QUÉ LEO HOY:

QUÉ LEO HOY: Sugerencias, debate, crítica, opinión...

domingo, 29 de marzo de 2015

MIENTRAS NIEVA SOBRE EL MAR. Pablo Andrés Escapa




Escribir relatos no es nada fácil. Al menos no es fácil hacerlo bien, lograr que cada uno sea una historia completa, bien contada y que logre, durante su lectura, atrapar de tal manera que su intensidad no decaiga. Son muchos, por desgracia, los libros de relatos en los que junto a unos llenos de fuerza y calidad, hay otros tan flojos que parecen metidos con calzador.
Sí, es cierto que hay muchos escritores, o sus editores, que lo único que hacen es reunir una serie de textos hasta completar un libro, que simplemente ofrecen una amalgama de escritor sin orden ni medida, sin la necesaria configuración que permita que el libro se sienta, por parte del lector, como un todo.
Por eso cuando nos encontramos ante un libro de relatos que permite una lectura uniforme, un paseo por una serie de historias atrapadas dentro de una misma encuadernación, un libro en el que cada uno de los textos se hace necesario y en el que todos conforman una lectura que bien se puede hacer sin descanso, nada aconsejable, por cierto, o disfrutando de cada relato con tranquilidad, sin olvidar, claro está la atmósfera que impregna todo el conjunto.
Pablo Andrés Escapa es uno de esos escritores de relatos que no solo sabe bien lo que hace, sino que elabora los libros como tales, en los que desde la primera a la última página el lector va a sentir siempre que está acompañado por el mismo libro, sea cual sea la historia que en ese momento le acompaña. El autor leonés domina como pocos el relato, aunque más que constructor de relatos, habría que señalarlo como constructor de cuentos, pues al fin y al cabo Andrés Escapa es eso un contador de cuentos, un cuentista en el mejor sentido de la palabra, alguien que logra que a través de las pocas páginas de cada historia quedemos inmersos de lo que en ella se está narrando o viviendo.
En todo momento sentimos estar formando parte de esa magnífica tradición de los contadores de cuentos que tanto han abundado en Castilla y en León, esos cuentistas que acompañaban los trasnochos y los filandones, que lograban variar la atmósfera en la que nos encontrábamos y llevarnos de la mano por unas escenas tan reales que no suelen desaparecer ni con el paso de los años.
El autor tiene la destreza de crear unos ambientes cargados de misterio, ambientes que no solo mantienen alerta y expectante al lector, sino que le transmiten a este una emoción que logra que el asombro vaya en aumento a medida que avanza la lectura. El lector se siente en la necesidad de prestar toda su atención, no puede permitirse el lujo de perder una palabra, un signo de puntuación, nada que haga que la historia se transforme de inmediato.
Andrés Escapa demuestra en cada relato, en cada cuento, que es un narrador consumado, que sabe sacar partido a cada página, logrando transformar los elementos más cotidianos en excepcionales, fabulando espacios reconocibles y transformando lo real en irreal.
Una lectura fabulosa -catorce relatos enmarcados en dos verdaderas joyas literarias que son "Robinsón", el primero de los relatos, y "Náufrago", el último de ellos-, en la que en todo momento el lector atisba, con la naturalidad de lo extraordinario, todo lo que se dibuja en sus páginas: un faro enclavado en medio de un campo de trigo. Y más cosas, claro está.

Otras obras del autor:
La elipsis del cronista (2003), Voces de humo (2007), Gran Circo Mundial (2011) y Cercano Oeste (2012)


jueves, 12 de marzo de 2015

XIII PREMIO DE LA CRÍTICA DE CASTILLA Y LEÓN. LA GRATITUD, Fermín Herrero


El XIII Premio de la Crítica de Castilla y León que organiza el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua ha fallado hoy en Ávila y ha recaído en el poemario La Gratitud de Fermín Herrero Redondo.
Al premio optaban diez obras finalistas de la Comunidad de Castilla y León entre las que se encontraban seis obras de narrativa: La puerta de los pájaros, de Gustavo Martín Garzo; El viento en las hojas, de José A. González Sainz; Tierra violenta, de Luciano G. Egido; Mientras nieva sobre el mar, de Pablo Andrés Escapa; Alabanza, de Alberto Olmos  y La vida mitigada, de Tomás Sánchez. Un ensayo: Indies, hipsters y gafapastas: historia de una dominación cultural, de Victor Lenore. Una obra de teatro: Rukelli, de Carlos Contreras. Y dos poemarios: In memoriam, de Eduardo Fraile y La gratitud, de Fermín Herrero.
Este último ha obtenido por mayoría el Premio que viene a completar un elenco de autores de la talla de Luciano González Egido, Antonio Gamoneda, Raúl Guerra Garrido, Oscar Esquivias, Adolfo García Ortega, Juan Manuel de Prada, Luis Mateo Díez, Abel Hernández, Javier Villán, Antonio Colinas, Olegario González de Cardenal, José María Merino y José Antonio Abella.
La gratitud es un poemario que viene a rematar, que no finalizar, la trayectoria inapelable de uno de los poetas más representativos del panorama literario actual en castellano. Un poemario con mayúsculas que huele a tierra, a campo. Un canto a la relación del hombre con la tierra, un reflejo de lo que somos nosotras, de esa herencia genética de la que formamos parte. Fermín Herrero ha querido homenajear a la palabra que da título al libro, a esos sentimientos y actitudes que parece se han perdido en nuestra sociedad.
Estamos ante un poeta en el más estilo clásico del término, no tanto porque haya bebido la poesía de los clásicos y la domine, sino porque ha querido ir más allá, profundizando en la sencillez y puliendo el poema hasta el final, desgranando cada verso para que quede latente esa austeridad que tanto recuerda al campo castellano.
Claro que hay una mirada continuada al pasado, pero no abandona el presente, ni mucho menos el pasado, para atesorar en cada poema la esencia misma de la tierra, de ese espacio que tan bien el poeta conoce. Será esa mirada precisa y concisa, esa percepción de lo que hay, hubo y habrá en la tierra que el ha mamado la que vertebra un poemario que permite al lector lograr que afloren todos sus sentimientos a medida que pasan los poemas. Y es que La gratitud trasciende la propia lectura, retrotrae al lector hacia su propia memoria y a la de los que le precedieron, convirtiéndose en el mejor y más claro exponente de los que es la tierra, castellana en primer lugar (la herencia del poeta es innegable y universal posteriormente. De lo cercano, visible y familiar, a lo ajeno y general, convirtiendo el libro e una reflexión de la tierra, de la vida y del ser humano.

