QUÉ LEO HOY:

QUÉ LEO HOY: Sugerencias, debate, crítica, opinión...

viernes, 29 de mayo de 2015

EL LECTOR DEL TREN DE LAS 6.27. Jean-Paul Didierlaurent



De vez en cuando, muy de ven en cuando, sientes que tienes ante ti un libro especial, un libro distinto que va a significar mucho más que un entretenimiento. No hace falta empezar a leerlo para que algo inexplicable te recorra y tengas la sensación de que ese pequeño reducto de palabras te va a llenar de manera singular. Ni siquiera, como es el caso, tienes la necesidad de observar la portada escondida tras la molesta y cada vez más insufrible banda que le colocan las editoriales para llamar la atención del lector.
Y es que en esta ocasión no hacía falta reclamo alguno, no presté siquiera un segundo a las palabras que, en la portada, trataban de mostrar el interior del libro. No hacía falta, ni siquiera descubrir el rostro completo del personaje que aparecía en la portada que, como ya he dicho, permanecía semioculto tras la banda roja.
No sabría explicar si era su reducido número de páginas (195) o que en el título apareciese la palabra "lector". Sigo, incluso después de su lectura, sin lograr explicarme, así que difícilmente lograría trasladarlo aquí, que mágica atracción me llevó a coger el libro y situarlo, sin ningún pudor, encima de todos los que había elegido para leer, llegando incluso a aparcar algunos que estaban a punto de acabarse.
Empezar a leer y sumergirme en una mundo emocionante fue todo uno. Notar como mi respiración se espaciaba, con esa lentitud y relajación que ofrece la paz y saberse partícipe de un universo en el que cada palabra es un mundo y en el que cada acontecimiento, por muy cotidiano que parezca, va a producir en mí sensaciones inesperadas instantes antes.
Reconozco que el juego de palabras que nos introducen al personaje principal, Gibrando Viñol, trató en vano de confundirme, de querer hacerme creer que estaba ante uno de esos libro en los que el humor y los dobles sentidos solo eran aptos para los lectores de la vecina Francia. No, había algo más, había que superar ese capítulo primero (apenas tres páginas y media) para penetrar de lleno en la historia, aunque para ser sincero ese capítulo inicial demostraba que el autor sabía lo que hacía y dejaba entrever una historia llena de posibilidades.
Y de repente, casi sin percatarme, el protagonista me enfrenta directamente con La Cosa, con la Zerstor 500, una máquina trituradora de libros de la Sociedad de Tratamiento y Reciclaje Natural. Y se abre ante mí todo el universo de Viñol, de su trabajo, de sus alegrías y miedos, de esos personajes que parecen nacer de la nada para cobrar una importancia de inmediato. Con apenas unas leves pinceladas el narrador nos presenta cada uno de los personajes que pueblan la novela y somos los lectores los que los creamos, imaginando, además, un futuro ajeno a las páginas que estamos leyendo.
Kpwalski, Brunner, Grinbert, Carminetti Rouget de Lisle, las hermanas Delecote o Julie tienen, cada uno de ellos tiene la fuerza suficiente como para crear un relato individual que nada tiene que ver con el libro que tenemos entre manos y que nos invitan a emocionarnos con historias vividas como lectores.
Con un lenguaje sencillo, descripciones acertadas y precisas Didierlaurent nos incita a una lectura fluida, cómoda, que ahonda, más si cabe, en el amor por los libros y la lectura: Consiguiendo que nos emocionemos con la sencillez de las cosas más elementales y sencillas, pero sin tener miedo a acercarnos a los temas más profundos. Un lenguaje que atrapa y logra que mantengamos la atención desde la primera a la última página.
El autor logra transportarnos a un universo paralelo en el que un París y unos personajes tristes y anodinos nos muestran la belleza, el amor y la humanidad, hasta tal punto que una vez acabada la página 195 hay una tentación casi irresistible de volver al inicio, de vivir de nuevo, esta vez con mayor lentitud, cada una de las páginas en que Guibrando Guiñol es protagonista.
Un libro tierno, amable, que logra que las aletas de la nariz se ensanchen presas de la emoción que solo aportan las grandes historias. Jean-Paul Didierlaurent nos ha abierto la puerta a un mundo y unos personajes que permanecen presentes y vivos más allá de lo que acontece en la novela.

