Cuando alguien pidió al escritor J.A. González Sainz una recomendación literaria, este expresó la necesidad de leer de vez en cuando algo sobre la Segunda Guerra Mundial y el nazismo, para no perder nunca la perspectiva, y evitar que la comodidad y el paso del tiempo nos hiciese olvidar los terribles acontecimientos que sucedieron en Europa.
Es curioso que cuando señalaba estas palabras no me había recuperado de los primeros ocho primeros capítulos de un libro espeluznante, duro de principio a fin, que me arrollado la noche anterior. Un libro que había logrado despertar la mente y el corazón, dormidos ambos por tanta información que, en muchas ocasiones, lo único que consiguen es anestesiar y crear una coraza para que no nos afecten imágenes, acontecimientos o noticias.
No, Treblinka de Chil Rajchman no es un libro bien escrito, incluso es más que probable que esté mal escrito (esta edición de Seix Barral es la traducción de Jorge Salvetti del yidish original) y que para muchos puristas sirva para desviar la atención de lo verdaderamente importante, las memorias de Chil Rajchman, uno de los pocos supervivientes del campo de concentración polaco.
Con poco más de ciento cincuenta páginas y dividido en 19 capítulos el autor logra trasladarnos al mismo infierno, a un lugar donde parecen difuminarse todas nuestras creencias, donde el tiempo parece detenerse para mostrar el horror que es capaz de crear el ser humano. Unas páginas que destilan pánico, que arañan nuestra conciencia para que sintamos el dolor, el sinsentido de una acciones inexplicables. Sin apenas pestañear pasaremos del asombro más absoluto al sobrecogimiento más espeluznante, notando como afloran a todo nuestro ser cientos de sentimientos que creíamos desparecidos.
El horror que describe Rajchman, con las primeras palabras que le vienen a la cabeza, los días, horas, minutos y segundos del campo de concentración, nos dejan sin respiración, sintiendo como las fosas nasales se despejan y las lágrimas tratan de aflorar de unos ojos atónitos ante lo que están descubriendo. Duele, la lectura de Treblinka duele, de tal manera que parecen producirse en nuestro interior punzadas que seguro nos van a dejar secuelas. Sin embargo no hay deseo de dejar el libro, sí de apartar, al menos brevemente, la mirada de sus páginas, de percatarnos de que nuestro mundo no tienen nada que ver con el que se relata, pero queremos seguir leyendo, atrapados por la muerte, el olor, los gritos de quienes descubren la realidad en que se encuentran sumidos.
No hay página de descanso, son tantas y tan grandes las atrocidades que narra el protagonista que uno tiene que hacer un verdadero esfuerzo para evitar que el velo de la ficción empañe la lectura primero, y que el odio hacia los opresores, los guardianes y vigilantes nos atrape después.
Rajchman nos muestra, con todo detalle posible, la muerte y el exterminio a que fue sometido el pueblo judío, pero también otros aspectos a los que la historia apenas ha dedicado espacio, la perdida de identidad, de personalidad, el intento de borrar el alma y la memoria de un pueblo. Pero va más allá y nos muestra la codicia, la economía sumergida que quedaba oculta tras los atroces acontecimientos.
La naturalidad de la narración, el realismo de unas imágenes tan impactantes se complementan con un epílogo de Vasili Grossman que aunque pueda caer en la exageración por su importante compromiso con la Revolución Soviética, no deja de tener el valor de autentificar las palabras de Rajchman y mostrar la realidad que encontraron las tropas soviéticas al tomar el campo de Treblinka.
Un libro imprescindible e irrepetible que no dejará a nadie indiferente y que arrastrará a otras lecturas dormidas en estanterías cercanas y que algunos supervivientes nos han legado como memoria de aquellos que sucumbieron ante el odio y la sinrazón humana.
Con poco más de ciento cincuenta páginas y dividido en 19 capítulos el autor logra trasladarnos al mismo infierno, a un lugar donde parecen difuminarse todas nuestras creencias, donde el tiempo parece detenerse para mostrar el horror que es capaz de crear el ser humano. Unas páginas que destilan pánico, que arañan nuestra conciencia para que sintamos el dolor, el sinsentido de una acciones inexplicables. Sin apenas pestañear pasaremos del asombro más absoluto al sobrecogimiento más espeluznante, notando como afloran a todo nuestro ser cientos de sentimientos que creíamos desparecidos.
El horror que describe Rajchman, con las primeras palabras que le vienen a la cabeza, los días, horas, minutos y segundos del campo de concentración, nos dejan sin respiración, sintiendo como las fosas nasales se despejan y las lágrimas tratan de aflorar de unos ojos atónitos ante lo que están descubriendo. Duele, la lectura de Treblinka duele, de tal manera que parecen producirse en nuestro interior punzadas que seguro nos van a dejar secuelas. Sin embargo no hay deseo de dejar el libro, sí de apartar, al menos brevemente, la mirada de sus páginas, de percatarnos de que nuestro mundo no tienen nada que ver con el que se relata, pero queremos seguir leyendo, atrapados por la muerte, el olor, los gritos de quienes descubren la realidad en que se encuentran sumidos.
No hay página de descanso, son tantas y tan grandes las atrocidades que narra el protagonista que uno tiene que hacer un verdadero esfuerzo para evitar que el velo de la ficción empañe la lectura primero, y que el odio hacia los opresores, los guardianes y vigilantes nos atrape después.
Rajchman nos muestra, con todo detalle posible, la muerte y el exterminio a que fue sometido el pueblo judío, pero también otros aspectos a los que la historia apenas ha dedicado espacio, la perdida de identidad, de personalidad, el intento de borrar el alma y la memoria de un pueblo. Pero va más allá y nos muestra la codicia, la economía sumergida que quedaba oculta tras los atroces acontecimientos.
La naturalidad de la narración, el realismo de unas imágenes tan impactantes se complementan con un epílogo de Vasili Grossman que aunque pueda caer en la exageración por su importante compromiso con la Revolución Soviética, no deja de tener el valor de autentificar las palabras de Rajchman y mostrar la realidad que encontraron las tropas soviéticas al tomar el campo de Treblinka.
Un libro imprescindible e irrepetible que no dejará a nadie indiferente y que arrastrará a otras lecturas dormidas en estanterías cercanas y que algunos supervivientes nos han legado como memoria de aquellos que sucumbieron ante el odio y la sinrazón humana.