Hace pocas fechas aparecía por fin la última de las novelas de Leonardo Padura La transparencia del tiempo. Así que era la compañía perfecta para un viaje a La Habana, pero al ser novedad, su peso y tamaño no lo presentaban como la mejor de las compañías. Había pues que buscar alguno de sus anteriores trabajos y qué mejor que hacerlo con la segunda entrega del todavía teniente investigador Mario Conde (la primera había sido Pasado Perfecto), Vientos de cuaresma.
Con ella no solo volví a sumergirme en una novela policíaca con reminiscencias a Hammett, Chandler, Sciascia y Vázquez Montalbán, sino que de inmediato tuve ante mí la ciudad de La Habana. Con su hermosura y decrepitud, con su pasado y su presente y, por encima de todo, la nostalgia de cada uno de sus rincones.
Y es que Mario Conde recupera las más destacadas características de la novela negra, desde su propio personaje: desinhibido, vividor, desordenado, con las adicciones políticamente incorrectas que suponen el alcohol, el tabaco y, como no, el sexo. Hasta los escenarios por lo que se mueve y los personajes que poco a poco se van asomando y que adquieren un protagonismo que sirve siempre para que el propio Conde crezca a medida que se suman las páginas.
Amistad, música (también el ron el tabaco y las mujeres ), y con la dosis de intriga necesaria para atrapar al lector ávido de historias interesantes y bien contadas, componen un trabajo bien hilvanado, con la presencia justa de cada uno de sus componentes. Sin olvidar, claro está, el apartado gastronómico que acerca al lector a la exquisitez de los platos, sin olvidar en ningún momento, la escasez y falta de suministro de algunos ingredientes, así como el racionamiento en la isla.
Padura no solo te acerca a La Habana Vieja, a sus personajes y sus circunstancias, sino que te introduce en el día a día de una ciudad con vida que se resiste a perder parte de su esencia. Su manejo del lenguaje, del ritmo narrativo y de cada uno de los personajes, hasta los que parecen menos representativos, le permitió crear una historia de grandes dimensiones, aunque su tamaño parezca decirnos lo contrario.
Conde, el Flaco Carlos, Josefina, Manolo, Karina y cada uno de los múltiples actores de Vientos de cuaresma son la antesala de lo que ha sido, en parte es, Cuba, de sus ansias y sus desvaríos, de su pasado y su presente. No hay que olvidar que han pasado más de quince años desde su publicación, pero aún así es fácil descubrir que comparten el mismo aroma y la misma musicalidad, por no hablar del aire cálido del sur que sopla durante la primavera cubana y que, como todas las variaciones climáticas, afectan a los habitantes que las padecen.
Una novela de un escritor con mayúsculas (Premio Café Gijón 1995, Premio Dashiell Hammett 2005, Premio Raymond Chandler 2009, Premio Nacional de Cuba 2012 y Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, entre otros) que no solo construye novelas, como Vientos de cuaresma, llenas de intriga y vitalidad, sino que perfecciona el arte de la escritura de tal manera que en ellas se descubren los más destacados componentes de la literatura en castellano.
Y es que Mario Conde recupera las más destacadas características de la novela negra, desde su propio personaje: desinhibido, vividor, desordenado, con las adicciones políticamente incorrectas que suponen el alcohol, el tabaco y, como no, el sexo. Hasta los escenarios por lo que se mueve y los personajes que poco a poco se van asomando y que adquieren un protagonismo que sirve siempre para que el propio Conde crezca a medida que se suman las páginas.
Amistad, música (también el ron el tabaco y las mujeres ), y con la dosis de intriga necesaria para atrapar al lector ávido de historias interesantes y bien contadas, componen un trabajo bien hilvanado, con la presencia justa de cada uno de sus componentes. Sin olvidar, claro está, el apartado gastronómico que acerca al lector a la exquisitez de los platos, sin olvidar en ningún momento, la escasez y falta de suministro de algunos ingredientes, así como el racionamiento en la isla.
Padura no solo te acerca a La Habana Vieja, a sus personajes y sus circunstancias, sino que te introduce en el día a día de una ciudad con vida que se resiste a perder parte de su esencia. Su manejo del lenguaje, del ritmo narrativo y de cada uno de los personajes, hasta los que parecen menos representativos, le permitió crear una historia de grandes dimensiones, aunque su tamaño parezca decirnos lo contrario.
Conde, el Flaco Carlos, Josefina, Manolo, Karina y cada uno de los múltiples actores de Vientos de cuaresma son la antesala de lo que ha sido, en parte es, Cuba, de sus ansias y sus desvaríos, de su pasado y su presente. No hay que olvidar que han pasado más de quince años desde su publicación, pero aún así es fácil descubrir que comparten el mismo aroma y la misma musicalidad, por no hablar del aire cálido del sur que sopla durante la primavera cubana y que, como todas las variaciones climáticas, afectan a los habitantes que las padecen.
Una novela de un escritor con mayúsculas (Premio Café Gijón 1995, Premio Dashiell Hammett 2005, Premio Raymond Chandler 2009, Premio Nacional de Cuba 2012 y Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, entre otros) que no solo construye novelas, como Vientos de cuaresma, llenas de intriga y vitalidad, sino que perfecciona el arte de la escritura de tal manera que en ellas se descubren los más destacados componentes de la literatura en castellano.
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