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lunes, 25 de enero de 2016

EL SECRETO DE LA MODELO EXTRAVIADA. Eduardo Mendoza



Hay veces que no puedes evitar acudir a una lectura con ciertas dudas, con la extraña sensación de que puede no estar a la altura de lo que esperabas antes de tener el libro en tus manos.
Cada nuevo título firmado por Eduardo Mendoza me produce un reencuentro con pasadas lecturas, con momentos inolvidables y, por lo tanto, la sensación de poder encontrar de nuevo sensaciones que no todos los días se producen.
Pero claro, cuando escuchas y lees que en esta ocasión el escritor barcelonés no está a la altura de otros de sus escritos, te asalta la incógnita de si corre peligro mi identificación con la narrativa de Mendoza. Al final reconozco que me da lo mismo, que no me costaría mucho perdonarle cualquier ligero desliz en su fabulosa trayectoria.
Esto no implica que desde la primera página no me muestre exigente, que espere esa pluma irónica y sarcástica, donde lo irreverente vaya dibujando situaciones y personajes.
Sí, estaba al tanto de quién era el protagonista de la novela, el mismo personaje sin nombre que se presentó en El misterio de la cripta embrujada (1979) y cuyas andanzas continuaron tres años más tarde en El laberinto de las aceitunas. Un personaje que despertaba sonrisas nada más ser mencionado (a nadie nos importó su anonimato, incluso es más que probable que lo agradeciésemos a sentirnos todos los lectores participantes en un mismo secreto) y que volvió a aparecer en La aventura del tocador de señoras (2001) y El enredo de la bolsa y la vida (2012). Así que tenía buen claro a qué atenerme y tenía bien claro a lo que me iba a enfrentar.
Quizá el principal escollo que debía solventar era la cercanía de la última lectura -estaban demasiado presentes los acontecimientos acaecidos en aquella como para no ser tenidos en cuenta-, de las imágenes del final de una nueva aventura descabellada, entretenida y llena de humor. Pero en la primera página somos conscientes de continuamos en el mismo punto donde dejamos la historia.
Nada más comenzar a leer nos vemos inmersos en el ritmo disparatado que impone el protagonista, nos convertimos en su sombra, somos partícipes de cada una de sus descripciones, de sus divagaciones, como si lo que tuviésemos en nuestras manos no fuese otra cosa que un diario del que vamos extrayendo pensamientos y recuerdos.
Y la novela vuelve a tener ese ritmo frenético que caracteriza a Mendoza, el lector tiene que frenar el impulso de correr en exceso, de pasar las páginas con la misma rapidez que se suceden los acontecimientos, con el peligro que supone el perder esos pequeños detalles que generan situaciones tan caóticas como intrigantes. Ahí radica parte del éxito del autor, conseguir que la lectura se desboque y se frene casi de inmediato, que obligue al lector a recomponerse, a volver sobre sus pasos, no a releer lo anterior, si no a recuperar escenas sucedidas instantes antes.
Todo queda en la mente, pero hay que estar atento a esas situaciones a las que el protagonista dedica más tiempo, a esa mezcla de descripción y crítica de lo que, según su especial percepción, tiene un significado que se le puede escapar al lector.
La fuerza del personaje, nos sigue dando lo mismo desconocer su nombre, sus pensamientos, su forma de explicarse e incluso su físico, aparecen dibujados en nuestra mente con total nitidez, como si fuésemos capaces de reconocerle en cualquier escenario o en cualquier texto. A ello hay que sumar la agilidad de la lectura, en una narración que atrapa y que resulta sumamente entretenida. Todo va encajando a medida que pasan las páginas, disfrutando de todo momento, en especial de ese cambio temporal en el que resuelve la trama.
De nuevo el surrealismo que compone la novela nos engancha con la misma facilidad que pasa de la ironía a la crítica, a buscar explicaciones insospechadas que muestran un universo de la capital catalana que no aparece en otras novelas en la que es el escenario principal.
Puede que no sea la mejor novela de Mendoza, pero nadie puede negar la satisfacción que produce su lectura, la sonrisa que consigue en el lector. Quizá haya menos carcajadas que en otras novelas de la serie, pero en todo momento mantiene un humor y esas dosis de intriga necesarias para disfrutar de todo lo que va sucediendo.







6 comentarios:

  1. Cuánto tiempo!! Leí El enredo de la bolsa y la vida y he de reconocer que no me cautivó como parece lo hace a la mayoría. Quizá no estaba de humor, pero de momento no correré a leerlo.

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  2. Sí, mucho. Y eso que las lecturas no han parado de sumarse. Sí no te enganchó es más que probable que este tampoco lo haga. Reconozco que Mendoza, el surrealismo de Mendoza, te tiene que pillar con ganas, si no es muy difícil participar en su juego.

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  3. Estupendo el comentario César.
    Yo también tengo debilidad por Eduardo Mendoza. Me fascinaron el laberinto de las aceitunas y la cripta embrujada, aunque creo que el mas conseguido es el tocador de señoras. Pero estos libros no son sino un registro de Mendoza. Tiene auténticos esperpentos como sin noticias de Gurb o el viaje de Pomponio Flato. Pero una gran serie de novelas, digamos serias, y sobre todas ellas La ciudad de los Prodigios. Y no olvidemos su biografía de Baroja en vidas literarias. Un abrazo. LUIS NUEVOS RUMBOS.

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    1. Estoy de acuerdo en todo. Y aún añadiría que me gustó también "Riña de gatos" a pesar de ser un Premio Planeta (creo que de los últimos veinte años solo me he leído el suyo y el de Lorenzo Silva, aunque puede que alguno más que no acabé).
      Con Pomponio Flato cometí el error de leerlo en un viaje en autobús. Con mis carcajadas solo conseguí miradas de extrañeza y desconfianza del resto de viajeros que parece no entendían que alguien se riera a carcajadas "leyendo un libro".

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  4. Qué alegría recibir tu recomendación, amigo César. Así como que no he leído nada de Mendoza y eso no puede ser, pues vamos a aprovechar tu entrada. A ver si aprendo un poco de este señor, que eso de la ironía me gusta un rato.
    Un abrazo, librero.

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    1. Pues has caso a Luis y comienza con "Son noticias de Gurb". No te va a defraudar.
      Te devuelvo el abrazo con toda la intensidad posible

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