A estas alturas todo libro que destila humor e ingenio que cae en mis manos merece, cuanto menos, que le preste una atención especial, que pierda cualquier tipo de pudor de penetrar en sus páginas.
Es cierto que en muchas, demasiadas, ocasiones de inmediato descubro que más que gracia las "anécdotas" u "ocurrencias" lo único que logran es que me entre cierta angustia que no decae ni siquiera cuando cierro el libro. Chistes fáciles, estereotipos banales, ritmo plano y desenlaces faltos de sorpresa suelen componer libros que parecen agotar el ingenio con el diseño de la portada y el título.
Pero claro, sucede que existe un nutrido grupo de narradores que logran no solo transmitir una idea y dar vida a unos personajes, sino demostrar que manejan el lenguaje con inteligencia, que sujetan el ritmo narrativo de principio a fin y, lo que es más importante, no se conforman con sacar una risa del lector, sino que apuestan a que este mantenga una larga sonrisa mientras dure la lectura.
Romain Puértolas no solo nos muestra un título sugerente y llamativo, sino que nos regala una trama original, en la que la ironía juega un papel fundamental, una ironía que busca la complicidad de quien participa en la historia como voyeur improvisado siguiendo las aventuras del "faquir" protagonista.
Y es que, es algo que hay que tener muy presente, estamos ante una novela de aventuras. Ingeniosa sí, llena de humor inteligente, también, pero una novela de aventuras de principio a fin en la que nuestro "héroe" nos transporta por unos escenarios sorprendentes, por muy reconocibles y cotidianos que nos parezcan.
Con una prosa ágil, vertiginosa, sin más pretensión que ser vehículo de los acontecimientos y el hecho de que Romain se haya ocupado personalmente de "españolizar" los nombres propios de quienes pululan por las páginas del libro, el autor logra que los lectores seamos espectadores de excepción en una sátira fantástica que ofrece, por encima de todo, un entretenimiento agradable e inteligente.
Una sátira que tiene el punto justo de crítica, de mostrar sin tapujos un tema tan sangrante como el de la inmigración ilegal. Pero hasta esto lo consigue de manera sobresaliente, llamando la atención del lector, pero sin que este pierda el tono divertido de la lectura. Lo que resulta mucho más eficiente que cortar de raíz la trama y tratar de moralizar de manera artificial.
Gracias Romain por invitarme a hacer este viaje -ya he comprobado que no me hacía falta un radiador para acompañarte a ti y Dhjamal Mekhan Dooyeghas-, por permitirme disfrutar de unos momentos llenos de complicidad y en los que la risa ha llegado a ser carcajada. Por cierto ¿seré de los pocos mortales occidentales que nunca ha estado en Ikea?.
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