domingo, 17 de mayo de 2015

EL ÚLTIMO CAPÍTULO. Javier Lizasoain Hernández



Hay libros que llegan a mis manos en extrañas circunstancias y que suponen un aliciente especial que me atrae de una manera inexplicable. No hay duda que El último capítulo es un libro de notable factura editorial, hecho con mimo y con el cariño de quien siente amor y pasión por el libro impreso, así que resulta atractivo una vez lo tienes entre manos y no puedes dejar de dar gracias al editor, Doce Calles, que se ha preocupado de hacerlo de esta manera. Pero que te comprometas a leerte el libro sin conocer ni el tema, ni el autor, ni el libro físico, es algo que solo se produce cuando hay algo que te da buenas vibraciones.
Por eso he querido que el tiempo enfriase muchos de los estímulos de la lectura y ponerme a escribir cuando esta estuviese lo suficientemente reposada, cuando los ecos de una cómoda, ágil y estupenda presentación, se hubiesen acallado del todo, cuando las voces femeninas que pueblan sus páginas se mantuviesen en mi memoria de manera convincente.
De Javier Lizasoain Hernández desconocía todo, salvo la amistad de quien me entregó el libro, así que al hilo de la lectura me sentí obligado a buscar algo de información sobre sus actividades. Profesor de instituto (menos mal que ya había leído el libro, si no me habrían asaltado las dudas de estar ante el fruto de una experiencia docente antes que la necesidad de escribir), licenciado y apasionado del arte y poco más (autor de un libro de Historia del Arte de segundo de bachillerato) que me permitiese conocer al creador de una novela tan arriesgada como elocuente.
De entrada hay que señalar que el atractivo principal, junto con el de quien me dio el libro, radicaba en centrar la novela en una de las joyas del arte español, la llamada "Capilla Sixtina" de Castilla, la ermita de San Baudelio de Casillas de Berlanga (basta echar un vistazo a la portada del libro para observar una de las escenas que ilustraban sus paredes). Pero lo que no podía esperar era que el autor (se que en estos tiempos de igualdad de géneros no debería señalarlo, pero aquí está) construyese la historia alrededor del mundo femenino. No conformándose con eso dará voz a tres mujeres, de tres generaciones distintas, abuela, madre y nieta, para que la historia se conforme en un canto coral que, cuanto menos, resulte creíble a los ojos de cualquier lector.
El autor no solo tiene oficio, en el buen sentido de la palabra, a la hora de conformar la historia narrada, sino que logra transmitirnos su pasión por las pinturas de la ermita, por los avatares que estas sufrieron a lo largo del siglo XX y nos invita a uno, o mejor dicho a varios viajes a través de la visión y la mente de Justina, Lucía y Marina. Viaje, viajes, historia e historias que se van abriendo a los ojos del lector con la fluidez necesaria para penetrar  en ellas como si formasen parte de nuestra memoria colectiva.
Comenzar a leer y sumergirse en un mundo lleno de incógnitas es todo uno, aunque como sucede con la propia ermita, con una puerta cerrada y un exterior sencillo, se van abriendo a la luz paredes e imágenes sorprendentes, escenas inimaginables y personajes increíbles. Javier logra crear una novela austera en el exterior para crear un espacio en el que se van abriendo caminos y pasillos, no todos se recorren de inmediato, algunos se aparcan para volver más tarde, algunos se visitan con deleite y otros se pisan como dentro de una ensoñación. De la mano de las tres protagonistas nos sentimos espectadores privilegiados no solo de sus experiencias, si no de la historia de muchos de los pueblos y ciudades de España.
Eso sí, hay un capítulo que merece la pena ser tenido en cuenta de manera especial, casi individual.  El capítulo II titulado "Y el hombre se hizo alma" es tan magnífico como arriesgado (hay quien diría incluso osado) y que constituye un apartado aparte. El maestro de San Baudelio nos traslada a un pasado mucho más lejano y a la manera de la mejor narración histórica nos recrea una imágenes casi cinematográficas, tan elocuentes que nos invita a cerrar los ojos y sumergirnos en una época de la que iremos recuperando imágenes a medida que avanzamos en la lectura.
Una novela de búsqueda, de lucha, en la que las pasiones se van abriendo con tal fuerza que nos impedirán abandonar el libro y que deseemos, junto con las protagonistas llenar los vacíos que se van abriendo en cada página.


