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lunes, 24 de abril de 2017

FERMÍN HERRERO. Premio de la Critica 2017


   Siempre espero con impaciencia el regalo que me corresponde el Día del Libro. Es un día especial para los amantes de la lectura y en el que no vale cualquier cosa para salir al paso. Por mi parte, el seguir enamorado del libro como el primer día, me ha hecho ser muy exigente y no conformarme con poco y buscar, con paciencia, la excelencia. Seguro que hay muchos lectores que saben de qué estoy hablando, pues no son pocos los que van seleccionando sus preferencias, para ellos y para los demás, desde los meses anteriores.
       Que a nadie se le escape que la Fiesta del Libro (y de los Derechos de Autor) es un día importante y señalado, y lo debería ser más para las instituciones si quieren que nuestro nivel cultural no pierda espacio frente a nuestros vecinos (no, no hablo de educación reglada, esa es otra cuestión).
       Y resulta que este año me encuentro con el mejor regalo que se pueda esperar en el Día del Libro: el Premio de la Crítica para Fermín Herrero, nuestro poeta, mi poeta. El jurado ha señalado “su claridad de expresión y su estética limpia y sencilla”, pero hay más, muchos más detalles que la poesía de Fermín no esconde, regala en cada verso, en cada palabra.
       De larga trayectoria poética, extensa en un tiempo en el que los poetas se refugian en la prosa para sobrevivir a los lectores, cuando en 2014 nos regaló “La Gratitud”, que obtuvo el Premio Gil de Biedma y al año siguiente el de la Crítica de Castilla y León, muchos temimos el fin del poeta. No tanto porque sucumbiese al influjo de los premios, sabíamos que estaba acostumbrado, sino porque había alcanzado un nivel difícilmente superable y se preveía un futuro incierto para sus versos.
       Pero hete aquí que el poeta soriano (en todas las noticias hacen eco de su origen) ha conseguido, de nuevo, deslumbrarnos con otro poemario lleno de emoción y vida. Un libro en el que logra describir la tierra, nuestra tierra, el alma y el hombre; y que alberga en cada verso esa conciencia de su propio origen que a todos nos ha subyugado.
     No hace muchos días le escuchábamos decir que “la poesía deber ser clara y difícil”, algo que ha demostrado a lo largo de sus trece poemarios y que en “Sin ir más lejos” logra culminar. Fermín ha ido puliendo sus versos de tal manera que ha logrado transmitir la austeridad y sobriedad de la tierra de sus orígenes, la sencillez y humildad de sus gentes. Deslumbrar con lo pequeño, con las palabras justas, abandonando lo rimbombante y viajando a lomos de encabalgamientos que atrapan a los lectores de poesía hasta sumergirnos en un espacio que nos permite, o incita, “fundirnos con lo elemental”.

       Gracias a Fermín Soria sigue siendo tierra de poetas, pero también de campesinos, de hombres y mujeres, de vida. Tierra en la que hay trigos color de cera, viento taciturno en los cipreses, neblinas al amanecer reptando entre los pinos, trigos en flor, bandas de perdices apeonando entre los tomillares, helechos que tapizan los pinares… 

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