Siempre espero con impaciencia el regalo que me corresponde
el Día del Libro. Es un día especial para los amantes de la lectura y en el que
no vale cualquier cosa para salir al paso. Por mi parte, el seguir enamorado
del libro como el primer día, me ha hecho ser muy exigente y no conformarme con
poco y buscar, con paciencia, la excelencia. Seguro que hay muchos lectores que
saben de qué estoy hablando, pues no son pocos los que van seleccionando sus
preferencias, para ellos y para los demás, desde los meses anteriores.
Que a nadie se le escape que la Fiesta del Libro (y de los
Derechos de Autor) es un día importante y señalado, y lo debería ser más para
las instituciones si quieren que nuestro nivel cultural no pierda espacio
frente a nuestros vecinos (no, no hablo de educación reglada, esa es otra
cuestión).
Y resulta que este año me encuentro con el mejor regalo que
se pueda esperar en el Día del Libro: el Premio de la Crítica para Fermín
Herrero, nuestro poeta, mi poeta. El jurado ha señalado “su claridad de
expresión y su estética limpia y sencilla”, pero hay más, muchos más detalles
que la poesía de Fermín no esconde, regala en cada verso, en cada palabra.
De larga trayectoria poética, extensa en un tiempo en el que
los poetas se refugian en la prosa para sobrevivir a los lectores, cuando en
2014 nos regaló “La Gratitud”, que obtuvo el Premio Gil de Biedma y al año
siguiente el de la Crítica de Castilla y León, muchos temimos el fin del poeta.
No tanto porque sucumbiese al influjo de los premios, sabíamos que estaba
acostumbrado, sino porque había alcanzado un nivel difícilmente superable y se
preveía un futuro incierto para sus versos.
Pero hete aquí que el poeta soriano (en todas las noticias
hacen eco de su origen) ha conseguido, de nuevo, deslumbrarnos con otro
poemario lleno de emoción y vida. Un libro en el que logra describir la tierra,
nuestra tierra, el alma y el hombre; y que alberga en cada verso esa conciencia
de su propio origen que a todos nos ha subyugado.
No hace muchos días le escuchábamos decir que “la poesía
deber ser clara y difícil”, algo que ha demostrado a lo largo de sus trece
poemarios y que en “Sin ir más lejos” logra culminar. Fermín ha ido puliendo
sus versos de tal manera que ha logrado transmitir la austeridad y sobriedad de
la tierra de sus orígenes, la sencillez y humildad de sus gentes. Deslumbrar
con lo pequeño, con las palabras justas, abandonando lo rimbombante y viajando
a lomos de encabalgamientos que atrapan a los lectores de poesía hasta
sumergirnos en un espacio que nos permite, o incita, “fundirnos con lo
elemental”.
Gracias a Fermín Soria sigue siendo tierra de poetas, pero
también de campesinos, de hombres y mujeres, de vida. Tierra en la que hay
trigos color de cera, viento taciturno en los cipreses, neblinas al amanecer
reptando entre los pinos, trigos en flor, bandas de perdices apeonando entre
los tomillares, helechos que tapizan los pinares…
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