Orhan Pamuk es, junto con Gabriel García Márquez, Mark Twain y Avelino Hernández, uno de mis escritores preferidos. Así que cada nueva novela suya que llega a mis manos es cogida con verdadero deleite, hasta tal punto que soy consciente de qué poco me importa el tema del que trate y sí la manera en cómo lo hace.
No voy a negar que primero me atrapó Turquía y luego su escritor, que acudí a él y sus textos en la búsqueda de una mayor información o conocimiento de su esencia. Y tampoco que encontré en sus palabras aquello que difícilmente podía obtener con ensayos ajenos al propio país otomano. De hecho gracias a declaraciones suyas, además de lo que dicen sus libros, he descubierto las luces y sombras de Turquía.
No recuerdo bien si mi primera lectura fue El libro negro o Me llamo Rojo, pero sí que una sucedió a la otra y poco a poco todos sus libros han ido sumándose a las estanterías de mi biblioteca tras leerlas todas con la precisión y el disfrute que cada una de ellas requería en su momento (junto a ellas hay también alguna en su idioma original, el turco, que, por motivos obvios, no han sido leídas, pero si observadas a la par que su traducción al castellano). Incluso alguna de ellas, cosa muy poco frecuente, mantienen notas personales a pie de página y subrayados de párrafos que aún después de varios años siguen llamándome la atención.
La mujer del pelo rojo tiene mucho de simbolismo, es verdad, y la continua reflexión sobre el destino y la fatalidad que a este suele estar emparejada en la literatura clásica (tanto la griega como la persa) puede, en algún momento de la lectura, lastrar la agilidad que muchos lectores demandan. Pero también que demuestra el dominio que el escritor tiene sobre la narración, la creación de unos personajes, en especial Cem, el protagonista principal, y el retrato de un país como Turquía.
Pamuk juega con los tiempos y con los acontecimientos que se van produciendo; de hecho, estos estarán presentes a lo largo de toda la lectura. Atrapa al lector en una primera parte entrañable en la que Cem narra los acontecimientos de su adolescencia y lo hace de manera sencilla, sin grandes aspavientos, como si todo se contagiase de las altas temperaturas veraniegas. Describe, con una precisión envidiable, la evolución personal del protagonista en el paso de la adolescencia a la etapa adulta, permitiendo que con sus pensamientos y sus acciones muestre los vaivenes de esa etapa de la vida. La relación entre el joven aprendiz y Mahmut Usta, su maestro pocero indica, bien a las claras, una de las principales inquietudes de Pamuk, la posición de su país entre Oriente y Occidente, el puente que significa entre Europa y Asia. La visión de uno y otro en sus conversaciones, su propia relación y los juegos narrativos de los momentos de descanso, son la antesala de los pensamientos y búsquedas de protagonista ya en su etapa adulta y triunfadora, al menos en el mundo de los negocios.
Con una prosa tan elegante como fluida Pamuk nos cuenta una historia (hay muchas que se entrelazan a medida que se suman los personajes), que muestra la evolución de los últimos cuarenta años de Turquía, pero también la actualidad de los mitos milenarios, la fuerza del amor y la trascendencia de cada uno de nuestros actos.
Una buena novela para acceder al universo literario de Orhan Pamuk, que hará las delicias tanto de quienes hayan seguido su trayectoria como de aquellos que se adentren por primera vez en su narrativa.
Pamuk juega con los tiempos y con los acontecimientos que se van produciendo; de hecho, estos estarán presentes a lo largo de toda la lectura. Atrapa al lector en una primera parte entrañable en la que Cem narra los acontecimientos de su adolescencia y lo hace de manera sencilla, sin grandes aspavientos, como si todo se contagiase de las altas temperaturas veraniegas. Describe, con una precisión envidiable, la evolución personal del protagonista en el paso de la adolescencia a la etapa adulta, permitiendo que con sus pensamientos y sus acciones muestre los vaivenes de esa etapa de la vida. La relación entre el joven aprendiz y Mahmut Usta, su maestro pocero indica, bien a las claras, una de las principales inquietudes de Pamuk, la posición de su país entre Oriente y Occidente, el puente que significa entre Europa y Asia. La visión de uno y otro en sus conversaciones, su propia relación y los juegos narrativos de los momentos de descanso, son la antesala de los pensamientos y búsquedas de protagonista ya en su etapa adulta y triunfadora, al menos en el mundo de los negocios.
Con una prosa tan elegante como fluida Pamuk nos cuenta una historia (hay muchas que se entrelazan a medida que se suman los personajes), que muestra la evolución de los últimos cuarenta años de Turquía, pero también la actualidad de los mitos milenarios, la fuerza del amor y la trascendencia de cada uno de nuestros actos.
Una buena novela para acceder al universo literario de Orhan Pamuk, que hará las delicias tanto de quienes hayan seguido su trayectoria como de aquellos que se adentren por primera vez en su narrativa.
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