Desde el instante en que escuché que el Premio Nadal 2016 iba emparejado al nombre de Víctor del Árbol tenía bien claro que iba a estar impaciente hasta su aparición. De hecho, he tenido mucho tiempo la sensación de que se retrasaba en exceso. Ni siquiera la exagerada expectativa me obligó a retrasar su lectura, carente de toda prudencia comencé su lectura nada más llegar a mis manos; eso sí, es ahora, mientras escribo, cuando observo con detenimiento la portada del libro que, hasta ahora, había pasado inadvertida y, debo reconocerlo, me atrae más la parte superior que la inferior.
Con Un millón de gotas descubrí un narrador inteligente, con una prosa embriagante que lograba mantener ocultas entre sus palabras lecturas diferentes, con unos personajes tan perfectamente creados que parecían transportar la carga que solo ofrece una vida real. Así que no dudé un instante en buscar lecturas anteriores como La tristeza del samurái y Respirar por la herida, libros que me convencían del valor de la prosa de Víctor de Árbol.
En La víspera de casi todo los personajes vuelven a cobrar una importancia tal que la trama parece pasar a segundo plano, que logra que te sumerjas en cada uno de ellos, en su presente y su pasado, como si la información dada por tu imaginación supera con creces la dada por el narrador. Cuando vuelves al libro, después de una pausa, tienes la sensación de conocer a cada uno de ellos, en espacial a las mujeres, antes incluso de comenzar a leer el libro. Como si la lectura, ya desde el inicio, hubiese despertado recuerdos de los que no eres consciente.
Será también el juego que mantiene el autor a lo largo de las más de cuatrocientas páginas entre pasado, presente y futuro, siempre con la culpa y la venganza como un motor nada desdeñable de las distintas acciones de los protagonistas, uno de los mayores atractivos de la novela. En cada página el narrador nos dibuja a unos seres que se debaten entre su propia supervivencia y los que les rodean, o han rodeado, pero siempre fruto de los golpes que han recibido anteriormente, como si la violencia más dolorosa no fuese la presente si no la que aconteció en el pasado.
Víctor del Árbol es el artífice de una atmósfera opresiva que impregna todo, desde los escenarios y paisajes en que se desarrolla la acción, hasta los pensamientos y acciones de los propios personajes. En muchos momentos el lector debe apartar la vista del libro para tomar oxígeno, para distanciarse de la trama que está leyendo, pero siempre sin que la mente sea capaz de ausentarse de esa historia, o historias, que logran atraparle. No importa que el narrador mantenga el mismo tono de voz para cada uno de los cinco protagonistas principales, al contrario parece ayudar a que la lectura sea más pausada, no tanto por evitar vacíos que sean indispensables para el desarrollo de la historia, como para disfrutar de todo su contenido.
En La víspera de casi todo el dolor se adueña de cada una de las páginas, pero un dolor no exento de belleza, no tanto en la descripción de la violencia en sí, como en el espacio físico en que se desarrolla. Un dolor que sirve para componer la historia de cada uno de los cinco personajes.
En La víspera de casi todo los personajes vuelven a cobrar una importancia tal que la trama parece pasar a segundo plano, que logra que te sumerjas en cada uno de ellos, en su presente y su pasado, como si la información dada por tu imaginación supera con creces la dada por el narrador. Cuando vuelves al libro, después de una pausa, tienes la sensación de conocer a cada uno de ellos, en espacial a las mujeres, antes incluso de comenzar a leer el libro. Como si la lectura, ya desde el inicio, hubiese despertado recuerdos de los que no eres consciente.
Será también el juego que mantiene el autor a lo largo de las más de cuatrocientas páginas entre pasado, presente y futuro, siempre con la culpa y la venganza como un motor nada desdeñable de las distintas acciones de los protagonistas, uno de los mayores atractivos de la novela. En cada página el narrador nos dibuja a unos seres que se debaten entre su propia supervivencia y los que les rodean, o han rodeado, pero siempre fruto de los golpes que han recibido anteriormente, como si la violencia más dolorosa no fuese la presente si no la que aconteció en el pasado.
Víctor del Árbol es el artífice de una atmósfera opresiva que impregna todo, desde los escenarios y paisajes en que se desarrolla la acción, hasta los pensamientos y acciones de los propios personajes. En muchos momentos el lector debe apartar la vista del libro para tomar oxígeno, para distanciarse de la trama que está leyendo, pero siempre sin que la mente sea capaz de ausentarse de esa historia, o historias, que logran atraparle. No importa que el narrador mantenga el mismo tono de voz para cada uno de los cinco protagonistas principales, al contrario parece ayudar a que la lectura sea más pausada, no tanto por evitar vacíos que sean indispensables para el desarrollo de la historia, como para disfrutar de todo su contenido.
En La víspera de casi todo el dolor se adueña de cada una de las páginas, pero un dolor no exento de belleza, no tanto en la descripción de la violencia en sí, como en el espacio físico en que se desarrolla. Un dolor que sirve para componer la historia de cada uno de los cinco personajes.