que formamos parte todos los lectores y que sigue hoy tan presente como aquel 1954 en que apareció por primera vez en el cuento Un día después del sábado. Como no dejarse llevar por la evocación de cientos de imágenes nada más escuchar o leer ese topónimo que, como el propio García Márquez decía, tiene una fuerte resonancia poética.
Sí, se nos ha ido el hombre, el escritor, el fabulador, el recuperador de la memoria, pero nos quedan sus palabras, sus libros, esa magia literaria que a muchos nos dice cada día que merece la pena leer para vivir unas historias emocionantes.
Cualquiera de sus obras merecen estar en nuestros bibliotecas particulares para poder acceder a ellas siempre que lo necesitemos. Y es que Gabriel García Márquez y su literatura tienen la particularidad de evolucionar con nosotros, de manera que volver a leer de nuevo nos ofrece visiones y sensaciones nuevas, como si lo que tuviésemos en nuestras manos fuese una historia nueva, que nada tiene que ver con aquella que leímos en su día.
El verano pasado releí Cien años de soledad; y cada vez que lo leo me maravilla más.
ResponderEliminarTe doy la razón, hay que tenerlo siempre a mano.
Gracias Gabo por todo lo que nos has dejado. Descansa en paz.
Un abrazo. LUIS NUEVOS RUMBOS.
Has usado, como siempre, la palabra adecuada: "maravilla". Y es que quien no quede maravillado por la prosa de Gabo no sabe lo que se pierde.
EliminarPor suerte sus libros van a seguir a nuestro lado eternamente.
Te devuelvo el abrazo