Otras obras del autor:
Anagnórisis (1995), Echarse al monte (1997), Paralaje. Los hijos secos (2000), Un lugar habitable (2000), El tiempo de los usureros (2003), Tierras Altas (2006), Endechas del consuelo (2006), De la letra menuda (2009), Tempero (2011), De atardecida, Cielos (2012), Furtivo de los días (2014) e Inmediaciones (2014)

lunes, 9 de marzo de 2015

VESTIDO DE NOVIA. Pierre Lemaitre



Cuando en mayo del pasado año apareció Nos vemos allá arriba, la primera novela de Pierre Lemaitre publicada en España, muchos lectores acudimos a ella más por tratarse de una novela sobre la Primera Guerra Mundial que por estar avalada por el Premio Goncourt. Éramos conscientes del vacío existente de lecturas sobre ese periodo, sobre todo si nos atrevíamos a compararlas con las de la Segunda Guerra Mundial. Aunque, todo hay que decirlo, según fue avanzando el año fuimos descubriendo que teníamos en mente muchas más lecturas de las que recordábamos: Sin novedad en en frente, El buen soldado Svejk, Los cuatro jinetes del Apocalipsis...
Su lectura no solo nos mostró un narrador sobresaliente que lograba hacer presente la Gran Guerra a través de sus consecuencias, sino un escritor que conseguía construir una gran historia y hacerla accesible a los lectores. A medida que avanzaba la lectura el lector era consciente de formar parte de algo más que una simple y sencilla novela de entretenimiento, estaba dentro de una historia descomunal y lograba, con notable facilidad, no perder detalle.
No fue extraño que, con estos antecedentes, cuando Lemaitre publicara, apenas cinco meses después, su segunda novela en nuestro país, muchos acudiéramos tras la estela del gran escritor que había demostrado que era. 
En principio llamaba mucho la atención, sobre todo para los que desconocíamos su trayectoria literaria en Francia, su país, que ahora se nos presentase una novela negra, una narración que no tenía nada que ver con su anterior trabajo. Poco a poco aparecieron entrevistas, artículos en los que nos mostraban a un Pierre Lemaitre al que le caracterizaban las novelas inmersas en este género literario. Incluso, para satisfacción de algunos entre los que me encuentro, demostraba su disgusto cuando se le nombraba (la ignorancia aporta este tipo de atrevimientos) como el "Steig Larsson" francés.
Y es que Vestido de novia nada tiene que ver con las novelas del escritor sueco. Ni sus personajes, ni su trama, ni su lenguaje, ni siquiera el tamaño de sus libros, nada permite señalar parecido alguno entre ambos escritores. Incluso me atrevería a decir, seguro que hay quien me tache a mí también de osado, que forman parte de géneros distintos, por muy difícil que sea separar aspectos que puedan tener en común.
Clasificar la novela de Lemaitre cono novela negra en muchos momentos que me resulta difícil, incluso extraño, aunque según van pasando los meses después de su lectura hay sensaciones tan contrapuestas que bien pudiera ser así como todo lo contrario. Lo que sí es una novela de suspense, de tensión contenida, una novela que atrapa como si de una argolla se tratara, que no logras quitártela de la cabeza por mucho que abandones su lectura. Una novela que logra crear en el lector una sensación de angustia que casi te obliga a dejar la lectura tantas veces como no puedes evitar cogerla apenas unos segundos después.
Sí, son muchas y frecuentes las novelas en las que el lector se ve implicado y sometido a los movimientos y acciones de los protagonistas. Pero pocas en las que la implicación resulta angustiosa, inquietante, hasta tal punto que en muchas ocasiones el propio lector se siente descolocado y perdido, como si el mundo que va construyendo dentro de la novela variase a medida que lo hacen las páginas. 
Ese es uno de los grandes logros de Lemaitre, sorprender al lector, conseguir en apenas trescientas páginas que se llene de dudas, que se sienta perdido sin abandonar la novela. Todo ello, claro está, con un soberbio dominio de la situación, con un perfecto uso del lenguaje (en nuestro caso mérito de los traductores) y con una puesta en escena tan cinematográfica que es difícil cerrar los ojos y no imaginar todo el escenario que se presenta en cada momento.
Seguir a Sophie en las tres partes en que se divide la novela no resulta fácil, y es ahí donde radica el mérito del escritor, de lograr, al menos durante unos segundos, que el lector pierda el norte y tenga que tomar aire para situarse, para poner los pies en el suelo de la novela y que esta no resulte lineal y previsible.  Dudar de quién es la voz que estamos escuchando, qué hay de realidad o inventiva o de parte de quién nos situamos son solo algunas de las opciones que se nos dan, que no es poco.