No, no lo puedo ocultar, a pesar de mi amor por la lectura y por el intento de, al menos, cinco veces, no he logrado leerme ninguno de los volúmenes de A la busca del tiempo perdido de Marcel Proust.
A lo largo de muchos años y tras escuchar que grandes nombres de la literatura castellana hablaban de la obra de Proust como esencial en su trayectoria vital y literaria, repetía la promesa de que ese año no iba a pasar de leer el primer tomo (del que tengo al menos dos ediciones). Pero en vano, aquellas promesas repetidas e incumplidas, al menos en cuatro veranos, me persiguen y señalan como si en mis intentos no hubiese puesto toda la voluntad posible.
Y claro, cuando llega a mis manos la reedición de este pequeño libro de relatos, se me produce una especie de revelación que me indica que esta vez sí, esta vez voy a leer a Proust, aunque nada tenga que ver con su gran obra.
La primera impresión es que en el relato corto el escritor francés es más directo, no necesita crear esos giros que hacen que su prosa se haga lenta (al menos eso me ocurría a mi hasta ahora), más densa, como si los acontecimientos pasasen en cámara lenta y fuese necesario observar todos los detalles y desde todos los puntos de vista.
Proust es brillante, preciso, capaz de que el lector no solo observe la escena que se desarrolla, sino que escuche a la narradora, en el primero de los relatos y que da título al libro, como si esta estuviese leyendo para él en exclusiva.
Seguro que hay mucho de autobiográfico en los diferentes personajes del libro, se repite la falta de voluntad, las dudas y complejos alrededor del amor y ese demostrar en todo momento, en cada página las miserias que acompañan al ser humano.
Cinco relatos que tienen en común el crimen como fuerza motora, en distintas y variadas vertientes, incluso de manera rebuscada. Cinco relatos que salen del libro para convertirse en realidad, para testimoniar la manera que tiene de narrar uno de los mejores escritores de todos los tiempos, y que por sí solos tienen la calidad suficiente como para señalar a un escritor sobresaliente.
Un perfecto disfrute para los sentidos, pues emociona, intriga y deja sin aliento. Hasta tal punto que una vez finalizado el último de los relatos: Sentimientos filiales de un parricida, el libro vuelve a abrirse por la página 23 (las anteriores están dedicadas a un prólogo de Mauro Armiño que recomiendo para ponerse en situación) para volver a vivir las cinco historias de nuevo, esta vez con más pausa y detenimiento.
Y claro, cuando llega a mis manos la reedición de este pequeño libro de relatos, se me produce una especie de revelación que me indica que esta vez sí, esta vez voy a leer a Proust, aunque nada tenga que ver con su gran obra.
La primera impresión es que en el relato corto el escritor francés es más directo, no necesita crear esos giros que hacen que su prosa se haga lenta (al menos eso me ocurría a mi hasta ahora), más densa, como si los acontecimientos pasasen en cámara lenta y fuese necesario observar todos los detalles y desde todos los puntos de vista.
Proust es brillante, preciso, capaz de que el lector no solo observe la escena que se desarrolla, sino que escuche a la narradora, en el primero de los relatos y que da título al libro, como si esta estuviese leyendo para él en exclusiva.
Seguro que hay mucho de autobiográfico en los diferentes personajes del libro, se repite la falta de voluntad, las dudas y complejos alrededor del amor y ese demostrar en todo momento, en cada página las miserias que acompañan al ser humano.
Cinco relatos que tienen en común el crimen como fuerza motora, en distintas y variadas vertientes, incluso de manera rebuscada. Cinco relatos que salen del libro para convertirse en realidad, para testimoniar la manera que tiene de narrar uno de los mejores escritores de todos los tiempos, y que por sí solos tienen la calidad suficiente como para señalar a un escritor sobresaliente.
Un perfecto disfrute para los sentidos, pues emociona, intriga y deja sin aliento. Hasta tal punto que una vez finalizado el último de los relatos: Sentimientos filiales de un parricida, el libro vuelve a abrirse por la página 23 (las anteriores están dedicadas a un prólogo de Mauro Armiño que recomiendo para ponerse en situación) para volver a vivir las cinco historias de nuevo, esta vez con más pausa y detenimiento.