Hay días en los que se necesita una lectura estimulante, fresca, ágil y divertida. Una lectura que enganche y entretenga desde la primera frase y que penetre en ti de tal manera que sientas la necesidad de dejar todas las demás cosas para vivir la aventura que se dibuja en el libro.
Y aunque en muchas ocasiones nos cuesta encontrar esa novela que cumpla todos estos requisitos más vale la pena recuperar aquellos que se quedaron aparcados en algún momento (reconozco que voy guardando una serie de títulos para prestarles la atención que se merecen estando de vacaciones, cuando es más difícil que me interrumpan la lectura a la que me siento unido).
Con Eduardo Mendoza tenía claro que la apuesta era segura, que la cuarta entrega de su "detective" sin nombre me iba a subyugar como ya lo habían hecho El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas y La aventura del tocador de señoras. Que las aventuras, y desventuras, del ex-convicto, peluquero, investigador y un montón de cosas más, iba a lograr atraerme a su particular Barcelona, a esos escenarios tan cinematográficos envueltos en esa atmósfera de surrealismo que solo el autor sabe crear.
Por supuesto que no hay discurso nuevo, ni falta que hace, que todas las piezas que Mendoza ha ido creando siguen encajando de la misma manera, caótica, esperpéntica y críticamente, pero encajando, logrando que apenas sí podamos apartar la vista del libro para llevar a cabo las acciones más elementales para poder subsistir. Leyendo a Mendoza, y en especial las aventuras de este personaje (quien no lo conozca no debe perder un segundo en hacerlo), uno corre el peligro de sentirse como uno de los protagonistas de la película "El impero de los sentidos" de Nagisa Oshima, salvo que en vez de perder la noción del tiempo por culpa del amor, aquí se pierde por comprobar en qué acaban las correrías de nuestro protagonista y de todos aquellos que le rodean.
La maestría con que Mendoza maneja el ritmo de la narración, el dominio del personaje y los giros y juegos que este lleva a cabo en su labor de narrador no deja indiferente a nadie, sea o no ésta la primera de las novelas que se lean. La manera de expresarse y las situaciones en que se ven envueltos los diferentes personajes hacen las delicias del lector de tal manera que las sonrisas pasan a carcajadas con una facilidad que puede dejar a más de uno en evidencia al no poder esconderse ante una de las múltiples situaciones hilarantes que ocupan la novela.
Junto a la ironía que acompaña la mayor parte de las descripciones, hay mucha crítica a la situación en que se encuentra hoy Barcelona, ampliable al marco nacional y europeo, muchas puyas a personajes y actuaciones que hay conseguido sumirnos en la situación actual.
Pero sobre todo es un divertimento, con notables dosis de intriga para que acompañemos a los personajes a través de un caos que antes que cegar al lector, le va implicando más y más a medida que la novela avanza.
Una novela ingeniosa, ocurrente y sumamente divertida, que logra que pateemos la ciudad en compañía de los seres más llamativos de la sociedad barcelonesa (incluyendo a algunos de notable posición).
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