No sé si Ángel Gracia ha tratado de desmontar la infancia como esa "patria feliz" a la que solemos acudir para dibujar con múltiples tonos nuestro recuerdo, pero lo que sí tengo claro es que ha sabido crear un retrato real, duro y cruel de los años de la pre-adolescencia.
Una novela impactante, que desde el inicio deja bien claro que no estamos ante una narrativa al uso, con una atmósfera opresiva que, inexplicablemente, nos atrapa, que nos atrae con una fuerza desconocida. Un viaje a la infancia y sus demonios, esos momentos oscuros de los que pocos, por mucho que nos neguemos, se pueden escapar.
Sí, claro que nos sitúa en un escenario concreto, en una ciudad concreta, la Zaragoza de los años 80 del siglo pasado, pero de inmediato parece dar un giro de ciento ochenta grados y mostrarnos un espacio diferente, un espacio conocido, con rostros y voces que se han mantenido presentes en nuestra memoria. Somos nosotros, y aquellos que crecieron con nosotros, los que protagonizan cada una de las escenas narradas por el autor. Ponemos cara a cada uno de los personajes, incluso llega un momento en que adecuamos el mote al que se mantiene impreso en nuestra mente.
Pero, sin duda alguna, lo peor de todo es la dificultad de situarnos nosotros en la acción, de acertar en nuestro verdadero papel en la novela. Sí, claro que en un inicio nos posicionamos en el lugar del narrador, pero al poco descubrimos como nos metamorfoseamos en cada uno de los demás, sus actitudes, sus palabras y sus silencios nos delatan. Somos, al fin y al cabo, todos en uno, bien porque en su momentos pasamos por todos los papeles, o bien porque nos creamos entonces esa coraza que logró que aventurásemos haber sido cada uno de ellos.
Según el autor la novela no es solo fruto de su memoria -nunca hay que olvidar que estamos ante un elemento de ficción narrativa-, sino de la memoria de todos aquellos que le rodean. Y son todos aquellos los que conforman un universo propio en el que se van apareciendo nuestros fantasmas, seguro que cada lector interpreta cada situación de forma distinta, aunque en todo momento somos conscientes de cuando se quiebra la justicia, cuando los abusos, los atropellos colocan a cada uno en su sitio. Y, por mucho que podamos negarlo, nuestro deseo de estar en un lado u otro de la línea está siempre claro, máxime cuando nuestra integridad está en juego.
Más que el relato de la infancia, el reflejo de unas vivencias más o menos verídicas, Ángel Gracia logra crear una novela con notables tintes políticos y sociales, donde no solo prima la propia supervivencia, sino la lucha por el poder y donde ubicarse para que este no haga daño.
Una novela sin descanso, incluso las breves alusiones campestres, que parecen idealizar el espacio del mundo rural ajeno al urbano, esconden los miedos que azotan al niño, y por ende al ser humano, incluso cuando no se están sufriendo.
Una novela despiadada, donde la desolación se adueña incluso de los momentos de descanso, un mundo hostil que impide exista un espacio mental en el que refugiarse. Pero también una novela que usa el lenguaje en su justa medida, que señala espacios y sensaciones, que transforma a la perfección la propia experiencia y existencia del lector.
Otras obras del autor:
Valhondo (2003); Libro de los ibores (2005); Destino y trazo: en bici por Aragón (2009) y Arar (2010).
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