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viernes, 7 de marzo de 2014

EL HOMBRE BICOLOR. Javier Tomeo



No soy muy dado a dejarme seducir por los libro póstumos, sobre todo aquellos que aparecen poco después de la desaparición del autor, pero tratándose de Tomeo y Anagrama (y sin olvidar los casi ocho meses transcurridos) era algo que en ningún momento me he cuestionado. Es de agradecer que Jorge Herralde, el editor, haya dejado transcurrir un tiempo que muchos hemos ocupado en recuperar lecturas casi olvidadas, que no acudiese de inmediato a ofrecernos el último trabajo de uno de los escritores más entrañables del panorama literario nacional.
No voy a negar que siempre me ha seducido el estilo narrativo propio de Tomeo, las historias en las que nos sumerge y los personajes que ha sido capaz de construir, sean monstruos o no, se dibujen o se aparezcan en la imaginación, se escuche su voz o se interprete su lamento. El caso es que quien se dejó seducir por una de las narraciones del autor, no ha dudado en fidelizarse a su prosa, esa narración directa y sencilla en la que los seres surrealistas que la poblaban no dudaban en mostrar al lector una imágenes y unos recorridos inolvidables que hacían que el asombro dejase paso con inusitada rapidez al humor y al disfrute exquisito de la lectura.
Como no podía ser de otra manera en El hombre bicolor hay mucho de kafkiano, con repetidas referencias a El castillo del autor checo, pero también a La ciudad de las palomas del propio Tomeo.
Y es que Hermógenes, el protagonista de la novela, demuestra tener esa particularidad física que le hará diferente de los demás, tiene un ojo de cada color, pero también se mostrará un ser solitario, con unos pensamientos ajenos al resto de los mortales y unos problemas de comunicación que, es esta ocasión, se agravan por la ausencia de población en la ciudad en la que recae.
También serán particulares su profesión, recaudador de impuestos, las situaciones a las que se enfrenta en un pueblo sin gente, el nombre que le otorga al único  ser que da señales de vida, el perro Marte y el discurrir de las horas a la espera de que alguien se presente.
No sorprende, incluso llega a ser gratificante, que toda la novela se convierta en un monólogo, que no se romperá no siquiera cuando mantenga una "conversación" con su otro yo. Será el propio Hermógenes quien nos hará de narrador, quien nos cuente sus sentimientos, los interrogantes que se van sumando y las soluciones que el mismo aporta; quien dibujará el escenario en que se mueve, acercándonos a los espacios cerrados y abiertos que se presentan ante él; quien nos muestre parte de su mundo gracias a la información que nos aporta de su tía Rosamunda.
Tomeo vuelve a regalarnos una prosa concisa, acertada, que nos transporta a ese universo que solo él es capaz de construir, a permitirnos ensoñar con la compañía de un personaje peculiar, tierno y sencillo que invita más a la sonrisa que a la mofa, que nos hace suyos desde las primeras páginas y que consigue que penetremos en un mundo en el que tienen cabida todos nuestros sentidos.

2 comentarios:

  1. En Zaragoza no tenemos muchos escritores con difusión fuera de Aragón, como era Javier Tomeo. Qué pena su fallecimiento tan joven. Cómo dices, su estilo era personalísimo, (sencillo y directo), y esta obra, además, para los devotos de Kafka tiene un encanto especial. Estupendo tu comentario. LUIS NUEVOS RUMBOS.

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    1. Tienes toda la razón. Por mi parte no me queda más remedio que conformarme con toda esa obra suya que aún me queda por leer y que poco a poco leeré.
      Un saludo

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