Hay libros que, no sabes muy bien porqué, te encandilan desde el inicio, hay algo que te atrapa y te impide que pienses en otra cosa que no sea leerlos. No es su tema lo atractivo, ni siquiera el magnetismo de sus personajes. Es la manera de escribir, de contar la historia la que te absorbe, la que consigue que tu mente se aleje de la realidad y se deje invadir por una ficción que más que parecer ficción se asocia con una experiencia vital de la que formas parte.
Como son bastante raros los títulos en los que esto sucede suelen despertar una pasión que en muchas ocasiones lleva a la confusión a la hora de explicarlos, a la hora de tratar de hacer una sinopsis que se ajuste a su propia narrativa.
No, no estamos ante una historia más de la España rural de la posguerra, ni mucho menos. Ni siquiera se ajusta a los cánones narrativos a los que estamos acostumbrados (cosa que, valga decirlo, es de agradecer), esos cánones que agarrotan la creatividad hasta producir obras clónicas que, miradas en perspectiva, nos alejan de todo lo que huela a sorpresa.
Jenn Díaz lo sabe y por eso se ha dejado seducir (y logra transmitirlo a los lectores) por las mejores cualidades de la literatura intimista española, elegante y acertada en todo momentos, para fundirla en una prosa llena de matices líricos que acerca cada una de las palabras, de las descripciones que se nos ofrecen por boca de sus protagonistas.
Sí, se trata de un microcosmos reducido al mínimo, un entorno familiar que logra profundizar en cada uno de los personajes que lo conforman. Unos personajes que se acercan con la misma facilidad que parecen escaparse por entre los dedos, como si no fuésemos capaces de retenerlos y en la página siguiente evolucionasen de una manera distinta a la imaginada.
No voy a negar que los tonos que imperan abarcan toda la gama de grises que podamos imaginar, pero la frescura de la prosa de la autora, el dominio del lenguaje y de las expresiones de la mitad del siglo XX en buena parte del entorno rural de la España interior y la capacidad de Mariela, la niña protagonista, para narrar, para lograr que prestemos todo nuestra atención a sus palabras, a ese torrente vocal que para sí quisieran dominar muchos de nuestros narradores consagrados.
Jenn Díaz ha construido una novela radiante desde el inicio -logra seducirnos primero con esas frases cortas que nos acomodan entre las páginas del libro-, que parece gestarse a medida que pasan las páginas, logrando que nos quedemos sin aliento en el momento preciso, cambiando de registro, y de narradora, cuando entiende que estamos ya preparados.
Una novela inteligente, de la que es mejor no contar y dejar que sea el lector el que se deje seducir por la voz de su narradora-niña que es Mariela, por esa fina ironía que solo es capaz de entenderse cuando procede de la mente infantil que se atreve a responder a sus propias preguntas. Sin duda alguna uno de esos libros que podemos ofrecer como regalo en un día como el de hoy.
¡Feliz Día del Libro!
Como son bastante raros los títulos en los que esto sucede suelen despertar una pasión que en muchas ocasiones lleva a la confusión a la hora de explicarlos, a la hora de tratar de hacer una sinopsis que se ajuste a su propia narrativa.
No, no estamos ante una historia más de la España rural de la posguerra, ni mucho menos. Ni siquiera se ajusta a los cánones narrativos a los que estamos acostumbrados (cosa que, valga decirlo, es de agradecer), esos cánones que agarrotan la creatividad hasta producir obras clónicas que, miradas en perspectiva, nos alejan de todo lo que huela a sorpresa.
Jenn Díaz lo sabe y por eso se ha dejado seducir (y logra transmitirlo a los lectores) por las mejores cualidades de la literatura intimista española, elegante y acertada en todo momentos, para fundirla en una prosa llena de matices líricos que acerca cada una de las palabras, de las descripciones que se nos ofrecen por boca de sus protagonistas.
Sí, se trata de un microcosmos reducido al mínimo, un entorno familiar que logra profundizar en cada uno de los personajes que lo conforman. Unos personajes que se acercan con la misma facilidad que parecen escaparse por entre los dedos, como si no fuésemos capaces de retenerlos y en la página siguiente evolucionasen de una manera distinta a la imaginada.
No voy a negar que los tonos que imperan abarcan toda la gama de grises que podamos imaginar, pero la frescura de la prosa de la autora, el dominio del lenguaje y de las expresiones de la mitad del siglo XX en buena parte del entorno rural de la España interior y la capacidad de Mariela, la niña protagonista, para narrar, para lograr que prestemos todo nuestra atención a sus palabras, a ese torrente vocal que para sí quisieran dominar muchos de nuestros narradores consagrados.
Jenn Díaz ha construido una novela radiante desde el inicio -logra seducirnos primero con esas frases cortas que nos acomodan entre las páginas del libro-, que parece gestarse a medida que pasan las páginas, logrando que nos quedemos sin aliento en el momento preciso, cambiando de registro, y de narradora, cuando entiende que estamos ya preparados.
Una novela inteligente, de la que es mejor no contar y dejar que sea el lector el que se deje seducir por la voz de su narradora-niña que es Mariela, por esa fina ironía que solo es capaz de entenderse cuando procede de la mente infantil que se atreve a responder a sus propias preguntas. Sin duda alguna uno de esos libros que podemos ofrecer como regalo en un día como el de hoy.
¡Feliz Día del Libro!
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