viernes, 1 de mayo de 2015

EL EFECTO MARCUS. Jussi Adler-Olsen



Que disfruto con la saga del Departamento Q lo dice el hecho de haber leído todas las entregas y, además, en el orden en que fueron publicadas. Desde la aparición de La mujer que arañaba las paredes hasta esta quinta entrega las peripecias del inspector Carl Morck y sus ayudantes Assad y Rose me han hecho disfrutar de tal manera que, desde el momento que he tenido noticias de la aparición de otra de las novelas no he visto la hora de tenerla en mis manos, aparcando las lectura que tenía entre manos para sumergirme en el nuevo caso.
Los chicos que cayeron en la trampa, El mensaje que llegó en una botella y Expediente 64, junto con la primera y esta última entrega, completan una serie de lecturas totalmente adictivas, en las que de principio a fin te sientes involucrado y parece que acompañes a los protagonistas en cada una de sus páginas.
No voy a negar que esta última novela me ha resultado más extraña, lo que no quiere decir nada en su contra, ni mucho menos, teniendo en cuenta la cantidad de acontecimientos que suceden hasta que nuestros personajes principales, el trío de policías que conforman el Departamento Q, aparecen. La novela avanza a buen ritmo y parece que la historia nada tiene que ver con Morck y los suyos. Pero resulta raro tener en tus manos la novela y no comprobar, casi desde el inicio que está pasando por la cabeza del protagonista, sobre todo cuando tras la anterior aventura algo, que por supuesto me niego a contar, había sucedido.
A pesar de esto, que posiblemente solo aparece en la mente de quien tiene muy presentes las entregas anteriores, ya desde las primeras páginas la historia, o mejor dicho, las historias te absorben de inmediato y no cuesta nada vislumbrar los escenarios que se van dibujando, ya sea en las selvas de África Central o en las calles de Copenhague.
No hay duda que Jussi Adler-Olsen se ha convertido en algo más que un creador de novelas policíacas de misterio y un narrador de éxito tanto dentro como fuera de su país, gracias a los temas escogidos se ha convertido en un referente en hacer autocrítica sobre la propia sociedad danesa, hasta tal punto que no resulta extraña la reflexión y la posible traslación de situaciones a cualquier otro país europeo. En esta ocasión no solo nos acerca al mundo de la corrupción política y el robo de fondos destinados al tercer mundo, sino que nos sumerge en el mundo de la inmigración ilegal y de las bandas de jóvenes que son usados para delinquir en Copenhague.
La perfecta recreación de la sociedad danesa (de los errores y aciertos que en ella se producen a diario) y sus escanarios, la fuerza con que aparecen reflejados cada uno de los personajes (en especial, claro está los tres miembros del departamento Q y del joven Marcus que da nombre al título) y la vertiginosidad de la trama, crean una novela que deja sin aliento, que atrapa de una manera casi enfermiza. Hasta tal punto que en algunas de las persecuciones tienes que frenar tus ansias de gritar y alertar al acosado.
Una novela policíaca con mayúsculas, con malos (y malísimos) y buenos, con intriga y suspense, con la psicología necesaria para ver humanidad y arrepentimiento en lo más oscuro de la sociedad, con secuencias que harán la delicia de quien quiera llevarlas al cine. Una novela que invita a leer y olvidarse de todo lo que sucede alrededor. Jussi Adler-Olsen logra superar cualquiera de sus anteriores novelas, cosa que en las primeras páginas se antoja imposible, creando caminos que el propio lector, o la vida futura de los protagonistas, deberá recorrer y analizar, dejando que se produzca una interesante batalla entre la imaginación y el deseo de lo no contado.